Jun
La abadía era bellísima
1 comentariosAntes de dejar Valencia, he pasado a despedirme de mi amigo Jaime Siles. He ido a su despacho en la Facultad de Filología y me he despedido.
-Acabo de llegar de Austria. El congreso fue en una abadía bellísima. Un día ofició un prelado. –me dice.
Jaime Siles me rescató mi primer librito, Humo verde, de un cajón, camino de la basura. Yo compartía siempre el segundo libro. Pero él me dijo que el primero era más interesante. Más bruto, más espontáneo, más radical, más incisivo, fresco, original. Tenía más rabia: -no se parece a nadie. Y tenía razón, porque en cuanto empecé a moverlo tuvo accésit en el Premio Iberoamericano Víctor Jara. Así publiqué mi primer poemario, gracias a su consejo.
-Una abadía bellísima...
Desmentido el camino de una verdad una –troceada- y pisoteado el camino de la bondad –desmentida, humillada y desangrada-, se ha dicho que al intelectual contemporáneo sólo le queda el camino de la belleza para acercarse a Dios y al cristianismo. –La abadía era bellísima.
Yo sé que este análisis es mentiroso, pero Jaime repite una y otra vez que la abadía era bellísima.
Yo le estoy agradecido a Jaime, porque me mandó el original de Humo verde corregido y anotado desde Suiza: se lo tomó en serio siendo un tío muy ocupado –es también el que hace la crítica sobre poesía europea en el cultural del ABC todas las semanas, después de haber pasado por Babelia y El Cultural de El Mundo-. Pero hoy, de la belleza de la abadía no salimos.
¿Sólo le queda al cristianismo la belleza de sus abadías?
-... bueno Jaime, no trabajes tanto.
-Jeje, llámame cuando vuelvas a Valencia.
No sé si lo haré.