Abr
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Objetivo cumplido. Me había propuesto encerrarme este fin de semana para terminar un libro y la cosa ha ido mejor de lo que esperaba. A diferencia de otras veces en las que nunca tienes la impresión de haber acabado, esta vez, extrañamente, parece que todo ha favorecido e, incluso contra la recomendación de mi prudencia, siento que ya está y que el libro finalmente, él, no yo, manda y dice lo que quiere y él mismo se completa.
Parece una tontería, pero para mí este momento no suele ser fácil. Es el momento de decantar, de elegir con decisión qué se queda y qué no, de esperar que encaje el ritmo con las menos alteraciones posibles para la respiración, de acertar y tener la suficiente determinación para sacrificar lo que tiene que ser sacrificado, de volver a abrir las puertas del momento en que vino un poema, de cerrar esas puertas, de volverse contra uno mismo y exigirse cuentas desde un criterio desapegado al lado más “yoísta”, de reirse de las pequeñas heridas de donde nacieron aquellos versos.
Espero que no suene pedante, pero la exigencia en el arte es una guerra con uno mismo. Especialmente para que la mala influencia que uno es altere lo menos posible el trabajo.
Así es que esta encerrona ha llegado a buen puerto. No ha sido tan traumático. Es, finalmente, un libro mejor porque hay menos de su autor en él. Ninguna parte de mí ha tenido que hacer grandes traiciones a otra. Sin embargo –y eso que no soy nada dado a interpretaciones providencialistas ni a encontrar “signos” extraños en ningún lado- en un momento del medir y del pesar, la palabra 38 y sólo la palabra 38 era reclamada en un verso. Casualmente, al hacer recuento final, son 38 los poemas que han entrado en este poemario. También son 38 los años que tengo. Tonterías.