Ene
Ha muerto Ángel González
3 comentariosDurante los años que estudié en Salamanca formé muy activamente parte de la tertulia literaria Papeles del Martes, que tenía lugar en el convento de San Esteban y en Sotomayor. Una tarde, al acabar la tertulia, el poeta Salmantino José Manuel Regalado me pidió que le acompañara a una tradicional librería. Cogió la edición del año 2000 de Palabra sobre palabra y allí mismo me la regaló. Me dijo que era fundamental que leyera a Ángel González.
Efectivamente: sin que sea un poeta que me haya influido directamente, su lectura es fundamental para atravesar esa línea a partir de la cual se comienzan a percibir las posibilidades poéticas del tono menor, de la ironía, del humor... Su obra es importante para pasar de una poesía engolada o vociferante a la apreciación positiva de cuanto de poético y rítmico puede existir en el tono coloquial y prosaico. Y no como rebaja de estilo, sino como ejercicio de llaneza, una llaneza y simplicidad, lejos de lo que a primera vista parece, llenas de esfuerzo, trabajo, complejidad bien escondida.
Ángel González dijo de sí mismo: me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas. (...) Si acabé escribiendo poesía fue (...) para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero acto de vivir.
Dado que este es un blog para escuchar la voz de nuestro tiempo, ya que sin ello difícil es dialogar con nuestro siglo, les dejo con unos poemas de Teoelegía y Moral (de su libro Prosemas o menos, todo recogido en Palabra sobre Palabra). Cosas que no gustan pero están dichas. Y con todos los premios.
REVELACIÓN
Dios existe en la música.
En el centro
de la polifonía
se abre su reino inmenso y deslumbrante.
Incesante, infinita,
la creación extiende sus fronteras.
¿Qué improbable
constelación
se atrevería a brillar
más allá de sus límites?
Escalas luminosas tienden puentes
de firmamento a firmamento,
fundan el poderío de la evidencia.
Asombro.
Es la verdad:
¡Dios existe
en la música!
EPÍLOGO
Cuando el músico guarda el violochenlo
en su negro sarcófago,
el cadáver de Dios huele a resina.
INVITACIÓN DE CRISTO
Dijo:
Comed, éste es mi cuerpo.
Bebed, ésta es mi sangre.
Y se llenó su entorno por millares
de hienas,
de vampiros.