May
Déjame entrar
4 comentarios¿Por qué somos malos? Supongamos que nos alimentamos de sangre, que somos vampiros y esa es nuestra naturaleza sin otro remedio que el que alguien nos clave una estaca en el corazón o nos exponga a la luz del sol hasta que estallemos en fuego.
¿Quién puede entrar en la vida de un vampiro sediento? Supongamos que sólo quien no lo sabe, quien lo ve con inocencia, quien no le tiene miedo. Y, cuando sepa que es un ser que vive chupándole la sangre a la gente ¿quién querrá seguir siendo su amigo?, ¿quién lo dejará entrar en su vida? ¿Es la tendencia al mal realmente irremediable, irredimible?
Estas preguntas son sólo una forma de abordar la película Déjame entrar. Porque la película no se presta a la reflexión: no está hecha para ser pensada, sino sólo tragada. Pero eso sí: como se traga un dulce caramelo terrorífico. No sabes lo que te comes hasta que, dentro de ti, comienza a desleír un ácido tan frío que te deja los ojos congelados.
El trabajo del sueco Tomas Alfredson es una peli de vampiros, pero es una vuelta de tuerca al género y, por ende, nos lleva a algo más: la incomunicación, la amistad, el amor, la incomprensión, la maldad consentida frente a la maldad como enfermedad.
Y, cinematográficamente hablando, de un estilo heladamente inconfundible que hace ver que la capacidad de emocionar y horrorizar en una misma escena es cosa de la inteligencia y del saber narrar, y no de los trucos o los efectos especiales.
La crítica la ha aclamado ya como una de las mejores películas de terror en décadas.Pero en este blog, sin ponernos pedantes, digamos con Heidegger: sólo un Dios puede salvarnos.