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Blog El atril

Fray Antonio Praena Segura, OP

de Fray Antonio Praena Segura, OP
Sobre el autor

8
Oct
2010

Florencia

4 comentarios

 


Vete a ver el Cristo crucificado de Miguel Ángel. Cuando yo vivía en Florencia solía visitarlorlo –me dijo Juan Antonio González Iglesias-. Así es que crucé el Arno y allí que me puse, en la Iglesia en cuya sacristía se conserva esta talla, al parecer el único Cristo crucificado de Miguel Ángel. Un crucificado desnudo para cuyo cuerpo, sin apenas musculatura, tan distinto a otras obras de Miguel Ángel, el artista se inspiró en sus estudios anatómicos de cadáveres. Un hombre vencido, un Dios hombre que verdaderamente ha muerto. Una talla emocionante, por su delicadeza y su atrevimiento frente a los modelos imperantes, fruto de una percepción espiritual honda del misterio de la cruz.

 


Pero no lo pude ver. Tras un rato rezando en la iglesia, me dispuse a buscarlo. –Padre, ¿me puede decir cómo ver el Cristo de Miguel Ángel de la sacristía? Con cara hosca y mal humor: -no sé. Hoy no hay vigilantes, enfadado con la pregunta. –¿Y cuándo vienen? –No es asunto mío, dopo mezzogiorno a lo mejor-, obligado a responder ante mi insistencia. Bueno, que salí sintiendo que este señor vestido de negro riguroso hasta las gafas y con cara de enfado no me había representado a Cristo. Y que me cuesta percibir a Cristo en el luto y en la tristeza. Y eso que me había visto un rato antes sentado en un banco de la Iglesia rezando. Podría usted -digo yo- haber pensado: este a lo mejor es un tipo con inquietud espiritual -qué sé yo- o con vocación incluso. Pero no. No vi nada que me atrajera y transmitiera la alegría del evangelio.


Por más que lo pienso, no encuentro los vínculos entre el evangelio de Jesucristo y algunas formas de presentarlo. Creo en la diversidad de modos de vivir la fe y de relacionarse con Dios, pero para llegar a Jesús a través de algunos de ellos confieso que he de hacer acrobacias argumentales. Vale, de acuerdo: no haré juicios internos. Lo mismo el hombre tenía un día difícil.


Total, que me tuve que conformar con una foto ante una foto.


Todo lo contrario me ocurrió con un padre carmelita que estaba rezando laudes en otra iglesia y que me dejó sacar fotos de esa pasada que es la capilla Brancacci aprovechando que no estaban los vigilantes. Sin flash, claro. Llevaba su hábito marrón, pero nada en él era oscuro. Pobre y austero sí, pero no oscuro, enlutado o triste.


Y en la capilla Brancacci, la mano de tres artistas que se suceden en frescos distintos. Y cada uno, discípulo del anterior -Masolino, Masaccio, Filippino Lippi-, supera al maestro y da un paso de gigante con la composición, con la perspectiva, con la penetración sicológica de los personajes, con la experimentación del color. Una lección magistral la que aprendí al preguntarme: ¿qué hace que cada autor haya superado la obra del artista que le precedió? y responderme: la capacidad de arriesgar e introducir lenguajes que divergen del maestro, elementos que hasta fueron incomprendidos y criticados. En una palabra: que, tras copiar mucho y dejarse conducir, hay que dar el salto en la dirección de la propia intuición. Porque, y eso puede también comprobarse recorriendo con detalle la historia de la pintura de Florencia, muchos que pintaron lo que y al modo en que se esperaba que lo hicieran fueron muy aplaudidos y tuvieron mucho dinero. Pero de ellos, en pocas décadas, ya nadie se acordó.

 


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lola
8 de octubre de 2010 a las 10:07

¿Y eso te extraña? Esa es la realidad, y muy bien descrita. No solo de hoy, de todos los tiempos. Tu quieres que alguien te muestre a Cristo nadie te lo mostrara, Y yoo escondo a Cristo a los demas. Es asi.¿Por favor Padre puede ayudarme a esto? ya hablaremos otro dia...o hay prisa, hay otras cosas mas importantes...antes siempre hay algo mas importante. Antes decia que era catolica, ahora veo que es mejor callar, menudo ejemplo doy....solo sirve para no mostrar a Cristo, como tu ejemplo...Yo he vivido muchos, pero no para que me enseñasen una figura , yo para el de verdad

Andrés
9 de octubre de 2010 a las 18:54

A mi también me ha pasado, creo que a todos nos pasa.

A veces te encuentras con sacerdotes así... tristes, agrios o "poco amigos"... y esto apena cuando se supone que son personas que deben mostrar a Cristo y la alegría del Evangelio (y de acuerdo que es una alegría principalmente interior... pero no tan tan tan interior que no salga a relucir, jeje)

En fin, conozco muchos casos y creo que no es ni el momento ni el lugar de contarlos... pero a veces cuando uno tiene inquietudes vocacionales y se encuentra más de uno como el que describes pues...

yolanda
10 de octubre de 2010 a las 21:36

Apariencias, si de verdad conocieramos nuestro corazon, no nos quedarian ganas de juzgar a los demas. Imaginemos por un momento que podemos ver con los ojos de Dios, como nos mira El a nosotros, que diferente serian nuestros encuentros con los demas, ¿verdad?

javier zgz
14 de octubre de 2010 a las 13:04

Yo también he tenido esa experiencia en alguna parroquia. Pienso que, en la actualidad, la mayor herejía que vive la iglesia es la herejía emocional. El tremendo desafecto entre lo que se vive en el mundo y la forma de presentar el kerigma. Primero tiramos de doctrina y catecismo y luego, si acaso, hablamos del kerigma. Consecuencia: Frialdad y distancia. Evangelio de ayer: Cumplir las leyes pero no cargueis con pesados fardos y vosotros no estáis dispuestos a mover un dedo. Más o menos.
Ciao.
N.B.: Las generalizaciones no son buenas. Cuando hablo de iglesia digo algunos miembros, algun sector,... etc.

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