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Está de moda la poesía
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Hace unas semanas, la congregación de Santo Domingo de Granada me invitó a hablar, en una de sus asambleas, sobre la predicación y sus nuevas formas.
Puesto el tema en la cabeza, para la contemplación del hoy y la colecta de ideas, percibí que estaba de vuelta la oratoria. No sólo los métodos y técnicas para hablar en público, sino la oratoria en el sentido grecorromano y literario del término.
Si bien en Estados Unidos ha sido siempre un fenómeno más o menos vivo, Obama y su efecto la han manifestado. Se dice que su mejor arma en al camino a
Un papel fundamental en la grandeza de sus discursos lo ha tenido Jon Favreau, un chico de 26 años formado en una universidad jesuita y al que todos llaman el poeta, pues ha contribuido a dar a los discursos del presidente el vuelo, la emoción y la poesía que arrastra y conmueve. Ya nuestro Fray Luis de Granada decía que el objetivo de un buen sermón ha de ser conmover los afectos, cosa que él, renacentista aún, conseguía sin caer en los excesos de sus epígonos barrocos.
Favreau habla con Obama. Éste le cuenta su historia y lo que quiere decir. Y el joven lo reescribe como quien narra una historia en la que corren juntas estética y ética, biografía e historia de América y, al final de la cual, la gente siente la necesidad instintiva de aplaudir, jalear o llorar.
La poesía está detrás: en la forma de mirar lo que se dice, en el uso de imágenes verbales, en el ritmo secreto, en la lectura trascendente de los asuntos sin despegarlos de la carne.
Está de vuelta la poesía -también lo ha dicho Margaret Atwood- que es el canto de la voz en vivo. Porque nada puede sustituir a la voz de un hombre en vivo, del que es su alma. Porque en la voz están inscritos nuestro cuerpo y nuestra historia, nuestras ronqueras y derrotas, nuestras euforias y utopías, nuestras noches de juerga y nuestros silencios, la tintura de nuestros sueños y las resquebrajaduras de nuestra realidad. Porque al hablar los ojos hablan y los labios dibujan mapas, y es más difícil mentir. Hasta lo feo en ella puede ser convertido en pulpa de belleza.