Sin noticias de Dios, tal como fue (más o menos). Desde que supe que se iba a rodar, tenía ganas de ver la película sobre la vida de Jaime Gil de Biedma. Ya está en pantalla y, aunque la mayoría de las críticas la ponen más bien mal, yo iré contracorriente y la pondré más bien bien –tiempo al tiempo-.
¿Y por qué hablar en este blog de una película en la que Dios ni se menciona? Pues porque no se puede comprender el último tercio de nuestro siglo poético sin la influencia de Gil de Biedma, poeta que escribió muy poco pero con muy largo alcance. Es cierto que la ultimísima poesía española parece amanecer por caminos muy distintos a la poesía de la experiencia, pero la poesía de la experiencia ha marcado tres décadas de nuestro panorama, en algunos casos con obras buenas, en otros, con infinidad de imitadora mediocridad y mucho más de lo mismo.
Hablar aquí de ello, sí, porque, quizá en el movimiento que la película refleja, como en ningún otro lugar en nuestra historia cultural reciente, la escisión entre fe y arte no es que haya sido un hecho a observar, sino algo sobre lo que no hay nada que decir, pues han transcurrido como dos magnitudes que se ignoran por completo.
Pero volvamos a la película. Está calificada para mayores de 13 años, pero debe de ser una broma, a no ser que la visión explicita de orgías, felaciones y otras cosas que no quiero detallar sea recomendable para mayores de 13 años. Pero eso sí: el sexo no es, como alguien ha dicho, ni el hilo conductor ni el reclamo de la película. Ocupa en ella el lugar que ocupó en la vida del poeta. No inspira morbo alguno y sí una visión directa del paso del tiempo, de la rebeldía, de la necesidad de vivir sin renunciar a nada, con sus contradicciones, sus conquistas y sus desolaciones.
No sé si le darán el Goya al mejor actor a Jordi Mollá, quien, contra todas las pre-críticas (algunas nada más saberse que él encarnaría al poeta), está realmente convincente; soberbio, me atrevo a decir –ya que voy contracorriente, iré con todas: camicace-. Como anticipo, está nominado entre actores que llegan a estos Goyas en su mejor papel -contra quienes no apostaban por él-. En todo caso, Mollá acierta porque elige no la imitación sino la recreación del personaje. Al fin y al cabo, Gil de Biedma lo que hizo fue crear su propio personaje y dejarlo ir. Magnífica la escena en que el protagonista, tras una noche loca, apaga su cigarrillo contra la imagen de sí mismo en el espejo del ascensor mientras se escucha en off el mítico Contra Jaime Gil de Biedma. ¿Y la escena en que llora por nada? Llena de poesía, aturdidora.
Es verdad que la cinta tiene sus caídas. Bimba Bosé está de pena. Tan mal, que el director tiene que hacer el trabajo que ella no hace y, en la escena de su muerte, dar todos los matices que ella no ha dado haciendo entrar una ola por la ventanilla de su coche: conmovedora metáfora, aun en la película que narra el nacimiento de una poética que prescinde, como una de sus características, de la metáfora.
Al menos saber que así fue –diga Juan Marsé lo que diga: que no fue así-. Y sin noticias de Dios. Al menos para acercarse a un tramo del recorrido histórico de nuestra literatura. Pues, sin conocer las palabras y los sin porqués de quienes fueron, difícilmente podremos entender el cómo y el porqué de nuestra actual cultura.
No apta para quienes se escandalizan de las cosas del cuerpo, que, por cierto, está hilemórficamente animado por un alma. Jesús no sólo se habría acercado, sino que hasta se habría dejado ver en compañía de estos… pecadores. No me lo invento.
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