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Fray Antonio Praena Segura, OP

de Fray Antonio Praena Segura, OP
Sobre el autor

21
Feb
2017

Ciberadaptados

2 comentarios
Ciberadaptados

Antonio Manilla, "Ciberadaptados"

Editorial "La huerta grande"

 

No es fácil encontrar claridad y definición en publicaciones que se adentren en el complejo mundo de Internet, las redes sociales y las nuevas formas de edición. Entre otras razones, porque, por más desarrollado que nos parezca, es este un mundo aún incipiente, algo que no ha hecho más que despertar y cuya deriva y conquistas aún no podemos valorar con suficiente estabilidad, precisamente por su complejidad y por su apenas intuido potencial.

Por eso recomiendo desde ya este título, “Ciberadaptados”, del periodista, ensayista y poeta Antonio Manilla.

Destaco su lucidez clara, cuya primera aportación es lo mucho que nos ahorra. Manilla se ha documentado copiosamente y lo que trae hasta aquí son puntos de llegada tras los que adivinamos vericuetos y cuestiones complejas cuyos necesarios pormenores reconstruimos sin que su desarrollo nos desvíe de la necesidad de alcanzar claridad en medio del denso bosque virtual.

El primer capítulo nos delimita un espacio y un tiempo. La revolución cibernética irrumpe desde una civilización, la occidental, en clara crisis -y cuándo no- cultural y de valores. Reuniendo autores tan diferentes como Adorno, Finkielkraut, T. S. Eliot o McLuhan, se describe cómo la industria cultural en la era capitalista se ha ido erigiendo en heredera del lugar de socialización de las formas culturales ante la progresiva disolución de la familia.

Internet es un estado sin gobierno ni capital, inabarcable y ubicuo, que acaba con el sentido lineal del tiempo de la ilustración y modifica el sentido de lugar. Sobre este panorama, Manilla describe el estado actual de la cultura, en sentido sustantivo y absoluto, posicionándose con Finkielkraut para negar que cualquier tipo de actividad alcance el rango de cultura. A pesar de ser estimables y de que no pueden ser pasadas por alto, numerosas manifestaciones no son un absoluto cultural. Por un lado, se necesita perspectiva: el Siglo de Oro no sabe que es el Siglo de Oro; por otro, es aún insuficiente la evaluación que es característica esencial de los organismos realmente vivos.

En ese sentido, ante muchos fenómenos de la red podríamos preguntarnos por qué lo llamamos cultura cuando queremos decir entretenimiento; constatando, además, cómo lo lúdico ha venido a sustituir y desplazar lo que tradicionalmente se ha entendido por cultura. Y esto atañe directamente a Internet, en la medida en que esta transformación se habría iniciado con la conversión de la sociedad de la información en una plataforma cuyo elemento fundamental deja de ser la palabra y se rinde a la imagen, el magnetismo del ver.

El sistema espectacular produce muchedumbres solitarias. Gran parte del volumen virtual genera un entretenimiento sin relación con actividades intelectuales, artísticas o literarias, ocupado en generar productos perecederos, fabricados para el gran público por creativos de unas industrias en guerra por el mercado. Predomina la ausencia de búsqueda de sentido, lo cual tiene consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y la proliferación de un periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo.

“Cultura es lo que queda entre las ruinas, aquello que aparece cuando se ha derrumbado lo que es apariencia y exterior y ornato. La vida que sostenía el andamiaje visible para los demás, el pilar invisible. El lugar del sentido, la bordadora del ser del hombre, cuanto no pasa por nosotros sin dejar huella benéfica”, nos recuerda Manilla.

¿Y qué tiene esto que ver con Internet? Sencillamente: para calibrar su lugar y su impacto, ha de medirse con esta reflexión sobre la cultura, de lo cual no ha de salir tan mal parada como podría pensarse desde una mente preventiva y purista. Pero -y es lo que importa- por lo dicho, aún falta mucha perspectiva para responder con sabiduría.

De hecho, Manilla nos regala un sustancioso capítulo donde recoge prevenciones sobre el impacto de la radio, el cine o la televisión que, decenas de años después, nos resultan risibles. El fatalismo y la demonización de las redes tampoco resulta creíble. Todo es cuestión de hallar las proporciones adecuadas.

Porque, entre otras cosas, bajo el techo de Internet se han reunido tres elementos actores de la trasmisión del conocimiento en nuestra época en su versión digitalizada: libros, música y cine. Sin olvidar la “internetización” del consumo, además del carácter interactivo que convierte a los usuarios en “prosumidores”, es decir, consumidores a la vez que productores. Elementos todo ellos de gran calado y que ya han dejado su huella en la forma en que hoy entendemos las relaciones sociales y humanas. Como en todo, la respuesta no residirá más que en la inexcusable tarea de decidir cómo y hasta dónde queremos que lo que llegó como un instrumento para facilitarnos la vida nos la estropee. Y eso depende más de la voluntad y la inteligencia que del medio digital en sí.

Por lo que respecta a esos pronósticos catastrofistas, Manilla nos resume también los estudios de quienes, con toda seriedad, niegan explícitamente que Internet cambie nuestro modo de pensar.

¿Y respecto a las nuevas formas de edición digitales? “Ciberadaptados” nos recuerda cómo con el paso del manuscrito a la imprenta ocurrió igual que con el tránsito de la oralidad a la escritura: “avivó renuncias y acusaciones, que fueron desde tildar los libros armas del diablo hasta responsabilizarlos de fomentar el aislamiento social del lector”.

Aunque no sea en papel, la lectura en sí ha dado un repunte con las nuevas tecnologías. La lectura instrumental, la búsqueda de información, goza de buena salud. De haber una crisis, lo sería de cierto tipo de lector, concretamente el literario. Pero ni aun así este aserto es muy defendible. Nada de muerte de la literatura; lo que quizá está apareciendo es una nueva clase de lector bajo el influjo de lo hipertextual, en direcciones múltiples debido a la libertad de navegación.

Manilla se moja. Y algo que también hace este ensayo absolutamente recomendable, es que al hábil, lúcido, ameno periodista que Antonio es se suma su excelente calidad de poeta. No siempre, como también subraya el prologuista, se puede disfrutar de una lectura tan práctica y clara en la que la belleza, lejos de ofuscar, suma y redimensiona.

Para tener en nuestras bibliotecas.

 

 

 

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Sor Flora María Collado,OP
22 de febrero de 2017 a las 10:28

Gracias, Antonio por tus palabras. El libro promete ser interesante, al igual que es todo lo que tú dices en esta entrada.
Un saludo

Carl Edward Vincent
25 de febrero de 2017 a las 21:52

Vivimos en un mundo de cambios que se suscitan a una velocidad sin precedentes. Por eso tenemos que reflexionar con cuidado y no de súbito, como bien ilustra el autor. No condenar porque el sabor es nuevo y desconocido. Pero también recordemos que cultura y civilización van de la mano. Si la cultura, es decir nuestra forma de vida y su calidad, la forma que nos tratamos, decae... si descuidamos nuestras relaciones humanas, justicia social, esfuerzo por perfeccionarnos y humanizarnos... los artilugios tecnológicos de los cuales nos ufanamos no nos salvarán. Ayudemos a los jóvenes a instalarle humanidad al app.

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