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"Culpa" y circunstancia
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Con ocasión del día de la mujer, la asociación Concilyarte ha organizado un recital en el que hemos participado artistas de diversas disciplinas. Una de las actrices, cuyo nombre no recuerdo, recitó este poema de Ángela Figuera. Quizá por la forma de leerlo, me pareció escucharlo por primera vez.
Tres cosas.
Una, que Ángela Figuera escapa en gran manera a los tópicos en que cayó parte de la última poesía social precisamente porque no escribe desde la finalidad o intención del poema, sino desde el interior del poema mismo, desde la propia vinculación y desde la libertad de la diferencia.
Dos. Que las circustancias, la ocasión y hasta la compañía en que escuchamos el poema es fuente de una experiencia nueva, por más que conozcamos la letra. O, de otro modo: que algo tan temporal y concreto como es la circunstancia en que un poema es escuchado puede, paradójicamente, tener relación con lo que sería “el espíritu del poema”.
Tres. La forma de leer sí importa. No defiendo la manera retórica, impostada, teatral de recitar un poema, tantas veces artificial y empalagosa. Pero tampoco la manera fría, aséptica con que en una época reciente se ha recitado y que, en el fondo, me parece una rémora de la profesionalización de la literatura, una manera más de academicismo. La poesía nace con el canto, ligada al ritmo y a la respiración; está más cerca de lo orgánico y lo entrañal que del frío papel y del sesudo distanciamiento.
En todo caso, el arte verdadero permanece y de su mismo meollo surte la intensidad o la distancia que lo hacen actual, precisamente por no pretenderlo. Quede, siempre, el poema:
Culpa
Si un niño agoniza, poco a poco, en silencio,
con el vientre abombado y la cara de greda.
Si un bello adolescente se suicida una noche
tan sólo porque el alma le pesa demasiado.
Si una madre maldice soplando las cenizas.
Si un soldado cansado se orina en una iglesia
a los pies de una Virgen degollada, sin Hijo.
Si un sabio halla la fórmula que aniquile de un golpe
dos millones de hombres del color elegido.
Si las hembras rehuyen el parir. Si los viejos
a hurtadillas codician a los guapos muchachos.
Si los lobos consiguen mantenerse robustos
consumiendo la sangre que la tierra no empapa.
Si la cárcel, si el miedo, si la tisis, si el hambre.
Es terrible, terrible. Pero yo, ¿qué he de hacerle?
Yo no tengo la culpa. Ni tú, amigo, tampoco.
Somos gente honrada. Hasta vamos a misa.
Trabajamos. Dormimos. Y así vamos tirando.
Además, ya es sabido. Dios dispone las cosas.
Y nos vamos al cine. O a tomar un tranvía.