Jul
Elefante blanco
5 comentariosAquí estamos de nuevo después de unas semanitas de parón.
Hace unos días me decía alguien que “Actos de amor” le había reconciliado con un cristianismo de corte humanista con el que tiempo atrás tuvo cierta sintonía. La deriva de las cosas había propiciado su distanciamiento, pero estas palabras habían avivado un ascua que él creía extinguida.
Estos días de verano son una buena ocasión para reencontrarnos con esas tres o cuatro cosas que fundamentan nuestra vida. A mí me ha ayudado “Elefante Blanco”, la película argentina que encontramos estos días en cartelera y que ha sido un éxito de público y crítica en el país austral.
Es la historia de dos sacerdotes que, tras sobrevivir a una matanza, se instalan en una de las villas pobres y violentas de Buenos Aires. Allí, junto a Luciana, una asistente social, realizan su vocación religiosa unida a su vocación humana, que coinciden.
Pero la historia no es sólo el relato de una lucha social, no es sólo el retrato de los invisibilizados por su pobreza, no es sólo el testimonio de una vocación religiosa. Es, además, una incursión en los problemas de la existencia humana en su más realista concreción. Es la muestra de que una auténtica experiencia religiosa lleva consigo una auténtica experiencia humana: toca, cuestiona, replantea nuestra manera de estar en el mundo.
La película alude a la tarea del Padre Mújica, un sacerdote en proceso de beatificación que llevó a cabo una intensa labor social en los arrabales de la miseria argentina y que fue asesinado en el ejercicio de su ministerio. “Ayúdame a vivir para ellos, ayúdame a morir por ellos” era su oración. Esta historia filmada no es sino un paralelo, en otras coordenadas –la violencia tiene formas diferentes; nuestro amor es el mismo- de lo que fue la vida del P. Carlos Múgica, quien, entre otros escritos con los que estaría bien retirarse al más profundo silencio para fortalecer el compromiso de nuestra fe, porque la fe no puede ser sino comprometida, decía también:
“Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no. Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre. Señor.”
Recomiendo más que encarecidamente esta película. Ha sido un golpe de aire fresco del Espíritu.
Y -paradojas- fui a verla con una amiga que no cree, pero con quien me une un profundo amor a nuestra atribulada condición humana. Gracias, amore, por dejarme caminar a tu lado.