May
Artistas teólogas
2 comentariosEn la cultura contemporánea el artista es, a veces, un niño terrible al que se le permite opinar de todo. Una insinuación suya, de aquellos, claro está, a los que la tribu reconoce, tiene una gran trascendencia. Son algo así como los emisarios que provienen de un extraño mundo desde el cual se ven y se conocen cosas vedadas al resto de los mortales.
Todos tenemos derecho a opinar de todo. Pero el hecho de ser un magnífico escritor no acredita a nadie como sabio teólogo, ni tampoco como profundo ser espiritual. Cierto es, sí, hay que decirlo, que el arte y el contacto cotidiano con la belleza engendra una forma de pensamiento y una sabiduría especial, distinta, que es bueno y necesario que el artista arroje sobre el mundo, también en forma de reflexión. Pero ello no le otorga a su visión carta de infalibilidad. Y, si me atengo ahora a mi experiencia, ésta es que cuanto mayor es el artista, más consciente es de la importancia de saber que no todo se sabe y que las cosas son más complicadas, por más sencillas, de lo que él pueda decir. A los grandes artistas les acompaña un gran silencio. Los mediocres, quienes saben un poco de algo, creen que ya saben de todo.
Y es que recientemente Nélida Piñón, una escritora de una gran humanidad y sensibilidad, manifestaba que es una gran creyente. Pero que el tema de Dios es asunto de intimidad y que, en realidad, el monoteísmo es una de las más maravillosas creaciones de la mente humana, una espléndida abstracción del cerebro humano.
Me parece respetable lo que dice y que lo diga. Pero tener una relación estrecha y extraña, como tienen los poetas y narradores, con el verbo no significa haber conocido las profundidades del Verbo. Por más premio Príncipe de Asturias que le concedan.