Ago
Broza
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Se trata de un poemario escrito desde una conciencia extremadamente lúcida ante el paso del tiempo; desde la certeza de la nada como destino final de todo cuanto existe, este mundo y estas horas dentro de las cuales estamos nosotros.
Sin embargo un distanciamiento calmo, una serenidad casi estoica, un ritmo a la vez intenso y bien acordado, una nitidez en las imágenes y una depuración y precisión léxicas sabiamente conducidas hacen que estos poemas dejen en el lector un poso de absoluto y de belleza que pervive en la fugacidad, en la disolución orgánica de todo cuanto respira en la naturaleza y de todo cuanto en nuestra historia personal alguna vez fue amor, alguna vez nos hizo felices.
Tiene Antonio Manilla la habilidad de dejar prender un atisbo hímnico en lo elegíaco, y, a la vez, de hacer brillar lo asombroso y milagroso de las cosas de la vida en el hecho mismo de despedirlas; de dar cuenta de que todo se marchará definitivamente, de que todo en realidad ya está en camino hacia su desaparición aunque no importe considerándolo desde esta lucidez dolorosa y hermosa. No hay caída en la tentación del patetismo, no hay, tampoco, melancolía al uso. No hay sordina. Los poemas no discurren en una franja gris y neblinosa, sino en una claridad de perfiles bien definidos, quizá porque el poeta escribe desde más atrás, desde, si no la indiferencia, sí la serenidad de quien ya ha hecho el camino de vuelta, que es haber conocido la plenitud del amor y haber perdido el amor pero conservado la plenitud.
Viniendo el hombre a saber que ha venido a dar en el olvido, alza –y sabe que lo hace, y eso es lo asombroso, lo incoherente e inexplicable- sus brazos a la luz. Así lo refleja “Memoria de una nada”, uno de los poemas que más me gusta de entre los casi todos que me gustan de este libro.
“Broza” está hecho con broza. Es un libro orgánico. Un libro posmoderno –no en la forma, sí en el fondo- en el sentido más propio y menos banal, es decir, escrito tras las grandes mayúsculas de la Modernidad y de la Historia y abrazando –y esa es la peculiaridad- la intrahistoria como lugar del que no habrán de dar cuenta los anales y en el que, sin embargo, reside la única confluencia, la encrucijada más cierta en la que historia y persona, persona y sociedad pueden encontrarse y, de hecho, ya se han encontrado.
“Broza”, de Antonio Manilla, consigue apalabrar ese sutilísimo, delicado momento, agraciada experiencia de por un instante dejarnos entrar en el contradictorio misterio de la vida y la nada, de la hermosura y el terror. Pero así, sin que pueda atraparse, en su estar siendo y siéndolo sin necesidad de metafísica u oscuridad. Más bien en la casa del ser, que es el lenguaje. Y además con una claridad, naturalidad y, a intervalos, hasta coloquialidad en las que, en mi humilde opinión, reside la madurez de un poeta.
Ya lo he dicho: no soy un reseñista ni un crítico. Escribo dejándome arrastrar por la admiración. A veces basta. A veces es lo sólo necesario. El verdadero arte no requiere explicación. Lean, si no, “Niños buscando nidos”:
Ser el zorzal que, acurrucado, espera
oculto entre las ramas, rodeado de espinas,
a que pase el peligro.
En completa quietud,
sin temor a la muerte, sólo inquieto
por la mano de un niño.
Ah: y Antonio Manilla es autor, entre otros, de “Mi primer libro del Real Madrid” e “Historia del Real Madrid para jóvenes”; mejor, imposible.
Antonio Manilla, "Broza", Pretextos, Valencia 2013