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Blog El atril

Fray Antonio Praena Segura, OP

de Fray Antonio Praena Segura, OP
Sobre el autor

17
Sep
2014
Lo simple
7 comentarios

Las agencias de publicidad necesitan saber de qué se habla, por dónde anda la sensibilidad de aquellos a quienes han de dirigir sus mensajes. Entre sus colaboradores encontramos esa figura que en España llamamos cazatendencias y en otros lugares coolhunters (no dejan de parecer un poco cursis ambos términos). A través de su formación, de su instinto y, sobre todo, de su inmersión en la sociedad, en el arte, las redes sociales o la prensa, estos nuevos profesionales captan esas nuevas ideas que, de una forma u otra, están circulando por la mente de la gente.

En medio de los vertiginosos cambios que Internet ha introducido en nuestro mundo, parece que una de esas “tendencias” es, precisamente, la desconexión libre y voluntaria de la vorágine digital. Otra variante de esta desconexión la tenemos en el llamado “derecho al olvido”, la reivindicación del derecho a no aparecer en los portales de búsqueda digitales. Al parecer, son cada vez más quienes solicitan de empresas como Google ser eliminados de sus búsquedas.

Lo curioso y hasta irónico consiste en que esto mismo, el derecho al olvido, la desconexión, la vida “unplugged” o la vuelta a la elementalidad, no deja de ser, en todo caso, una tendencia más que las agencias de publicidad y marketing tendrán en cuenta.

Hace unos días, a la pregunta sobre qué nueva tendencia se estaba abriendo paso en la actual poesía, qué era lo más novedoso, por dónde iban a ir los nuevos movimientos poéticos, respondía el entrevistado que, en medio del exceso cibernético y la atomización de escuelas actual, lo más sencillo, lo más simple, humilde y pobre es, sin duda, lo más vanguardista.


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7
Ago
2014
Broza
0 comentarios

Esto no es una reseña. Tan sólo el comentario admirado ante este libro, “Broza”, de Antonio Manilla. Comienzo, por tanto, por la conclusión: es uno de los mejores libros aparecidos en 2013 y quiero recomendarlo.

Se trata de un poemario escrito desde una conciencia extremadamente lúcida ante el paso del tiempo; desde la certeza de la nada como destino final de todo cuanto existe, este mundo y estas horas dentro de las cuales estamos nosotros.

Sin embargo un distanciamiento calmo, una serenidad casi estoica, un ritmo a la vez intenso y bien acordado, una nitidez en las imágenes y una depuración y precisión léxicas sabiamente conducidas hacen que estos poemas dejen en el lector un poso de absoluto y de belleza que pervive en la fugacidad, en la disolución orgánica de todo cuanto respira en la naturaleza y de todo cuanto en nuestra historia personal alguna vez fue amor, alguna vez nos hizo felices.

Tiene Antonio Manilla la habilidad de dejar prender un atisbo hímnico en lo elegíaco, y, a la vez, de hacer brillar lo asombroso y milagroso de las cosas de la vida en el hecho mismo de despedirlas; de dar cuenta de que todo se marchará definitivamente, de que todo en realidad ya está en camino hacia su desaparición aunque no importe considerándolo desde esta lucidez dolorosa y hermosa. No hay caída en la tentación del patetismo, no hay, tampoco, melancolía al uso. No hay sordina. Los poemas no discurren en una franja gris y neblinosa, sino en una claridad de perfiles bien definidos, quizá porque el poeta escribe desde más atrás, desde, si no la indiferencia, sí la serenidad de quien ya ha hecho el camino de vuelta, que es haber conocido la plenitud del amor y haber perdido el amor pero conservado la plenitud.

Viniendo el hombre a saber que ha venido a dar en el olvido, alza –y sabe que lo hace, y eso es lo asombroso, lo incoherente e inexplicable- sus brazos a la luz. Así lo refleja “Memoria de una nada”, uno de los poemas que más me gusta de entre los casi todos que me gustan de este libro.

“Broza” está hecho con broza. Es un libro orgánico. Un libro posmoderno –no en la forma, sí en el fondo- en el sentido más propio y menos banal, es decir, escrito tras las grandes mayúsculas de la Modernidad y de la Historia y abrazando –y esa es la peculiaridad- la intrahistoria como lugar del que no habrán de dar cuenta los anales y en el que, sin embargo, reside la única confluencia, la encrucijada más cierta en la que historia y persona, persona y sociedad pueden encontrarse y, de hecho, ya se han encontrado.

“Broza”, de Antonio Manilla, consigue apalabrar ese sutilísimo, delicado momento, agraciada experiencia de por un instante dejarnos entrar en el contradictorio misterio de la vida y la nada, de la hermosura y el terror. Pero así, sin que pueda atraparse, en su estar siendo y siéndolo sin necesidad de metafísica u oscuridad. Más bien en la casa del ser, que es el lenguaje. Y además con una claridad, naturalidad y, a intervalos, hasta coloquialidad en las que, en mi humilde opinión, reside la madurez de un poeta.

Ya lo he dicho: no soy un reseñista ni un crítico. Escribo dejándome arrastrar por la admiración. A veces basta. A veces es lo sólo necesario. El verdadero arte no requiere explicación. Lean, si no, “Niños buscando nidos”:

Ser el zorzal que, acurrucado, espera
oculto entre las ramas, rodeado de espinas,
a que pase el peligro.
                                    En completa quietud,
sin temor a la muerte, sólo inquieto
por la mano de un niño.

Ah: y Antonio Manilla es autor, entre otros, de “Mi primer libro del Real Madrid” e “Historia del Real Madrid para jóvenes”; mejor, imposible.

Antonio Manilla, "Broza", Pretextos, Valencia 2013

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31
Jul
2014
Salvar un libro
3 comentarios

Creo que nuestros hijos deberían ver esta foto. Hablar con ellos de lo que refleja. Decir, sencillamente, que la guerra no sólo mata niños –lo que ya es tan descomunalmente incomprensible que parece que sólo el silencio puede expresarlo-, sino que lo destruye todo, hospitales, escuelas, hogares...

Estaría bien recordar que en medio de la ruina hay gestos dignos que mantienen encendida la esperanza contra la barbarie, gestos como el de esta niña palestina que busca entre los escombros de su hogar sus libros, sus cuadernos. Deberíamos comentar con nuestros jóvenes que esa pesada carga de tener que estudiar, hacer deberes, leer libros es, sin embargo, uno de los mayores regalos de la vida, el camino hacia la libertad, un acto de resistencia y esperanza, algo por lo que dar las gracias todos los días.

Un cuaderno es un tesoro que hay que rescatar de las descomunales escombreras. Un libro salvado de entre los amasijos de un hogar bombardeado es una pequeña victoria sobre la destrucción deliberada.

Y sin dejar morir el asombro ante el hecho de que sobrevivan las palabras. Podrán destruir lo que tenemos, pero no lo que somos. Y somos parte de una historia que han formado las miles de historias que nos preceden y que un día, humildemente, legaremos. Somos los libros que mantienen vivas esas historias. Somos palabras, somos la palabra.

Y somos la sonrisa de esta niña en cuyos ojos limpios brilla la dignidad que nos queda, la gratitud de rescatar de entre la muerte un puñado de palabras. La humanidad en medio de la barbarie.

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23
Jul
2014
GazaBajoAtaque
8 comentarios

No tanto como sería deseable, en el panorama de intercambio de comunicación e información que las nuevas tecnologías nos brindan, la opinión de los ciudadanos es cada vez más difícil de ignorar.

La rapidez con que las noticias se comparten, la presión de las redes, las nuevas formas de convocatoria y debate que propician las nuevas formas de comunicación, hacen que los poderes, si no por respeto y convicción, al menos y tristemente por intereses económicos e ideológicos tengan más en cuenta lo que ocurre y lo que los ciudadanos sienten.

Estoy pensando en la brutal y desproporcionada intervención militar de Israel en Gaza. Numerosos testimonios de judíos de todo el mundo se han manifestado en contra de la violencia y la masacre que Israel está ocasionando.

Pienso en la manera en que las creencias deberían influir sobre la realidad. Lejos del finiquito al que muchos la habían sentenciado, la religión tiene y tendrá en el futuro inmediato un papel decisivo en el mundo. No afirmo que la actual matanza tenga motivos religiosos, pero sí, y no es nada nuevo, que la fe en Yahvé no puede callar ante tamaña barbaridad.

En el mundo contemporáneo la religión -en cuanto apela a las dimensiones más hondas del hombre y la mujer- y la teología -en cuanto que piensa y razona la fe- tienen la misión insoslayable de deslegitimizar todo discurso que en el nombre de cualquier Dios conduzca a la violencia.

Pretender ignorar la influencia de las creencias, minimizar su impacto y su simbólica tan presente en formas latentes de comprender el mundo, la historia o la política, es un error craso. Más que ignorarla o invisibilizarla en el espacio público, lo mejor es siempre empujarla a su confrontación con las aspiraciones del bien común y con la necesidad de justicia, igualdad, democracia, tolerancia y paz. La religión necesita la crítica ideológica y social y, a su vez, el pensamiento laico no puede hacer como si las creencias no existieran o no tuvieran legitimidad, pues lo religioso aparece en el hombre mucho antes que la ideología y está mucho más arraigado en el inconsciente personal y colectivo de lo que podamos pensar.

También la creación artística tiene su responsabilidad, aunque sea tantas veces mínima e ingenua.

Dejo aquí esta creación del israelí Amir Schiby en denuncia y homenaje a los niños palestinos asesinados por un misil del propio país del artista mientras jugaban al fútbol en la playa. No están ya los niños jugando, pero las olas del mar nos devuelven su memoria.

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16
Jul
2014
No es posible acostumbrarse a la muerte
5 comentarios

 

La había buscado hasta en la bolsa de aseo. Estaba seguro, completamente seguro, de que la puse junto a los papeles importantes. Había registrado uno por uno los libros con los que he traficado en estos últimos meses hasta traerlos a Granada. Entre apuntes, entre exámenes, en la bolsa de los calcetines, en la carpeta de inéditos que siempre me acompaña y no, no la encontraba.

Recuerdo que se llama Victoria. Se acercó a mí tras una lectura, me tomó dulcemente de la mano y me dijo cuánto le había emocionado escuchar un poeta español y entenderlo todo en su propia lengua, el sefardí. Me contó la larga y trágica historia de su familia judía, su periplo por Europa. Todas las semanas se reúnen en un coro para cantar canciones sefardíes. Incluso cantamos los dos aquello de “por la tu puerta yo pasí”.

Le prometí enviarle un libro cuando estuviera de vuelta en España. Había guardado su dirección con mimo. Y, ya de vuelta, nada, no aparecía. Me sentía culpable suponiendo que la había decepcionado, imaginando que pensaría que era uno de esos tipos que dicen cosas muy bonitas y después se olvidan fácilmente de lo prometido. Hasta he recordado estos días un poema de Szymborska en el que, tras enumerar algunas de esas experiencias que ya no podrán ser de forma irremediable (una explicación por dar, una carta por responder, una oportunidad que hemos dejado irse), concluye que estas cosas algo hacen por nosotros: nos acostumbran a la muerte.

Y, sin embargo hoy, escrita detrás de una de esas tarjetas de visita que la gente te entrega, ante mi asombro, ha aparecido la dirección de Victoria. Si la alegría no fuera tan grande, me estaría ahora mismo golpeando la cabeza contra el suelo por torpe. La dirección de Victoria ha estado junto a mí todo este mes, a 30 centímetros de mi mano, sobre mi mesa.

Cada vez me gustan menos los poemas con palabras tales como “nunca”, “todo”, “nada”, “siempre”. La vida es demasiado frágil para caber en palabras totalitarias. Los malos poetas somos dados a esas palabras: emocionan mucho, dan una sensación de grandeza, definitividad, elevación. No deja de ser un recurso fácil para personas impresionables, comenzando por el autor mismo y su vanidad.

Y, sin embargo, lo he vuelto a hacer; he vuelto a decir “nunca más”. No sólo la belleza de la vida, sino también su misterio, hallan mejor posada en las palabras pequeñas.

Y en lo no dicho, sobre todo si no se dice para ponerte a enviar, con perpleja alegría, con esperanza, un libro que te reconcilia contigo mismo. No es posible acostumbrarse a la muerte.

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12
Jul
2014
Ser español
2 comentarios

Pues sí, parece que me gusta meterme en berenjenales. Y es que he dicho en alguna tertulia que me parece que Pedro Sánchez tiene menos miedo y menos complejos ante la palabra “España” (y lo que conllevan las palabras) que el resto de sus compañeros contrincantes.

Creo que lo que los militantes socialistas votan (mañana) 13 de julio es algo más que un Secretario General; es una manera de entender la izquierda y su compromiso de futuro con lo que es y cómo está España, y con lo que de verdad siente y desea el socialismo de base más allá de las indignaciones justas y legítimas pero que no pueden cegarnos ni paralizarnos.

Lástima a veces ser lo que uno es, porque la palabra “España” en boca de un cura parece despertar en algún interlocutor (por más amigo que sea) el miedo a las camisas azules y la sotana con el brazo extendido. Y no, yo no vivo en ese escenario. Asumo y comprendo la historia de mi país y la historia de la Iglesia en mi país, pero vivir mirando atrás nos convierte en estatuas de sal. Miro adelante y creo en el progreso desde algo tan paradójicamente ligado al progreso como son las raíces. Las raíces judeocristianas son progresistas porque se trata de una religión del camino, de la historia, de la fe en el futuro (por más escatológico que sea). ¿Progre, conservador? Este dualismo también me queda un poco atrás. Los dualismos nunca han sido buenos consejeros. Lo supo Aristóteles, pero también Machado, Unamuno…

Creo necesarias cuantas reformas de calado (constitucional, estructural, participativo) hayan de hacerse en España pero con tal de que la hagan mejor España y no la aboquen a lo que no es o a un experimento por generación espontánea. Para llegar a lo mejor de nosotros mismos (que nosotros mismos hemos corrompido) el esfuerzo de diálogo, de reconciliación, de sacrificio, de integración de muchos ciudadanos ha sido necesario.

Reconoces el valor de tu nacionalidad cuando estás retenido varias horas en el aeropuerto de un país sin libertades. También cuando escuchas a Machado o Lorca en canciones griegas y un poeta palestino habla de Don Quijote.

Sí, me gustan los líos –la vida es demasiado corta para gastarla en disimulos-: me siento orgulloso de ser español y mi perspectiva es esta: ¿qué puedo hacer yo por mí país? Nos suena, ¿verdad?

PD: perdón por la foto. Era la única con banderita y la palabra "Cervantes". 

  

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7
Jul
2014
Finales abiertos
4 comentarios

Han pasado estos meses por las pantallas españolas dos películas con temática religiosa más o menos explícita.

 

Una de ellas, la polaca “Ida”, trata la historia de una religiosa que, antes y como preparación para el definitivo paso de profesar sus votos, emprende un camino hacia su pasado, el pasado que no conoce de sí misma y que es, a la vez, un viaje por la trágica historia de Polonia en los años previos y posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

 

Le acompaña en esta reconstrucción del tiempo perdido una pariente, la única tía que tiene, la cual hasta el momento no había querido saber nada de su sobrina. Esta extraña mujer, que ejerce como juez, lleva una vida sórdida y vacía en la que cumple con las directrices del partido pero sin tener ya fe en ninguna ideología, ni en la historia ni en el ser humano.

 

En un momento de este cara a cara con el horror de lo que sucedió a su familia, Ida ha de replantearse su futuro (el pasado es prólogo): -¿Y después qué? –Nos compraremos un perro. Y después ¿qué? – Nos casaremos, tendremos hijos, esas cosas, la vida.

 

El final no necesita más palabra ni montaje cinematográfico que el de una cámara al hombro que filma a Ida caminando en dirección inversa al discurrir del mundo. Y ya se da por enterado el espectador de que muchas veces en la vida el único final posible y convincente es el que no puede contarse.

 

La otra película, que ha pasado casi de puntillas por los cines españoles, es la griega “Meteora”.

 

Se trata de la historia de amor entre un monje y una monja que viven en los monasterios griegos de Meteora, construcciones bizantinas sobre elevadas rocas a las que se retiraron para orar antiguos eremitas y, posteriormente, monjes que huían de las persecuciones religiosas.

 

Estamos ante una película cuya factura intercala fragmentos de animación en un estilo semejante al de los iconos bizantinos. No hay apenas diálogos y la cinta llega a esa pureza en la que el discurrir de las imágenes, lo más despojado, el cine sin más, es forma y contenido al mismo tiempo. La luz misma se convierte en la gramática del amor.

 

El director se deja iluminar por la teología ortodoxa en una de las escenas de animación en la que la sobreabudancia de la sangre de Cristo derramada rescata a los protagonistas del laberinto en que se hallan perdidos.

 

Sobran algunas escenas de sexo que, por su tratamiento, más parecen una concesión esteticista que episodios coherentes con el ritmo y la austeridad del relato. Un encuentro amoroso nunca explicitado, al más puro estilo Won Kar-wai, hubiera intensificado mucho más la película.

 

En todo caso, que nada nos haga olvidar, por obvio, el dato significativo: Dios sale al paso en el arte -con naturalidad, de forma diferente- cuando este se deja conducir en libertad, sin prejuicios ni pretensiones de conveniencia comercial. El resultado es una frescura, una originalidad y un calado que destacan por encima del arte ideológicamente calculado o gratuitamente rentable.

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17
May
2014
Distinguidas, devotas y principales
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Lo hemos leído esta mañana en los Hechos de los Apóstoles: la envidia de los judíos desata una persecución contra Pablo y Bernabé. Aquellos instigan a las devotas, distinguidas y a los principales de la ciudad a perseguirlos. Y, en vista de ello, estos pasan a dedicarse a los gentiles.

 

Parece que el rechazo y la persecución de los de dentro, de aquellos a quienes en primer lugar se ha anunciado el Evangelio, es el detonante que hace a la Iglesia primera salir de su reducto jerosolimitano y judío para abrirse al mundo.

 

En realidad ese era y es su destino. Las rancias sacristías de las que habla el Papa Francisco más cerca están del sepulcro cerrado que del mensaje liberador de la resurrección. Y es curiosa la ironía del libro de los Hechos al no ahorrarse el detalle de cómo los perseguidores se alían con “devotas, distinguidas y principales”.

 

La perspectiva histórica nos invita a ver que no le hace mucho bien a la Iglesia vivir bajo el amparo de los "devotos, distinguidos y principales" de este mundo. En realidad esta advertencia estaba ya en el principio. Como ya estaba en el principio la llamada a la apertura. Pero claro: ¡es tan cómodo y tan adulador el amparo de los poderosos y distinguidos!

 

Aún me extraña que haya quien se extrañe cuando un sacerdote vive su vocación entre personas y en contextos ajenos, indiferentes y a veces hasta reacios a lo religioso (al menos confesionalmente, porque sus buenas obras están bastantes veces mucho más cerca de la personalidad de Jesús que tantas otras obras nuestras que pensamos agradan a Dios).

 

No es bajo el amparo de "devotos, distinguidos y principales" de este mundo bajo el que debe caminar el cristianismo, sino abierto a los paganos. Y no con proselitismo, sino viviendo entre ellos como vivió Jesús. Siendo uno de tantos. Compartiendo sus esperanzas y angustias sin intencionalidad otra que la de amar en ellos lo que Dios ama en ellos y en nosotros. Al fin y al cabo, de entra las definiciones de Jesús más tempranas, destaca esta que ha quedado como palabra revelada: un hombre que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos.

 

 

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15
Abr
2014
Horror y belleza
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¿Podemos hablar de “belleza” a propósito de algunas imágenes de Cristo que procesionan estos días por las calles de nuestras ciudades?

 

 

Cristos muertos y sangrantes. Algunos en el momento mismo de la agonía. Otros, descarnados por todos sus flancos con las marcas que ha dejado el flagelo romano del que nos hablan las escrituras y cuyos efectos conocemos por la literatura de la época. Hay cristos que muestran en carne viva sus ampollas, otros tienen golpeadas las mejillas hasta la deformación del rostro.

 

No faltará quien esgrima la tópica acusación contra el cristianismo como religión que se recrea en los aspectos dolorosos de la existencia, argumento que no sé cómo esgrimirían los mismos a propósito de nuestra cultura al contemplar los cadáveres plastinados –estos sí, reales- de una exposición de Gunther van Hagens o los animales en formol y las calaveras millonarias de Damien Hirst.

 

Pero no es esto lo que me interesa.

 

El arte no ha de estar ligado de una forma directa y evidente a la búsqueda o creación de la belleza. Comparto la opinión que apela al carácter expresivo de la obra artística como elemento definitorio de la misma. Desde esta óptica, la obra de arte es considerada desde su potencial comunicativo más allá del solo intercambio de información. Antes que cualquier otro elemento, más al fondo que la belleza, la medida del arte radica en su capacidad para propiciar un encuentro comunicativo que afecta a la inteligencia y a los sentimientos, para inaugurar un lenguaje o para ir más allá en la capacidad de expresión humana.

 

Llegados a este punto, mi apostilla es que el acto expresivo no es vacío, sino que tiene contenido. No se trata de que esté obligado a tenerlo, sino de que lo tiene, se sepa lo que se expresa o no, sea razonable, emotivo o intuitivo. Y de ahí el carácter más o menos grandioso de la obra de arte: de la integración entre los elementos implicados en el acto expresivo, el mensaje y el modo de ponerlo en acto. A lo que sumo la capacidad para, en, desde y tras el lenguaje, abrir nuevamente una dimensión no dicha, inaprensible, misteriosa e implicativa.

 

Por eso no todo vale. Por eso no están a la misma altura las calaveras humanas de Hirst y los Cristos de Mena o Fernández.

 

Y algo más. Sin quererlo, sin que sea la pretensión primera –reconozco que aquí quería llegar- encontramos que la belleza vuelve a aparecer. Ya no está encadenada a la forma por la forma ni al agrado. El acto comunicativo nos manifiesta ser belleza. Por eso no podemos dejar de sentir una punzada ante algunos Cristos en los que, como anticipó el profeta Isaías, no hay belleza aparente.

 


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7
Abr
2014
Poemas y mentiras
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En los últimos días de aquella depresión supo que le importaba más la verdad que la belleza.

 

 

A través de los meses y la fiebre, le angustiaba pensar que todo aquel akelarre sólo fuese un teatro, que todos los elogios sólo fuesen palabras engoladas, mentiras disfrazadas con encajes que sólo un almidón perecedero mantiene erguidas mientras dura el espectáculo.

 

Siempre sospechó de sí mismo. Le atemorizaba encontrar las razones y las palabras de las razones que pusieran al descubierto la trampa. Hay cosas que no se dicen y son terribles; amenazan como pantera oculta, invisible, cuyos ojos sabemos que nos miran desde la espesura y que puede saltar sobre nosotros en cualquier momento.

 

Si hay algo más aterrador para el artista de la palabra que hacer uso de esta al servicio de la mentira, es tener capacidad para descubrir en la palabra misma la mentira y no encontrarse con las manos libres para desenmascarar el trampantojo que el arte ha urdido.

 

Enloquecía imaginando las voces que, off the record, en las íntimas veladas de los íntimos, daban por evidente el bluff.

 

Si todo era mentira, más que nunca estaba solo. Porque la mentira no es lo contrario de lo verdadero, sino una forma más de la soledad, una manera oscura de estar desgajados del mundo.

 

En los últimos días de aquella depresión supo que le importaba más la verdad que la belleza. Y ese fue el principio de la cura.


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