Ene
Con ánimo de concordia
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En esta noche de una calma tan extraña que no es calma, sino la certeza de que has sido vencido, vuelvo a encender la tele y encuentro en Televisión Española una miniserie que me ha gustado: Tarancón. El quinto mandamiento.
No voy a entrar en valoraciones históricas o políticas; sólo quiero subrayar la calidad de este proyecto desde un punto de vista que relacione arte y ética, forma y contenido.
No son pocas las películas sobre personajes importantes desde el punto de vista religioso (San Francisco de Asís, Santo Domingo, Juan Pablo II…). Ante ellas, como realizaciones artísticas, me interesa la forma de narrar. Si el tono de la película, el “tufo” del relato o el enfoque del personaje me parecen almibarados o no hallo relación entre la realidad de las cosas y el modo de contarlas, aunque históricamente todo sea correctísimo, se crea en mí un cierto rechazo.
Esta miniserie sobre el Cardenal nacido en Burriana me ha sorprendido por su realización libre de afectación. Se libra de la impostación discursiva que suele amenazar a este tipo de proyectos. Creo que esquiva bien la tentación del efectismo y de los recursos cinematográficos más manidos, comenzando por la pretensión de querer decirlo todo y por la de querer hacer caer bien el personaje a toda la audiencia. También en una buena narración menos es más. Optar, elegir, nos arroja como beneficio el decir incluso más que si se tratara de contar cada detalle o justificar cada comportamiento.
Pero, con todo, el rasgo que considero más sobresaliente en este proyecto televisivo es el de traducir bien a la pantalla, con una acertada integración de forma y contenido, una cualidad del personaje: la de armonizar equilibradamente en su persona su dimensión humana y su dimensión religiosa.
En un uno de los diálogos, cuando otro prelado expone al Cardenal Tarancón que a veces uno cree que humanamente debe seguir unas opciones mientras la condición religiosa le exigen otras, éste responde que en él las convicciones humanas y las religiosas están unas muy cerca de las otras.
Soy en esto tomista y estoy convencido de que la gracia no destruye la naturaleza sino que la perfecciona. Me espantan los comportamientos religiosos que se superponen a nuestra humanidad hasta irla haciendo poco a poco apagarse.
Creo que esta convicción no sólo es válida para la vida y la fe, sino también para cualquier arte.
En este caso, en el tratamiento artístico del personaje, creo que ha ayudado mucho la forma en que el actor lo ha abordado. Pepe Sancho está acostumbrado a interpretar papeles que caen mal. En esta ocasión, lejos de tópicos y dualismos, no ha elegido el método de “ponerse en el lugar del personaje” o el de “tratar de imitarlo lo más fielmente posible”; ni tan siquiera el método de “tratar de comprender sus razones”. Simplemente se ha vestido la sotana y ha actuado con naturalidad, con la naturalidad de un hombre que no busca el aplauso, la complicidad del público, el quedar bien…, sino encarnar una forma de ser, unos diálogos, unas decisiones con la normalidad del que se siente ante ellas como ante algo propio, naturalmente propio.