Ene
Fundido en blanco
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La semana pasada iban a quitar de cartelera la película De dioses y hombres. Sin embargo, a petición del público, la han dejado una semana más. La sala estaba repleta. Bastante gente joven, más con cara de erasmus que española. Me acompañaba mi amigo Salva. El hermano de Salva, José María, es el Provincial de los Padres Blancos en el norte de África y ya le han matado 4 frailes: cualquier día se cargan a mi hermano. Silencio, como en la película.
La película transcurre lenta. Es de esas que llamo no construidas, es decir, de las que –aparentemente- no están montadas sobre un guión visible ni conducidas por el director, sino captadas según ellas dan de sí, una de esas en las que plantan la cámara y dejan que las cosas sucedan –aparentemente, repito: el manejo del tiempo oculta una planificación y una estructura muy inteligente-. Se acerca en ello a los planteamientos del manifiesto Dogma´95: no efectos, no banda sonora, cámara única quieta o en mano… Todo nace de lo que ocurre, algo que acerca la película a una visión contemplativa de las cosas.
Y las cosas son estas y, además, son históricas: la comunidad cisterciense de un monasterio en el Atlas argelino está en el punto de mira de los terroristas integristas islámicos. Saben que pueden ser asesinados en cualquier momento y la película recoge el proceso por el que, personal y comunitariamente, van pasando hasta decidir si permanecen o se marchan a otro lugar más seguro. Se quedan.
Soy un hombre libre, dice en una conversación un monje. Y eso marca una inflexión en esa invisible estructura de la película, porque resulta que, ya que una vez escaparon de morir a manos de los integristas y ellos no cierran su trato a nadie, el ejército ve también a los monjes con animadversión. No están ni en un lado ni en otro del conflicto, así es que desde ese momento se tiene la sensación de que cualquiera puede acabar con ellos.
Al final, tras la lectura de la carta que tiempo atrás había dejado escrita el prior, en la que dice que espera ver un día en la presencia del Padre también el rostro de los hijos de Alá, incluido el de quien le quite la vida, monjes y asesinos se van adentrando en la blancura de la nieve. Todo acaba en un fundido en blanco: maravillosa metáfora.
Ya en la calle, alguien hablaba de Belén Esteban: me parecía mucho más absurdo que otras veces.