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Hallándome muy lejos
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Este blog no es personal. Nació para abrir una ventana al mundo de la cultura desde la que asomarse con los ojos de la fe (y viceversa). Pero permitidme hoy narrar uno de mis últimos viajes, a Dublín, ciudad literaria donde las haya.
Acudí la semana pasada invitado por el Instituto Cervantes a realizar una lectura de poemas. Era un viaje relámpago y no había tiempo para el turismo. Tampoco hacía falta, porque la ciudad la conocía bastante bien de cuando viví en ella un intenso mes de julio. Cada día, al salir de la academia de inglés, visitaba un lugar diferente.
Así es que no llevaba más planes que realizar el trabajo –y devoción- para el que había acudido. Y es, sin embargo, en esas circustancias cuando las cosas más te sorprenden. Lo cuento. Asomé mi nariz al patio del Trinity College y vi que había una exposición sobre el libro de Kells. En ella se presentaban otros libros de la misma época, no tan famosos pero igual de interesantes y bellos, y se explicaba cómo la cultura clásica se conservó y transmitió a lo largo de toda la Alta Edad Media en los monasterios Irlandeses desde donde, tras una época muy oscura, pasó de nuevo a la Europa continental.
Al acabar mi lectura alguien pidió que recitara algún poema más. De repente recordé que Francis Bacon había nacido en Irlanda y que, ya que murió en Madrid, ciudad a la que solía acudir porque era un enamorado de la pintura española así como un obsesionado con Velázquez, sería una bonita ocasión para leer el poema “Mi vida según Bacon”, que escribí apuradamente sobre el folleto de la retrospectiva que el Prado le dedicó hace unos años.
Tras la lectura, como era de rigor, unas Guiness en el pub de enfrente. Allí alguien me dijo: "¿Sabes que el estudio de Bacon está aquí, en Dublín?" Otra de las sorpresas con las que no contaba, más aún cuando comprobé que la Galería Municipal de Dublín se encontraba a pocos metros del lugar en donde me hospedaba.
Incumplí mi promesa de nunca más ser un mitómano y madrugué a apurar allí las pocas horas restantes antes de tomar el avión de vuelta a España. Y cometí un delito: estaban abriendo el museo. Los vigilantes se andaban colocando sin demasiada prisa por las salas. En el lugar reservado a Bacon -donde se había colocado su estudio traído pieza por pieza desde Londres y digitalizado al milímetro en esa fiebre de endiosamiento del arte que caracteriza a nuestro tiempo- estaba yo solito. Así es que tomé la cámara prestada que llevaba e hice algunas fotos –sin flash, eso sí: mi delito no deteriorará el patrimonio artístico dublinés-.
En el suelo del caótico estudio hay láminas de Velázquez manchadas de pintura. Hay un gran espejo redondo como una pupila. En él se miraba mientras pintaba. Hay dolor en Bacon. Su pintura grita. Él pintaba mirando a Velázquez y a sí mismo en una otra como pupila inmensa. Yo escribí un poema mirándolo a él. Y no sé por qué cuento todo esto. Bueno sí: el arte comparte con la vida el hecho de ser continua referencia a otra cosa. Nos miramos mirando a aquellos que antes miraron a otros. Y ay de quien cierra los ojos y cree alcanzarse contemplándose a sí mismo. Mirar es ya trascender, aunque sea al misterio del dolor.
PD: como en estos viajes solitarios uno no tiene frente a sí los ojos de nadie en quien mirarse, yo me miré en el espejo que hay al otro lado de la pared del espejo de Bacon. La escena es duchampiana. Y ocurre lo que ocurre: cuando uno se mira en solitario sale borroso. No la pongo, pero está en Facebook.