Ene
Expiación (y II)
1 comentariosNo sé en qué ocasión leí o escuché de Benedicto XVI que es muy importante para un joven desear y procurar realizar algo grande, importante, en su juventud. Nada mejor contra vacíos y sin-derivas que mantener el esfuerzo por dejar algo apreciable, aportar a este mundo algo digno, una huella, incluso corriendo el peligro -¿quién puede ser joven si no?- de incurrir en la vanidad.
Yo quería haber realizado, escrito, una verdadera obra de arte antes de cumplir los 35. Y voy, jeje, camino de no conseguirlo. Por lo que, en esta vida dominicana que he tomado, tendré que consolarme con incluir ese deseo incumplido como una más de las renuncias de mi voto de pobreza. (El que no se consuela es porque no quiere).
Y lo cuento en este blog de cultura y fe –no es un blog de discusión de problemas sociales ni eclesiales...- porque me alegra y me sorprende ver que son artistas irritantemente jóvenes los que han realizado algunas de las películas más maduras y profundas que he visto últimamente. El director y adaptador de la densa y compleja novela Expiación, Joe Wright, tiene 35 años. Y más sorprendentemente aún, la que quedará como una de las mejores películas de la década, La vida de los otros, es la obra prima de Florian Henckel-Donnersmarck, y la realizó con 33 años. Claro, se trata de un tipo que desde su adolescencia ha devorado la obra de Thomas Mann, Stefan Zweig, Tolstoy, Dostoyevsky, y pierde el sueño porque no conoce más que un par de ensayos de Kleist. ¡Necesita las obras completas!
Las dos películas derrochan inteligencia y buena construcción. Consiguen ese milagro de, al final, con-fundir vida y arte. Muchas horas de lectura, esfuerzo, síntesis... En España, por ser este país de ricos nuevos que hemos llegado a ser, se nota que nos alimentamos de mala cultura –no generalizo- y nuestras creaciones son planas, tópicas, poco originales, ancladas en la trasnochada dialéctica progre versus carca y viceversa, subvencionadas... Véanse, si no, los pésimos resultados del cine español de este año.
Como expiación por tantas horas perdidas, por tantas lecturas a medias, por la falta de disciplina, por la falta de valor y riesgo, por no haber aportado una verdadera obra de arte ni a mi tiempo ni mí mismo ni a la Gloria de Dios, me dedicaré a escribir mediocres post. Y a recomendar, eso sí, las cosas buenas de los buenos de mi generación.