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Como si nunca antes
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Asistir a las palabras como si nunca antes las hubiéramos leído. Tendría que ocurrir más a menudo. La poesía, que funciona en los márgenes del lenguaje, de las convenciones sociales y de las pretensiones públicas, es la que nos debería hacer asistir a lo ya visitado como si nunca antes.
Bibiana Collado se entrega a esta tarea en su último poemario, “Como si nunca antes” (Premio Arcipreste de Hita 2012, Ed. Pre-Textos), y en un valioso puñado de versos consigue escribirnos los márgenes de la memoria con no-palabras delebles sobre texto cartilaginoso.
Para ello es preciso recorrer los lugares -en este libro la ciudad de La Habana- como sin cuerpo, o, más bien, dejando que las impresiones de los no lugares, el muro del mar, los ladridos de los perros, el decadente rosa antiguo de los salones coloniales, los palcos de los cines terciopelo, la cal desprendida… sean la única posibilidad de cuerpo. Y luego dejarlo todo como cartografía de esqueleto sobre blanco, con las menos palabras posibles. Ese es el recurso al que Bibiana se entrega y el resultado no puede ser más satisfactorio.
Es difícil, entre la abundancia de publicaciones, encontrar algo que realmente nos resulte nuevo y nos despierte una parte del recitativo interior en que fluimos que realmente antes no habíamos sentido viva. Con extraños mecanismos, los poemas de este libro lo consiguen. Paras de pronto y te dices: “si es una palabra con la que me miento muchas veces… ¿por qué ahora me acaba de despertar esta sensación de extrañamiento?
Despertar es un acto
performativo.
Un movimiento
centrípeto de vida.
Y entre virginidad y emergencia como polos que acotan un espacio común, también hay ocasión para que la poesía vuelva sobre sí misma:
Gestión de la materia
instalada en el margen.
memoria residual.
nos dice en el poema “Artistas emergentes”, acertando plenamente a cifrar esa querencia de la buena poesía por jugar con las extrañas cosas que, estando continuamente en nuestras manos, en nuestro lenguaje, son, sin embargo, residuales y marginales.
Y, al final, una mentira que es verdad: ¿por qué escribimos?
Yo dejé de escribir poesía
porque era un hombre feliz.
Escribimos porque no somos felices (dejemos que la mentira opere su magia, no la despertemos del sueño), pero también para que no nos entiendan y, sobre todo, como una forma de feliz venganza:
Tanto tiempo después
encontrarnos así
como si nunca antes
o como si
el mundo entero
pero hace mucho
cuando aún no.
Tanto tiempo después
nuestra venganza es ser felices.