Ago
Imprudencia
4 comentariosVoy a cometer un acto poéticamente incorrecto. La prudencia literaria aconseja no definirse mucho en lo que a creencias religiosas se refiere: siempre habrá un premio, algún componente en un jurado a quien la mera presencia de Dios en un poemario le eche para atrás. Aunque, por amor a la verdad, he de decir que muchos de los que más sinceramente creen en mi poesía y me alientan a seguir son ateos. También muchos de mis mejores amigos. Agradezco y admiro su verdadera libertad para apostar por un poeta al que alguna vez, por su condición religiosa, se le ha cerrado alguna puerta. Incluso me han animado, porque, por otro lado, mi poética tampoco es muy del agrado de algunas mentes muy tradicionales.
Y ahora la razón de ello: soy dominico y esto influye directamente en mi forma de afrontar la literatura. Me da una libertad inapreciable, me inserta en una tradición artística y filosófica de continua relación con cualquier forma de saber o creación con la esperanza de que en todas partes se puede encontrar la belleza y la verdad; de que Dios habla en los márgenes, también del arte.
Por otro lado no sé si podría, en este tiempo, estar en la iglesia de una forma diferente a mi condición de dominico.
En el s. 13 Santo Domingo envió sin miedo a sus apenas seis frailes a las universidades europeas. Un siglo más tarde Tomás de Aquino recibía las condenas de los maestros de París por incorporar la peligrosa filosofía aristotélica. Un siglo después Fr. Angélico pintaba de una manera que no se parecía a nadie. Y así sucesivamente.
Hoy, 8 del 8, es la fiesta de Santo Domingo. Le agradezco la valentía de abrir una forma de vida como la que abrió: pobreza, evangelio, amor a los libros, apertura, verdadera vida común en la que todo se comparte, insólita democracia como gobierno. Gracias a Domingo yo he encontrado mi lugar en el mundo y en la Iglesia.