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El Papa y los artistas
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Leo las palabras de Benedicto XVI a los artistas en el reciente encuentro que ha mantenido con ellos en la Capilla Sixtina. Varias cosas me perecen destacables.
En primer lugar, que al encuentro estuvieran invitados artistas de otras religiones y también agnósticos y ateos. Me parece un importante gesto para romper ghetos y para que estas palabras no sean dirigidas a los de siempre, a los de dentro, a los que ya creen. Y ello porque todavía algunos, pensando que así son más fieles a su fe, se extrañan y hasta escandalizan cuando realizamos tareas en colaboración con personas de distintas creencias, ateos o con quienes, simplemente, comparten la admiración y hasta la fe por Jesucristo pero, en algunos aspectos, encaminan sus vidas por sendas que no son del todo las marcadas por la Iglesia.
También me gusta el recuerdo que se hace de Juan Pablo II, al que llama artista, pues él mismo era poeta y fue actor de teatro. Y especialmente llaman mi atención las repetidas alusiones a Pablo VI y a sus las palabras, a las que se dedica más de un extenso párrafo. (Señalemos, en este punto, que en la Encíclica Caritas in veritate las citas de Pablo VI son más que abundantes; algún capítulo incluso no hace sino recordar y glosar al papa Montini).
Siguiendo a Pablo VI, me encanta la relación que Ratzinger entabla entre belleza y esperanza; su afirmación, comentando el fresco del Juicio Final, de que la historia de la humanidad es movimiento, tensión y ascensión hacia la felicidad que no cesa. E, igualmente, me gusta que señale que el Juicio Final es también una llamada profética al hombre para no dejarse seducir por el mal haciendo que la historia se precipite hacia lo peor.
Habla, con toda razón, de cómo la belleza golpea al hombre para abrirlo y sacarlo de sí hacia el otro y hacia el infinito. Y me parece genial que señale que belleza no es ni fuga irracional ni esteticismo, pues creo que muchos de quienes recelan del valor de la belleza en el fondo la confunden con el esteticismo. Quizá me gusta menos que meta en el mismo saco la transgresión cuando advierte que esta visión superficial de la belleza a veces no hace sino oscurecer al ser humano. Por el contexto se entiende que el papa toma por transgresión lo que es, burdamente, obsceno, prepotente, simplemente ostentoso, activador de la voluntad de poder y de la explotación del otro… Pero creo que la transgresión, en un sentido más estrictamente artístico, es necesaria si se entiende bien: ¿no fue el mismo Miguel Ángel transgresor en sus frescos de la Capilla Sixtina? Lo fue, y criticado por sus desnudos, los gestos de sus personajes… etc.
Transgredir, en sentido artístico, es una forma de ensanchar los márgenes de la expresión. Ir a la busca de nuevas experiencias para ofrecerlas a los demás. Sacar de sí, lo que suele conllevar un previo salir de sí. Puede a veces acertarse o no, pero sin riesgo nada se consigue. Y si, como señala el Papa, la fe no resta nada a la capacidad artística, tampoco ha de suponer una especie de miedo, sino, por el contrario, un acicate valiente para explorar tierras difíciles, lenguajes y expresiones distintas a los que, de otra forma, quizá nunca llegaría el Evangelio.