Jul
Carroña
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Estos días de playa y de sol en un pueblo mediterráneo pero aún a salvo de la parafernalia turística son días propicios para acercarse a la realidad de una forma distinta o para conocer otras formas de realidad con las que en la vida corriente uno no está muy familiarizado.
Las publicaciones que más veo en manos de los playeros bañistas – a lo mejor es que tengo muy mala puntería en mis observaciones- tienen nombres como QuéMeDices, Cuore, Love, Sálvame, Ragazza, Glamour, Hoy Corazón…
Y no sin cierta desazón, compruebo que los programas de televisión más vistos en terrazas, bares, peluquerías y salitas de estar con la puerta abierta a la brisa marina, son programas de cotilleo; una especie de aquelarres conducidos por brujas con kilos de maquillaje encima que pretenden hacerse pasar por respetables periodistas pero que son, en realidad, hienas execrables que se dedican a destripar y exhibir los trapos sucios de una galería de personajes –tantas veces cómplices- de cuyos nombres prefiero no acordarme.
Descubro que la influencia más importante de la literatura sobre la opinión pública la constituye la participación de una conocida novelista en un reality show: quizá sea el impacto del mundo de la cultura sobre la vida social española más reseñable de los últimos años.
Pero lo que de verdad consigue indignarme es comprobar el uso de un lenguaje sensible, buenrollista y afectivo en orden a unos intereses mezquinos por parte de alguna cadena televisiva, Telecinco concretamente.
Un cámara y una periodista están en la habitación del hospital de uno de los heridos en el accidente ferroviario de Santiago. En un momento dado de la entrevista, la periodista le pregunta al herido si ha visto las imágenes del accidente. A la respuesta en negativo le sugiere si está preparado y quiere verlas en ese momento. Ese momento es ahí, ante la cámara y el micrófono, en una tablet del equipo televisivo de Telecinco. Y el herido lo ve, claro que lo ve. Pero lo irritante son las palabras en ese tono sensiblón, pseudocompasivo: “¿qué has sentido?, ¿te ha despertado alguna emoción o algún recuerdo…?”
Se trata de extraer para la audiencia unas muestras de llanto, de angustia, de bloqueo súbito…, no sé: algo conmovedor, impactante, que cause nudo en la garganta del espectador o nuble sus ojos. En fin: algo rentable mediáticamente, porque nada es más rentable en estos tiempos que lo emotivo, la sentimentalidad barata y tanto más carente de ética cuanto más compasiva y empática se nos pretende presentar.
Nada me parece tan maligno como la manipulación del lenguaje emotivo con intenciones carroñeras, de casquería públicamente rentable.
Un baño de realidad. Porque esto es lo que se ve, lo que se lee, lo que se comenta a pie de calle, a orilla de playa, bajo el secador de las peluquerías... y lo que a veces desde eruditas torres de marfil y sesudos conceptos y metáforas no vemos.