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El arte de la telebasura
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Este pasado verano tuve la ocasión de ver alguno de los programas que ponen en la tele después de mediodía.
En esos días de asueto pude comprobar la calaña de algunos de los programas que llenan las distintas cadenas televisivas y, francamente, con alguno de ellos quedé horrorizado. Se trata de los programas de cotilleo o del corazón. Uno especialmente me espeluznaba; uno que ya no se llama El tomate (o algo así) sino que tiene otro nombre que ni recuerdo y que ni aunque recordara diría, pero que me pareció la basura de todas las basuras. Su impresentable presentador y su contertulia se dedicaban a airear las miserias más míseras de la vida de los enemigos de la susodicha contertulia, la cual, histérica, violenta, resentida, maleducada, sin gracia (hay maleducados con gracia), soez y demás etcéteras, aireaba trapos sucios –o los inventaba-, amenazaba, tenía ataques de histeria, de delirio… de todo.
Todo era indignante, sucio, rastrero. El presentador le preparaba el terreno y, escondiendo la mano y bajo un aspecto de falsa dignidad, a su manera la azuzaba.
Pero hacían las delicias de los espectadores y su trama parecía una de las aventuras más importantes del verano. ¿Cómo pueden los espectadores soportar esto y alentarlo con su audiencia y sus sms? No hagamos juicios. Supongamos, benévolamente, que la cosa al menos les divertía.
Pero el colmo es que al presentador le han dado un premio televisivo. Uno de esos premios que crean las cadenas para ponerse estrellas y patrocinar su excelencia, que ellas se guisan y ellas se comen.
Lo más sórdido era leer las declaraciones del presentador premiado, quien defendía que lo que él y su programa hacen no es telebasura, término ya desfasado, sino “realismo sociológico posmoderno” (o algo parecido).
Sobra decir más. Seguro que alguien hasta lo defiende como una nueva manifestación artística. Bueno, vale, pero recordemos que el sainete ya está inventado. Sólo que no ensucia a nadie ni escarba en las basuras de las personas para venderlas en shares de pantalla tan rentables.
Y tampoco digamos nada de lo que eso refleja de nuestras propias vidas.