Dic
Devastaciones
1 comentariosTengo la malísima costumbre de doblar la esquina de las páginas que me gustan. Sé que no queda bien, pero tiene la ventaja de que, cuando quiero releer algo, voy a tiro fijo directamente a los poemas que en algún momento me gustaron o marqué como mejores. El último libro que me ha llegado no tiene ninguna esquina marcada: tendría que doblarlas todas o, simplemente, estrujarlo emocionado.
Se trata de El paladar a la intemperie, de Antonio Sánchez Zamarreño. El poemario da cuenta de las desapariciones sucesivas del padre y de la madre. Es un libro transido de emoción, pero de una emoción siempre literaria y en ningún momento plegada al sentimentalismo, al efectismo o a la exageración.
Zamarreño escribe por eliminación, dejando que, de lo mucho que intuimos que ha escrito, al final quede sólo una minúscula parte, la mínima, la imprescindible. Escribe borrándose.
En la dedicatoria me desea que la devastación de sus páginas no reviva mi propia devastación doméstica, la que conté en Poemas para mi hermana. Tengo que decir que en mi libro hay una devastación que no sabía contar, y que por eso tomé un camino elíptico sobre ella, narrando otra devastación, fingida –pero verdadera en su verdad-, que sí me permitía dar cauce literario a la realmente ocurrida y que las palabras nunca pudieron expresar. Cada vez que revivía la, digamos, "histórica", sólo una imagen recurrente acudía a mí: estoy en un espacio cuajado, rodeado, de cristales y yo, con una pala en las manos, los golpeo, los rompo, los hago trizas brutalmente. Como eso nunca me permitió contar directamente la historia, la cual no lograba nunca ser plasmada en poesía, elegí otro camino para contarla, uno que no me remitiera siempre a los cristales rotos cayendo sobre mí e hiriéndome la garganta.
Pero el poemario de Zamarreño sí que arde. Cuenta la devastación y devasta sin nunca consumirse ni consumirnos. Y ello realizando el milagro literario de recoger en sí lo mejor de la tradición, desde los clásicos latinos a Lorca o Valente, pasando por la poesía popular española. ¿Puede un poemario ser histórico y metafísico a la vez, dar cabida tanto a la absoluta oscuridad como a la luz más transparente, al dolor rayano en la locura junto con la más hiriente cordura, a una esperanza que tanto mayor es cuanto más valiente, bravamente, lidia con la propia desesperación que toda fe y esperanza verdaderas llevan en sí...? Sí, lo puede. El Paladar a la intemperie lo demuestra sin tener necesidad de demostrar nada, sino atreviendose con toda la nobleza al ser y al no ser de que esta hecha la condición humana.
El formato del blog me desaconseja decir más. Un libro definitivo del que les dejo algunas huellas:
ZORZAL QUE FUE REGAZO MÍO
Será bella la muerte en tu regazo:
un zorzal aterido, por ejemplo.
NANA PARA DORMIR A UNA MADRE
Cantaba el autillo.
Cantaba y cantaba.
-Madre, no te duermas
que el autillo canta
con canto tan recio
que espesa las ramas.
-No me duermo, no:
es la Ensimismada
que viene a buscarme
y está entrando en casa.
-No te busca a ti,
madre de mi alma.
Tú eres aún pequeña,
rota como agua,
núbil como cisne,
tenue com dalia.
No querrá la muerte
presa tan menguada.
Es a mí a quien busca
y voy a esperarla.
-No la esperes, hijo,
que a mí me llamaba,
pues tiene la muerte
boca delicada:
aquí, flor de harina,
allá, flor de nata;
aquí, luz de espuma,
allá, luz de ala.
Soy yo a quien desea
muy bien deseada.
-No te duermas, madre,
que ya viene el alba:
mira las colinas,
mira las vaguadas:
tienen un cogüelmo
de sal plateada.
-No confundas, hijo,
el sol con la nada:
el alba sería
mucho menos blanca:
eso que reluce
sólo es mi mortaja.