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Diálogo de la moda y de la muerte
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Alguna de las cosas más importantes de los viajes es volver con el corazón renovado en la amistad y la maleta llena también de sus libros.
Uno de los que se ha venido conmigo desde Salamanca es “Diálogo de la moda y de la muerte”, la traducción de Antonio Colinas de las “Operette morali” de Giacomo Leopardi.
Se trata de una serie de los humorísticos y a la vez despiadados diálogos que Leopardi pone en boca de diferentes personajes, imaginarios unos, históricos otros, con un peculiar estilo satírico. Aunque el más famoso es el que da título a la traducción, me ha llamado especialmente la atención el “Diálogo de Cristóbal Colón y Pedro Gutiérrez.”
En un momento de cansancio y de dudas acerca de la posibilidad de avistar tierra en la travesía hacia el Nuevo Mundo, estos dos personajes dialogan en torno a la aventura emprendida y el sentido de la misma en un momento en que parece abocada al fracaso:
“Aunque esta navegación no nos produzca otro fruto, me parece utilísima, porque durante algún tiempo nos tiene libres del aburrimiento; nos hace amar la vida y apreciar otras cosas que, de otra manera, no tendríamos en consideración.”
A pesar de ser el poeta del pesimismo, Leopardi –con buena dosis de ironía- rescata el valor de la esperanza y la forma en que esta nos hace valorar aquellas cosas que de ordinario no estimamos:
“Se cree, comúnmente, que los hombres de mar y de guerra, estando cada poco en peligro de muerte, tienen en menos estima la propia vida que los demás la suya. Yo, por la misma razón, creo que pocas personas tienen tanto amor y aprecio a la vida como los navegantes y los soldados.”
Leopardi, por boca de Colón, recuerda esos bienes de los que, poseyéndolos, no cuidamos y que son, sin embargo, queridísimos para los navegantes por el hecho de verse privados de ellos:
“¿Quién situó jamás entre el número de los bienes humanos el tener un poco de tierra que le sostenga?”
Todo esto, responde Gutiérrez a Colón, es muy verdadero, aun cuando no deje de ser una especulación que nunca se cumpla. Colón entonces enumera los signos que, siendo aún débiles, todos juntos le permiten seguir esperando el avistamiento de tierra firme:
“”De unos días a esta parte la sonda toca fondo, y el tipo de materia que arrastra me parece un buen indicio. Hacia la tarde, las nubes alrededor del sol se muestran de otra forma y de otro color que las de los días anteriores. El aire, como puedes apreciar, es más dulce y suave (…). Añada a esto aquella caña que iba flotando por el mar y que mostraba haber sido cortada hace poco (…) Las bandadas de pájaros, aunque otra vez me han engañado, ahora son tantas las que pasan y tan grandes, y de tal manera se multiplican de día en día que bien puedo basar en ellas mis esperanzas.”
Hemos tenido esperanza. Hoy el sol brilla distinto. Las bandadas de pájaros vuelan más bajo. Alguien llega.