Dic
Copia certificada
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Después de los mercadillos toca ponerse un poco pedante, pero es que tenía ganas de verla y al fin he llegado a tiempo antes de que la quiten de la cartelera.
Se trata de la última película de Abbas Kiarostami, Copia certificada, que ha rodado fuera de Irán y libre de la censura del régimen de los ayatolás; aunque da igual: no hay nada que censurar y Kiarostami se mantiene fiel a sí mismo esté en Europa o en Persia.
A pesar de que no es una película recomendable para cualquier espectador, no puedo dejar de decir que me ha seducido.
El argumento es muy sencillo: un escritor acude a un pueblo de la Toscana a presentar su último ensayo y allí una admiradora, una galerista francesa (Juliette Binoche), se ofrece para hacer de cicerone por la zona. El libro del escritor trata sobre las copias de obras de arte como obras que tienen valor por sí mismas. Esta idea del valor de la copia va poco a poco tomando la película y la relación que se establece entre los protagonistas, pues, en un giro mortal que el espectador acepta de buen grado y acaba creyendo, ambos se hacen pasar por el matrimonio que no son.
Da igual lo que ocurra, porque lo que es ocurrir, como es habitual en Kiarostami, no ocurre nada. Tan sólo nos adentramos por una experiencia: la de que la nuestra es la copia de una realidad perdida. Estamos más vivos en la copia de nuestra vida que en el original de la misma, porque ¿cuál es nuestra vida original? Es posible que se haya perdido o, más exactamente, que jamás haya existido, pues es nuestra vida mismamente la copia que nosotros hacemos de ella, esa realidad o ese ideal que no existen.
Vivimos en el reflejo de algo que se perdió. O quizá somos el reflejo de algo que nunca ha sido. La copia que hacemos de nuestra propia historia tiene valor porque es lo único que hay de nuestra propia historia.
En realidad la misma película es la copia de otra película (Te querré siempre, que rodara Rossellini), pero da igual si jamás hemos visto esa película, porque nada nunca se repite y lo que fue jamás volverá ya a ser.
Hay muchas lecturas posibles de esta cinta. Por eso es tan grande y tan inquietante. Y además está Juliette Binoche, inconmensurable, maravillosa, bellísima cuanto más madura, entera, misteriosa… mirando tan profundamente a la cámara que parece que es la película quien te ve, quien te filma a ti. Un merecidísimo premio a la mejor actriz en Cannes, contemplado, además, en compañía de otra excelente actriz: gracias Yolanda.
Y luego está esa escena final en que el protagonista se mira en el espejo y sabe que está mirando a otro y que alguien que un día fue lo está mirando, y apaga la luz, y se retira del espejo, y sólo vemos tejados y una espadaña donde suenan campanas y sabes que la muerte está al fondo de todo.
No estamos en nuestra propia película y, sin embargo, no tenemos otra película; nuestro amor no ha sido tal más allá de la copia perfecta de un amor que vete tú a saber dónde está; nada ha sido mentira porque una copia no es nunca una mentira, ni tan siquiera una versión de las cosas, sino las cosas. Todo es reflejo de otra cosa, pero qué, en la mirada de quién.