7
Ago2012Liturgias laicas
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Ago
Hay que ver hasta qué punto los artistas deliramos. Asistía hace poco a una conversación en la que uno de los interlocutores negaba el arraigo antropológico de los ritos. Le ponía nervioso reconocer la importancia de una dimensión a través de la cual el ser humano trata de expresar aspectos que escapan a la lógica de un discurso completamente racionalizable. Reconocer algo que pudiera recibir etiquetas tales como “abierto a la trascendencia” o “expresión del misterio” le ponía nervioso y desestabilizaba su lógica. Por ello su estrategia conversacional le llevaba a cerrar el paso a estos elementos tan inasibles. Una pena, porque esa dimensión ritual del ser humano puede ser interpretada desde otras perspectivas, por ejemplo apelando al simple hecho de la pluralidad de manifestaciones comunicativas del ser humano, sin necesidad de abrirse, si es que esto no se desea, a lecturas trascendentes.
Pero era así. Nuestros prejuicios, nuestras previas tomas de postura, son tan evidentes que a veces no las vemos y nos cierran. Incluso el arte pueda ser una forma supuestamente superior de negarlas. Nos cierran incluso bajo esa otra excusa –que encierra un temor- de defender posturas progresistas, cuando en realidad lo que esconden es un recalcitrante embotamiento reaccionario o, más al fondo incluso, una incapacidad para reinventarse y vivir en una realidad rica en manifestaciones, más allá de los dogmas ideológicos o artísticos que fueron fructíferos en su día pero que hoy ya no lo son.
Y todo esto venía a propósito de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres. Una ceremonia no sólo plagada de elementos rituales y simbólicos sino enteramente ella misma imbuida de un carácter casi litúrgico: la ceremonia del fuego, las palomas y banderas blancas, los anillos forjados en la fragua colectiva, la izada de banderas... Algo bonito y emocionante, capaz de aunar en un marco representativo anhelos y puntos de convergencia comunes entre personas procedentes de todos los rincones del planeta, de creencias e increencias diferentes.
Yo lo llamo “liturgias laicas”, sin connotación peyorativa alguna. Ni siquiera con ironía. Más bien celebro su capacidad para aunar en un mismo sentimiento, para expresar en un lenguaje artístico, para concitar bajo el espíritu de superación deportiva algo humano común.
Tan fuerte es esa capacidad litúrgica, tanto potencial tiene, tanta fascinación sobre le mismo ser humano, que puede volverse profundamente diabólica en manos del poder. Aquí sí, aquí si cabe recordar la capacidad hipnótica y alienante de estos mismos rituales, como vemos en el uso que de ellos hicieron –y aún hacen- los regímenes totalitarios.
Pero el primer paso para enfrentarse a una amenaza es reconocerla y desenmascararla. Como la energía nuclear: que se emplee para fabricar bombas o para iluminar hogares depende no de ella, sino de la voluntad humana.