El hallazgo literario –más que literario: una conjunción literariosocial- estaba ahí, en los atrios de mis oídos. ¿Cómo no había reparado antes en algo así? Para expiar mi torpeza debía dedicar a aquella pieza suprapoética un estudio a la altura de su sublimidad. Y, como toda reparación alcanza en su profesión pública el cumplido propósito de justicia que persigue, públicamente, aquí sin más, os la ofrezco.
La joya literaria estaba energizando a golpe de bajo y sintetizador folk-house mis horas de entrenamiento musculante. En la radio, en el iPod…, en el aire, su más propicio espacio, decía así:
(1) Te he visto por ahí
(2) y siento que me encantas.
(3) ¿Quieres acostarte conmigo?
Tal delicadeza lírica merece un análisis pormenorizado. Descompongamos con dúctil tacto tan delicada flor.
(1.a) Te he visto…:
El experto vate toma como punto de partida la visión. ¡Oh sí!: los ojos. Es difícil ignorar aquí una alusión intertextual (no así intratextual) a la más genuina helénica tradición que asocia visión y conocimiento. Más aún: ¿puede ignorarse una sutil e inteligente referencia crítica a aquel mirar de Descartes por la ventana que da origen a una reflexión que a su vez da origen a la modernidad?
(1.b) …por aquí:
Ni por allende, ni por aquende: por aquí. La ubicación espacial se vuelve supratemporal. Más precisión, imposible. El verso casi nos deja fundirnos con la persona vista esquivando hábilmente confundirnos (con ella).
(2.a) Y siento…
El verbo sentir es una deliberada elección que nos instala sin ambages en la cosmovisión posmoderna. ¿Qué inteligencia no es lo suficientemente permeable para ver aquí una velada, poética crítica al imperio de la razón fría? Es la entrada del sentimiento y la sensualidad catárticas que elevan esta cancioncilla al nivel garcilasiano. ¡Qué digo garcilasiano!: petrarquista y hasta homérico.
(2.b) …que me encantas.
Estamos en la cima expresiva de este anónimo autor. No dice “me molas”, “me pones”, "me averracas"…, expresiones, todas ellas, que apuntarían demasiado bajo. “Me encantas” nos introduce en un universo sobre cuya magia mejor hagamos silencio para no enturbiar su misterio.
(3) ¿Quieres acostarte conmigo?
Renunciamos a descomponer estas tres capitales palabras porque forman un conjunto armoniosísimo que debe ser pronunciado así: todo seguido, en tórrido torrencial recitado.
Enmarcado el verso por esos signos interrogatorios, ¿quién no detecta el temblor existencial que acompaña siempre a un signo de interrogación? Deseo y existencia se presentan coextensivos.
Y ¿cómo no agradecer esa delicada elección verbal que ocupa el lugar central del verso, “acostarte”, opción que el poeta ha medido y pesado descartando otros verbos que, sin duda, habrían sido muy gráficos pero que no nos reportarían el placer de la elipsis que de este modo nos es patente?
No nos cabe duda de que este estribillo pasará a formar parte del acervo literario del corriente siglo. Extasiado, le doy a replay y reinicio mi levantamiento de pesas a ritmo jump-style.
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