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Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo me estoy poniendo muy malito
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(Demasiado largo para el blog, para quienes habéis sugerido que suba el texto a Internet)
Todo se desmorona; el centro cede;
la anarquía se abate sobre el mundo,
irrumpe la marea ensangrentada, y por doquier
se anega el ritual de la inocencia;
los mejores están sin convicción, y los peores
llenos de apasionada intensidad.
W. B. Yeats
El centro cede, pero ¿dónde está el centro? Parece que nadie quiere decirlo. En realidad, parece que si lo haces quedas mal. Si eres un intelectual o un artista, escribes “humanismo cristiano” y en algún foro o mentidero habrá una boca torcida resistiendo la risita o mordiéndose el labio.
Pero “qué”, la cosa es el “qué”. Dicen que falta “algo”, que hay una especie de agujero, pero no se dice qué, ni siquiera aproximada, presuntamente “qué”.
Leo en estos días citas como estas: “se trata de un fenómeno muy complejo en el que intervienen muchos factores, entre los que destacan la exclusión social, la marginación, la crisis de identidad, la falta de oportunidades y la ausencia de un sentimiento de pertenencia y de un proyecto de vida. La gente que se radicaliza en los países occidentales es porque está buscando alternativas y un sentido a su vida.”
Ante ese vacío de referencias y existencial, surgen discursos, como los de Estado Islámico, capaces de ocuparlo todo, señalan algunos expertos: “Les ofrecen una identidad. Les proporcionan la pertenencia a un grupo, un proyecto de comunidad. Les dan una bandera a la que agarrarse, una opción de reconstrucción personal: deja atrás tu vida de desastre que con nosotros estarás mejor.”
Leo también: “hay algo más, algo contra lo que las sociedades occidentales no están actualmente en condiciones de competir. Les dan un arma y les ofrecen ser los protagonistas de una acción. El suyo es un discurso fascinante con una efectividad brutal, y da mucho miedo ver que convence mucho más que los discursos de Occidente. Nosotros, como sociedad, no estamos llegando, hay que elaborar argumentos y discursos mucho más potentes.”
Nuestro discurso líquido da paso a un hombre líquido; a veces pasa a gaseoso; y, alguna vez, ese gas se vuelve inflamable y hasta estalla. La alternativa consumista y superficial de Occidente, la banalidad de un Telecinco –por poner un ejemplo- saciando los más pornográficos instintos humanos, a saber, los que se refieren a la sentimentalidad, chismografía y demás casquería cuché, no deja de ser un sucedáneo que ciega, encancera y pervierte la inteligencia.
Pero, volviendo al “quid”, una de las causas de la radicalización yihadista de jóvenes occidentales sería la ausencia de fundamento, arraigo, proyecto vital. Algo no tan distinto de lo que le ocurre a un joven que acaba en un grupo radical extremo. Como leo en un grafiti, “Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo me estoy poniendo muy malito.”
El fin de la modernidad política, la desintegración de las creencias cristianas, el pastiche posmoderno pleno de incongruencias y contradicciones al que esa desintegración ha conducido, ofrece un caldo de cultivo propicio para la radicalización. Dame una causa, dame un culpable, dame un lugar en el mundo y dame un Dios.
Pero Europa, especialmente España –corrijo: muchos intelectuales españoles que tratan de compensar un complejo sicosocial más o menos inconsciente de nacional-católico diciendo “yo más que nadie”, que viven con una cierta tortícolis mirando más hacia el pasado inquisitorial que al futuro construido sobre valores constructivos, aunque provengan del cristianismo- se siente acomplejada de reconocer que a lo mejor el fundamento perdido es precisamente el del humanismo cristiano.
Gran parte de la Iglesia ha ayudado poco y hasta ha sido un obstáculo. O se encierra en la sacristía, o se cierra al diálogo. No siempre ni todos: no puedo en este espacio evitar generalizaciones.
Sin embargo, cuando yo digo “humanismo cristiano” tengo presente que el cristianismo vivido por numerosas personas ha supuesto un avance en los derechos humanos y un sustrato real en la construcción de un mundo más justo. Por encima, contra, más allá, sufriendo la persecución tantas de veces de la misma iglesia, pienso, por ejemplo, en Hildegarda von Bingen, Margatira Porete, Catalina de Siena, el Alberto Magno científico y filosófico, la sospechosa Teresa de Jesús, el Juan de la Cruz poeta del amor, Erasmo, Francisco de Asís, Bartolomé de las Casas, Teresa de Calcuta o el acosado internamente papa Pablo VI. Pero, sobre todo, en los miles y miles de hombres y mujeres de buena voluntad, gentes de paz, que han sido los verdaderos garantes de la fidelidad al Evangelio a lo largo de la historia y han sido sal y luz de su tierra y de su tiempo.
Yo no apelo a una Europa cristiana. Entre otras cosas porque un verdadero humanismo cristiano defiende la independencia y separación entre identidades sociales y religiosas. Pero sí señalo un olvido, un complejo y un vacío. El miedo a poner nombre a la cacareada ausencia de sentido y una solapada cristianofobia.
Yo canto “La Marsellesa”, pero reconozco que se me queda corta. De las revoluciones emprendidas, libertad, igualdad, fraternidad, es la fraternidad la que apenas ha comenzado.