Jul
Abbas Kiarostami
0 comentariosHa muerto Abbas Kiarostami. Esto de las redes sociales ha desenfocado estas cosas: todos los días la pérdida de algún famoso -no sé si Kiarostami era un famoso- es trending topic. Y hasta nos ponemos un poco retóricos y patéticos. Parece que nos importan tantos hechos, que, al final, tanto importar ya no tiene importancia.
Pero a mí sí me ha dolido esta pérdida. Me enseñó a mirar de otra forma y en otras direcciones. Me enseñó que, aunque la banalización y curiosidad campen a sus anchas por el mundo y por las vidas, hay un espacio donde nunca entrará la cámara, un santuario donde nuestro misterio es fuente de creación con tal que aceptemos su carácter misterioso, inaprensible para nosotros mismos.
En sus películas aprendemos que no todo está visto si perseveramos en la simplicidad. Que en la más insignificante vida se está narrando una historia que hace avanzar el mundo, aunque sea lentamente y apenas un puñado de limpios de corazón sean testigos del milagro.
Puede tratarse del niño que, hasta entrada la noche, recorre las aldeas en busca de su amigo para devolverle un cuaderno olvidado. Abbas resuelve la historia de la forma más simple y nos obliga a pensar como sólo un niño pensaría.
Puede tratarse de la historia de quien recorre a la deriva caminos y en su trasiego, cuya causa ignoramos, las historias de las vidas de los otros nos salvan de la decisión de suicidarnos. Pocas veces he tenido la certeza de estar tan cerca de la realidad y de la inocencia, la pureza.
Su manera de enfocar es contemplativa. Intuimos detrás horas infinitas, horas en las que dejar quieta la cámara hasta que surja el milagro, lo imposible de decir si tratamos de extraerlo, de conducirlo, de dirigirlo. Kiarostami es un director que no dirige. A lo sumo ordena y destila lo que las cosas dan de sí. Y, aunque sabemos que esto es imposible y que la ausencia de intervención es sólo apariencia, su gran logro es presentar como verdad la verdad por el camino de la espera.
La inocencia de los niños proviene de quien se hace niño. Sus actores no profesionales son más convincentes que cualquier interpretación. Y luego están la poesía y el camino. Porque muchos minutos de su metraje suceden en camino, a bordo de un coche. Es un cine en éxodo. Por las ventanas se cuela la crítica social más sincera sin necesidad de elaborar un discurso, sin necesidad de juzgar o elegir. De ahí su peligro para el régimen iraní. Pero también para nosotros.
Finalmente, la poesía. Algo intangible en las imágenes. Nada tan a ras del mundo y, sin embargo, tan empapado de misterio, de otra cosa que nunca acertamos a expresar en un lenguaje lógico.
En “Yo he querido ser grúa muchas veces” le dejé un poema. Lo pongo en imagen. Pobre tributo por tanto recibido. Que su Dios y el mío le hayan premiado por no haber dejado en barbecho los dones recibidos. Por haber dignificado la tan corruptible condición artística. Por haber ligado dignidad humana y poesía por el camino de la luz que se mueve, que es el cine.