Mar
...sin complejos
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No es frecuente encontrar en jóvenes poetas una palabra libre de complejos, prejuicios y miedos a lo políticamente incorrecto al abordar la figura de Cristo.
Javier Gato, un joven poeta que se declara abiertamente católico, mira desde una perspectiva poética la palabra descarnada sobre la crucifixión que encontramos en Blanca Varela quien, a su vez, aborda ecfráticamente la obra pictórica de Francis Bacon.
Ante el cuadro Crucifixión de Bacon, Varela escribe el poema Ternera acosada por tábanos:
podría describirla
¿tenía nariz ojos boca oídos?
¿tenía pies cabeza?
¿tenía extremidades?
sólo recuerdo al animal más tierno
llevando a cuestas
como otra piel
aquel halo de sucia luz
voraces aladas
sedientas bestezuelas
infamantes ángeles zumbadores
la perseguían
era la tierra ajena y la carne de nadie
tras la legaña
me deslumbró el milagro mortecino
la víspera el instinto la mirada
el sol nonato
¿era una niña un animal una idea?
ah señor
qué horrible dolor en los ojos
qué agua amarga en la boca
de aquel intolerable mediodía
en que más rápida más lenta
más antigua y oscura que la muerte
a mi lado
coronada de moscas
pasó la vida.
Y ante el poema de Varela y el cuadro de Bacon comenta Javier:
Las preguntas iniciales constituyen un ubi sunt?: pregunta por órganos del animal que aluden a los sentidos (“nariz ojos boca oídos”). El cadáver es de ternera y no de vaca: la ternera al morir en plena infancia ha interrumpido el orden natural de la vida. Los pies y la cabeza sobre los que pregunta si faltan remiten también a la violencia: la decapitación y mutilación de los pies son un atentado brutal y simbólico contra la identidad del individuo. (…) En este poema encuentra la poeta al verdadero Cristo, a la carne torturada que “lleva a cuestas” a los tábanos. El objeto que intenta describir y no puede (porque la muerte no puede describirse) está implícito en el poema (…). El cadáver, desprovisto de los órganos de los sentidos y de pies y cabeza, ya es “carne de nadie” y “tierra ajena” porque ha perdido la identidad y es totalmente anónimo. La contemplación del cuadro le produce empatía, temor, compasión y fervor (“ah señor”): siente la amargura en la boca como los ascetas y la carne muerta de la ternera es glorificada y santificada, pues los tábanos son los ángeles que la coronan. La representación de la carne muerta evoca a la vez el paso de la vida: se trata de una postrimería en que reflexiona sobre la inestabilidad y fugacidad de la existencia.
Traigo esta imagen, este poema y el comentario de Gato -que a mí me recuerda a los cantos del Siervo Doliente de Isaías- porque creo que el arte sigue encontrando en la imagen del crucificado un lugar en el que las inquietudes todas del artista, los dolores todos del ser humano, se abren e invitan a detenernos y a enfrentarnos al misterio del dolor, de la violencia y de la muerte.
Sin ello, sin atreverse a mirar esta realidad sobre la cual tantas veces la cultura nos invita a pasar de largo, quedaría nuestra existencia privada de calado y de hondura. No en vano creo que quizá esa es una de las razones por las que buena parte del arte y de la poesía contemporánea carece de calado, hondura, misterio, pasión… Y, además. no dejan huella.
Felicito a Javier Gato por su ausencia de complejos, por su valiente libertad y por su coraje para ser y declararse cristiano sin renunciar a ser un artista de su siglo.