Sep
El público
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Me envía mi vecino de blog, Martín, unas páginas que ha considerado de mi interés. Se trata de unos párrafos del libro La estrella de la redención, de Franz Rosenzweig, en los que se aborda la relación de la obra de arte con el público:
“¿Quién tiende, pues, el puente entre la obra y el autor?... ¿Quién es entonces el que tiende el puente por el que la obra se traslada desde su aislamiento desamparado a un espacioso hogar humano del que ya no puede ser arrancada y en donde coincide con muchos semejantes suyos que allí viven juntos perdurablemente? Este lugar en que las obras fundan una existencia ancha, viva y perdurable en lo bello (…) es el espectador.”
Una obra de arte, sea el artista consciente, lo pretenda o no, es un acto de comunicación y no hay comunicación sin receptor. Por eso se expone un cuadro o se publica un libro:
“Sólo al espectador le habla. Y sin el espectador carecería de efectos duraderos en la realidad. Produciendo lienzos pintados, piedras esculpidas y hojas escritas no es como pasa verdaderamente el arte a la vida real… Para pasar a la realidad debe el arte recrear hombres”.
Coincido con la experiencia que Rosenzweig constata. Durante 4 años se me ha ido cuajando un poemario y ya siento la necesidad de desprenderme de él. Tengo dos ofertas de publicación por parte de instituciones públicas. Pero, buscando llegar a más lectores, quizá intente buscar alguna editorial con cierta distribución. De todas formas ya sé lo que me espera, pues, respondiendo a mi pregunta sobre cómo mejorar el libro tras su paso el pasado año por un famoso premio, me decía la miembro de un jurado: “mira, desengáñate, se puede hablar de todo, de Buda de Mahoma y de Lao Tse, pero de Cristo ni se te ocurra. Yo lo publicaba sin cambiar una coma, pero si lo vas a enviar a algún premio más, disimula lo que eres, porque, además, los ánimos están crispados”.
Lo paradójico es que el libro no es religioso. Habla del amor en todas sus vertientes con un lenguaje completamente contemporáneo, cercano a voces que no serían del agrado de quien espere “algo religioso”.
De ser cierta la observación que me hacían, la aspiración comunicativa que durante 4 años se ha concentrado en este libro tendría que frustrarse… o traicionarse.
Sin embargo estoy feliz en esta situación. Algún crítico y algún poeta de los que más admiro se han mostrado entusiasmados con el libro.
Ahora he de asumir la decisión que sin querer ya ha sido tomada dentro de mí. Y, lo mejor, durante estos años he pasado una vez más por lo que dice Rosenzweig:
“Si bien es cierto que uno puede ser hombre sin hacer poesía, solamente puede llegar a ser hombre si hubo una vez en que se dedicó a hacerla”.