Jul
Elevación de cámara
1 comentarios
En nuestro curso opcional sobre teología y cine contemporáneo hemos visto este año dos películas imprescindibles de la pasada década. Ambas concluyen con el mismo elemento narrativo: una elevación de cámara que cierra la película y que constituye su última imagen. La manera de mover la cámara es la sintaxis de una película y hay que aprender a leerla.
Sin embargo, el mismo recurso, que consiste simplemente en elevar la cámara hacia arriba, transmite en las dos películas un mensaje radicalmente distinto. En Una historia verdadera, de David Lynch, cuando Alvin Straight -el protagonista que ha recorrido cientos de kilómetros sobre su cortacésped sólo para saldar y expiar una ofensa ocurrida hace años entre hermanos- llega al final de su viaje, ambos se sientan, hermano frente a hermano; apenas se dicen nada, pero Alvin, con los ojos enrasados, mira al cielo. La cámara sube en la misma dirección de su mirada y, aunque es de día, nos ofrece la visión de un nocturno cielo cuajado de estrellas. Y es que, de niños, Alvin y su hermano solían tenderse sobre el heno para contemplar las estrellas sobre las amplias llanuras de la América profunda. Una simple elevación de cámara nos evoca la recuperación de la infancia –no puede haber artista sin infancia- y la consumación del perdón, insertando este hecho concreto y fraterno en una dimensión de alcance universal e infinito.
En la otra película analizada, Bailar en la oscuridad, de Lars von Trier, al final de la asfixiante y demoledora escena del ahorcamiento de la protagonista, Selma, que es inocente, escena en la que von Trier a la vez culmina y rompe todos los mandamientos que rigen el movimiento Dogma 95, la cámara vuelve a elevarse desde la sala de ejecuciones y el patíbulo hacia el techo. Pero en este caso muestra sólo oscuridad, opacidad, muro de muerte, sinsentido absoluto más allá del cual no hay palabra ni vida ni justicia ni belleza ni esperanza.
Dos escenas símbolo de nuestro tiempo. Dos testimonios artísticos imposibles de ignorar. Dos finales antagónicos. Dos miradas diferentes que dan cuenta de dos actitudes ante las que el hombre de nuestro tiempo ha de optar: agonía fatal o esperanza infinita.
Me quedo con las dos. Por la esperanzada opto. Pero no podría calibrar su alcance infinito sin tener presente y haber experimentado hasta la nausea lo que Bailar en la oscuridad ha filmado para nosotros.
Aquí os las dejo.