La Vida y algo más
Gonzalo Gragera
Ediciones La Isla de Siltolá, 2015
¿Por qué, me he preguntado leyendo “La vida y algo más” de Gonzalo Gragera, un autor joven –nacido en 1991 no ha llegado aún a los 25 años- ofrece ya un libro de claro corte sapiencial, a veces incluso sentencioso, sobre lo que la vida puede o no puede dar de sí y, de hecho, da (o no da)?
Echando la vista atrás, la sorpresa es mayor, pues antes de cumplir los 20 años Gragera publicó su primer poemario, “Génesis”, en el que ya se advertía una cierta precocidad y una madurez rara entre los poetas de nuestro tiempo, muchos de los cuales llegan (o llegamos) a una edad avanzadita con apenas una visión superficial e ilusoria, muchas veces crónicamente adolescente, del amor, de la existencia y del mismo sentido de la poesía que intenta dar cuenta de ellas.
Ahora llega a nuestras manos “La vida y algo más”. La primera impresión es que Gonzalo ha emprendido el mejor de los caminos, el que va del conocimiento, respeto y asimilación de las formas, al encuentro de una voz propia.
Efectivamente, el libro que presentamos va más allá de los ejercicios de estilo realizando esa difícil tarea de crecer y diferenciarse dando cuenta creativa y diversificada de las raíces, raíces formales, morales y vitales, en dirección a una independencia no exenta de la consecuente soledad y distanciamiento irónico.
Gragera lo sabe y no duda en adentrarse en este camino con decisión, porque es ahí, en la literatura de los otros, en la exigencia formal y en la apertura a una visión trascendente, donde ha descubierto qué es la vida y ha intuido que en ella hay un exceso, ese su “algo más” del título.
En este sentido, Gragera se inserta, sin voluntad grupal ni apego a etiquetas generacionales o bandos literarios, a las nuevas voces que marcan su diferencia tanto frente al realismo plano y sin salida de un laberinto irredento, como frente a las rarezas incomprensibles, herméticas o de una artificiosa imaginería que a veces sólo esconden el hecho de no tener nada que decir ni en qué creer.
En esta dirección, nuestro autor muestra voluntad de permanencia literaria a la vez que, en realidad, contracultural si tenemos en cuenta la costumbre gris, la buena fama de la indefinición sentimentaloide, lo políticamente correcto y rentable que resulta en la poesía contemporánea el escepticismo.
En este sentido, este libro apuesta por el conocimiento cordial más allá e integrando la mera ilustración filosófica y artística de la modernidad, como sugiere una de sus “gragerías”: “La ideología es la ceguera del raciocinio”.
Este poeta sevillano no tiene miedo de traer a sus versos la palabra “verdad”, tan denostada por un pensamiento tan dogmático como el que se proponía erradicar. Y da un paso más allá del vacío de la palabra “esperanza” otorgándole y hasta arriesgándole un contenido que, sin resabio ni complejo, para Gragera incluye las denostadas “vida eterna” y “resurrección”.
Estilísticamente ha llamado mi atención el saber hacer con que Gragera inserta en la estructura rítmica del poema sentencias clásicas del tipo “sic transit gloria mundi”, “omnia vanitas”, que conviven perfectamente con nombres de agencias de calificación o cadenas de hamburgueserías. Un arte de hacer fácil lo difícil que probablemente toma el relevo a alguno de los autores cuya influencia advertimos: Luis Alberto de Cuenca, Miguel D´Ors.
Llama también la atención el riesgo que Gragera asume al dar entrada a la rima. Aun asonante, es un riesgo controlado. Quizá en algún momento puede resultar demasiado evidente. Se trata de ejercicios simples de los que extrae variada rentabilidad de sentido. Como, por ejemplo, cuando da entrada a una frase recurrente latina (omnia vanitas), la cual, con sólo volverla contra quien la pronuncia y la utiliza -como puede ser un crítico literario sentando cátedra: todo es vanidad excepto si se trata de uno mismo- Gonzalo provoca un asombro sutil.
Siempre hay cuidado formal en la estructura. Se advierte un trabajo de depuración que Gragera ha descubierto como un instrumento fundamental en poesía.
Agrada, igualmente, advertir que Gonzalo ha descubierto ya los entresijos de la vida literaria, los dogmas en boga y de moda y la necesaria soledad para encontrar la propia voz en una disidencia que no se detiene en el lamento y la acusación sino que se convierte en una razón más de creación y búsqueda, de reconversión y hasta reciclaje de lo que no sirve para crear nuevos versos que sí sirven y, además, son buenos. Qué certero en ese sentido el poema “Pautas para triunfar en la vida” dedicado a José María Jurado:
Codicia, sobre todas las cosas,
el bien del prójimo y ódiale,
claro está, como a ti mismo. (…)
Lee los libros que otros lean.
Opina lo que otros opinen.
Ríe las gracias que otros rían.
Baila el agua del río que otros bailen.
Sé gesto, sé apariencia e imagen.
Un estar que está sin ser.
Poco puede crecer, mutar y reinventarse lo que no tiene raíces. Y Gragera las tiene. Por eso puede ser crítico con ellas.
Pero no quiero terminar sin destacar lo que yo llamaría el “trasfondo teológico del libro”. Aunque más que teológico, cabría decir “teologal”. Despojado -excúsenme- tanto de cualquier connotación dogmatizante o clericaliode como de cualquier complejo o miedo que impida llamar a las cosas por su nombre, Gragera tiene una visión trascendente de las cosas. Tanto más trascendente cuanto que su poesía se mueve a pie de calle, con el lenguaje de lo cotidiano y lo sencillo. No hay sermón, pero sí sabiduría.
No se trata de meros títulos o referencias secundarias, porque en “La vida y algo más”, poemas como “Resurrección”, “En el principio fue el poema”, “Purgatorio”, “Crítica”, “Teología de un centro comercial”, “Teología de una tarde de hotel” o “Tierra prometida” dan cuenta de una visión orgánica del hombre y de la palabra que parte de un principio, afirma un sentido, apuesta por una esperanza salvífica y, fundamentado en todo ello, levanta su voz en favor de los más desfavorecidos, denuncia las consecuencias alienantes del consumismo contemporáneo, su lógica excluyente y su capacidad para, tantas veces –demasiadas-, incapacitar al hombre contemporáneo a amar más allá del falaz romanticismo de serie. Desde una convicción redimida, el poeta aborda las miserias humanas con un optimismo alejado de la mera idealización utópica o de la ensoñación sin fundamento. Gragera es social sin panfleto.
Una luz que no ciega al cerrar sus páginas. Deseo de seguir viendo crecer a este poeta. Esa sensación que nos deja haber compartido palabras de gracia. Y el consiguiente “a la espera de más”.
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