May
De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall
3 comentariosTambién para estas cosas sirve Facebook, para estar de pronto conversando con alguien que, de puro mito, pensabas que no existía.
Pongo en antecedentes. Cuando alguien joven me pide consejo respecto a su poesía o me pregunta si tengo algún problema en leer sus inéditos y darle mi opinión, suelo hacer dos cosas.
La primera, decirle que yo no entiendo de esto, que no provengo del mundo literario, que me dedico a otra cosa. Que mi opinión será sincera, pero que no me haga mucho caso.
La segunda, si la cosa sigue adelante, es recomendarle, si no lo conoce, un libro que para mí fue decisivo no tanto por su influencia como por las reacciones creativas que es capaz de despertar. Se trata del poemario “De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall”, de Blanca Andreu.
Este libro es uno de esos casos que, como “Don de la ebriedad”, de Claudio Rodríguez, forma parte de la historia del premio Adonáis. En un particular estilo surrealista, su fuerza radica en que, tras leerlo, no escribimos de la misma manera. Se desata en el poeta una forma diferente de asociar realidades, de concebir imágenes, de adjetivar las cosas. Sus poemas nos ayudan a romper la lógica de las estructuras hechas, de las obviedades heredadas con las que nos expresamos normalmente y que, al entrar en contacto con un lenguaje y una imaginería inesperada, quedan desenmascaradas y nos parecen insuficientes en comparación con un nuevo mundo y un nuevo lenguaje por explorar.
Se trata de pura poesía (que no de poesía pura). “De una niña de provincias…” me recuerda a esos ejercicios absurdos, exagerados y desconcertantes que realizamos cuando estamos preparando, por ejemplo, una obra de teatro. Dejas de llevar las riendas, dejas fluir sensaciones escondidas en ti, te expones a lo irracional e irreal, desatas el lenguaje, pero, tras esta experiencia, aun cuando estés trabajando en una obra clásica, ya no eres el mismo: han aparecido nuevos recursos, nuevos registros, nuevos movimientos y tonos que ni siquiera sospechabas que pudieran estar en ti. Es una forma de llevarnos a los límites del lenguaje para, al volver a los reductos del lenguaje, no ser los mismos.
Por más que señalemos los inconvenientes de las redes sociales –nuestras soledades y nuestras vanidades expuestas al ridículo, cuando no al mero vacío-, al final uno se queda con las oportunidades que nos brindan si, de pronto, estás conversando en ellas con una poeta que, de tan mítica para ti, pensabas que vivía en otro mundo. Y para colmo te dice, sin que tú saques el tema, que “hoy en día los que creemos en Dios es como si fuéramos tontos o estuviéramos locos. Y es posible que seamos tontos o estemos locos, pero ello no obsta para que Dios exista”, para terminar con la cita de Pasteur: "un poco de ciencia aleja de Dios. Mucha ciencia lo acerca."
Blanca Andreu me ha dado permiso para citar esta conversación. Y, como la primera vez que la leí, supone un soplo de libertad y de diferencia para tratar con el mundo y el lenguaje.