Jun
El gran Gatsby
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Tras algunos meses sin pisar un cine, he ido a ver la versión de Baz Luhrmann basada en “El gran Gatsby” de Scott Fitzgerald. Ni el director ni el protagonista me atraían mucho, pero tenía curiosidad por ver cómo era llevaba al cine la novela por parte de un realizador de conocida vocación espectacular y popular.
Y bueno, se suponía: saturación –esa es la palabra- de elementos visuales y efectos demasiado evidentes. La originalidad de conformar una banda sonora con canciones años 20 y golpes contemporáneos –house, jump-style, trance- proporciona momentos brillantes y el vestuario es espectacular. Pero esos logros no trabajan al servicio de una película como tal: es un amasijo.
Con todo, la película me ha recordado alguno de los temas que se encuentran en la novela. Por ejemplo, ese lugar en el que se siente el escritor ante la realidad: dentro de ella y a la vez fuera de ella. Es la experiencia de estar viviendo en medio de lo que ocurre pero, a le vez, fuera, desde un punto más o menos distanciado desde el que se observa y se narra.
Otro tema que me ha recordado es el del amor como motor de todo lo que hacemos, aun cuando no sea evidente, ni siquiera para nosotros mismos, que lo hacemos por amor. Un amor que algunas veces la persona amada no merece, algo de lo cual el último que se da cuenta es quien ama con una esperanza que nunca se rinde, ni ante la mayor de las evidencias.
Y, relacionado con ello, la esperanza que, pese a que pueda parecer lo contrario, es más fuerte que el convencimiento. Porque el convencimiento puede ser bastante descorazonador, ya que no todo lo que sabemos que ha de ser de una manera nos procura el consuelo y la dosis de vida suficiente como esperarlo. La esperanza se sustenta en la memoria y el deseo. El deseo de que vuelva a ser lo que una vez ya fue.