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Blog El atril

Fray Antonio Praena Segura, OP

de Fray Antonio Praena Segura, OP
Sobre el autor

28
Mar
2023
"LA SATISFACCION DEL DEBER CUMPLIDO" VV.AA. ESDRUJULA, 2023
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LA SATISFACCION DEL DEBER CUMPLIDO. VV.AA. ESDRUJULA

 

Celebramos los 100 años de la muerte en Granada de Andrés Manjón, el Padre Manjón, fundador de las Escuelas del Ave María y pionero en una forma de pedagogía centrada en el alumno, en sus capacidades diferenciadas y en su contexto social, atendiendo especialmente a los factores de exclusión y posibilitando el acceso a la escuela a numerosas generaciones de niños y niñas que, por la pobreza de sus familias, no habrían tenido la oportunidad de formarse.

Con algo más de 40 años y ejerciendo como catedrático en la Facultad de Derecho de Granada, bajaba un día el Padre Manjón desde la Abadía del Sacromonte hasta el centro de la ciudad para ejercer su habitual tarea docente cuando en su camino escuchó cómo una maestra tomaba la lección a un grupo de niñas gitanas en el interior de una cueva.

Como en las mejores revelaciones de Dios, las más claras, esas que vienen a través de los excluidos, el Padre Manjón supo que había que hacer algo. Y ese algo se tradujo, en 1889, en la primera escuela del Ave María que, con mejor financiación, al poco tiempo acogía ya a 300 niñas. El contexto permite comprender lo que las nuevas Escuelas del Ave María querían remediar, y es que la tasa de analfabetismo en la ciudad de Granada rondaba, a finales del siglo XIX, el 74 por ciento.

No solo el impacto social, sino especialmente el pedagógico, es lo que este centenario quiere poner de manifiesto. La pedagogía avemariana ponía el acento en una escuela activa y gratuita en la que los alumnos eran el eje del proceso de enseñanza y aprendizaje, dándole especial importancia a la formación profesional y acomodando los contenidos impartidos a la capacidad y a los factores sociales de los que procedía el alumno y a los que el alumno debía regresar. Se formaban personas en su dimensión integral y personas capaces de procurar mejor el pan para los suyos en una sociedad clasista y desigual.

Para celebrar este proyecto y la persona que lo puso en marcha se ha publicado la antología poética “La satisfacción del deber cumplido” (Esdrújula, 2023). Esmeradamente cuidada, los responsables de la iniciativa, Javier Gilabert, Fernando Jaén y Gerardo Rodríguez Salas han recopilado textos de 100 más 3 poetas (los tres son ellos mismos, pues los antologados no íbamos a permitir que los antólogos se autoexcluyeran. Si ellos no estaban, nosotros tampoco íbamos a participar).

El prólogo de la profesora de la UGR Remedios Sánchez realiza el milagro de citar a todos y cada uno de los participantes con tacto y labor de filigrana. La antología recoge las distintas tendencias y estilos de la poesía española contemporánea. Es plural, inclusiva y sintomática, pues, aparte de su valor literario representativo, pone de manifiesto que un objetivo común tal como la importancia de la educación gratuita especialmente volcada en quienes más dificultades tienen es razón suficiente para reunir y consensuar voluntades de escritores de muy diversa y hasta divergente sensibilidad literaria. Por otro lado, los beneficios de la venta de esta publicación están destinados a la obra social eductiva del Ave María.

Comentaba con uno de los responsables de la edición un aspecto que me ha llamado la atención. Y el primero sobre el que hago recaer mi crítica soy yo mismo. Se trata de la facilidad con que pasamos por alto el motivo primero que mueve a un hombre como el Padre Manjón a hacer lo que hizo: el Evangelio, la inspiración religiosa, la inquietud social que nace de una experiencia de un Dios que realmente lo sea.

Pocos de los poemas -excepciones muy destacables son los poemas de los hermanos Jesús y Daniel Cotta, Francisco Silvera, Chema Cotarelo o Arcadio Ortega- mencionan a Dios, siendo Dios lo que movió al Padre Manjón. Hablamos de niñas, niños, tizas, hambres, madres, cartillas, mitología, pero Dios no es dicho. Lo cual no significa que no esté, de hecho creo que sobrevuela cada página. Solo apunto que hay un olvido semántico, quizá una elipsis.

La cuestión me lleva a otras ocasiones donde algo similar ocurre. Nos volvemos locos de belleza al escuchar a Bach, al entrar en una catedral gótica, al leer a San Juan de la Cruz. Tomamos un tono elevado para argüir razones que expliquen, por ejemplo, la sublimidad de la literatura mística y echamos mano de explicaciones tales como rapto sensorial, orgasmo, trance sicológico y hasta hongos alucinógenos del pan. Y no llegamos a entender el fondo, porque la verdadera razón, Dios, nos da vergüenza nombrarla. Es algo así como querer reducir a nuestras explicaciones aquello que las excede. Y ello cuando, por hablar claro, no estamos quizá sino queriendo ser aceptados por la corriente cultural dominante. Para entrar en los circuitos cultos de la sociedad española hay que dejar claro, aunque sea por vía de despiste, que Dios no es una causa del arte. Es algo muy rancio, fruto de nuestra historia reciente. Todos -insisto: yo el primero- somos fruto de nuestro tiempo, por más exquisitos que nos pongamos.

Lo cual me lleva concluir que esta falta de trascendencia hace cortas nuestras miras creativas y nuestras miras receptivas de la belleza. Tópicos y prejuicios son una carga demasiado predecible con la que caminamos. Pero también de la que todo arte se beneficia cuando se desprende de ella.

Este asunto viene a recordarme esa parte de la obra de von Balthasar en la que señala cómo la crítica de la modernidad filosófica analizaba muy bien las partes pero no veía la figura. No veía la forma que unifica, plenifica y da sentido a las partes y las superpuestas dimensiones. La forma en sí es invisible: se requieren otros ojos para verla.

Volviendo a Andrés Manjón y a esta extraordinaria antología que nos ocupa, la forma que hace admirable las diferentes partes de la obra social y pedagógica del Padre Manjón es la fe y, en este centenario, quiero decirlo.

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28
Dic
2022
Felicidad de última hora
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Fobia Navidad

 

El sentimiento de aversión a la Navidad parece cada vez algo menos excéntrico. No sé si es una impresión sobre mi entorno o que se ha puesto de moda hablar de cosas de las que no se hablaba antes, pero cada vez encuentro más personas que manifiestan lo poco que les gusta la Navidad.  

Alguno, para hacer más llevadero el trauma, escribe unos versitos sarcásticos o un cuento navideño de terror gótico. Otros, directamente, desconectan de todo. No falta quien, abordando la cosa más racionalmente, trata de poner palabras a lo que le ocurre y, con calmada lucidez, te cuenta que no tiene nada que celebrar y que, si ya antes tenía sus más y sus menos para con lo eterno, ahora sabe directamente que Dios no existe; que no ve por ningún lado la mano buena de un ser bueno. Que han sucedido y están sucediendo demasiadas cosas malas, dolorosas, tristes: guerras, epidemias, crispación y violencia…  Y que, antes que vivir en conflicto con una creencia que solo les aporta inestabilidad, lo mejor es descartar cualquier ilusión de consuelo.  

Alguno de los amigos con los que me he reencontrado en estos días navideños ha sido muy sincero: ha perdido la fe y el peso de los años -especialmente los últimos años- le ha agriado la mirada sobre la vida. No hay un Dios con nosotros para él. 

Esta persona, con esa urgencia que nos da el paso de los años, movida de esa decisión de no perder el tiempo en rodeos sentimentales ni retóricos, me ha llegado a decir: “no sé cómo aguantas una vida tan idealista”. Lo que yo llamo el don de la fe, para él es un exceso de idealismo. 

Y uno no puede menos que quedarse pensando. Y llegar a ciertas conclusiones con la misma sinceridad. Entiendo que habitar un espacio vacío de sentido, un significante sin significado, algo a lo que continuamente hemos de aportarle un relato que ya no brota de su relato originario debe ser, cuando menos, fatigoso: una carga pesada.  

Celebrar la presencia de un Dios en el que no crees hace que cada signo de fiesta se perciba con incomodidad: visitas, regalos, comidas familiares, belenes, cantos…  

Es como vivir en el espacio de una hermosa playa abierta por el mar pero de la cual el mar se ha marchado. Y ahora está invadida por carruseles inorgánicos, luces de feria, rostros con sonrisa quirúrgicamente sostenida, ensoñación alquilada. 

Habitar un tiempo, aunque solo se trate por unos días, cuyo sentido redentor no me redime de nada debe de ser agotador. Una especie de burla sarcástica de la que ya no queremos formar parte. 

Se suma a ello la necesidad de ser obligatoriamente felices por Navidad, de parecer felices a toda costa. Lo cual se convierte en una huida hacia adelante en dirección a una alegría de última hora. Una espiral que añade frustración a la frustración mal resuelta. 

Uno rumia las razones de sus amigos y, al final, debe hacerse a sí mismo el favor de ser honesto. Habitar su verdad: el regalo de la fe es igual que el regalo del nacimiento de Jesús y el regalo de nuestro propio nacimiento. Experimentar la trascendencia y la cercanía de Jesús nacido niño, por más insignificante que parezcan las circunstancias, cambia cualitativamente nuestra forma de estar en el mundo y de interpretar el regalo que en nuestra propia humanidad Dios nos hace a nosotros mismos.  

Entre la oscuridad y la luz, entre la salvación y la desgracia, media tan solo una palabra: hágase. Y entonces todo es distinto, al igual que una estrella es solo una chincheta clavada en la inmensa oscuridad del universo y, sin embargo, basta su luz para atravesar el desierto y orientarte en la noche.  

Hay luz que se enciende solo mientras caminas. Donde se abre una playa, el mar no está muy lejos.  

Por eso esa tristeza de algunas personas en Navidad me hace pensar que la tristeza en realidad no existe; es una ausencia de alegría. Y ya sabemos bien que las ausencias hablan de una presencia. Son, como diría George Steiner, una nostalgia de absoluto. A lo que añadimos que la nostalgia es un sentimiento que se refiere al futuro.  

El futuro existe en la medida que se acepta, se recibe. Pero no deja de existir por el hecho de rechazarlo, lo cual es muy molesto y, honestamente, me devuelve al mejor de los puntos posibles: si soy futuro y el futuro viene a mi encuentro, tiene mi misma carne y habla mi idioma ¿qué más puedo pedir? Hay cosas que tan solo se comprenden cayendo de rodillas y adorando. 

 

 

 

 

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13
Mar
2022
Tiempo y deseo
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Hilario Barrero

Me lo contó Pablo García Baena, aunque era cosa conocida. Cuando en 1980 publicó en una plaquette los poemas "Tres voces del verano", que diez años mas tarde formarían parte del libro "Fieles guirnaldas fugitivas", Pablo, como solía hacer, distribuyó este anticipo entre amigos y poetas, entre ellos, alguien que había sido su compañero de colegio en la infancia cordobesa.

Cuando meses después se encuentró casualmente con él, Pablo le preguntó a este amigo, que era dominico, qué le habían parecido esos últimos poemas, presuponiendo que, con la confianza que se tenían, le echaría un rapapolvos. El religioso le devolvió la pregunta al poeta de Cántico: ¿qué te han dicho los demás? -Que están muy bien. -Pues lo mismito que te digan te digo yo.

Esos poemas representaban un cierto cambio de estilo en Pablo, un giro hacia una expresión vital más inmediata. El erotismo, el amor y el sexo aparecen en ellos de forma más candente.

Pablo -también me lo contó varias veces, pues, aunque era asunto conocido por todos, yo llegaba tarde a este mundillo y era prácticamente un ignorante- había tenido que marcharse de Córdoba destino de una nueva vida en la Costa del Sol, donde se reinventó tras años de tristeza y el corazón roto.

Hilario Barrero -siempre que leo a Hilario me acuerdo de Pablo, aunque su generación y estilo son tan diferentes- también se marchó del Toledo gris de la posguerra y, pasando por Barcelona, encontró en Nueva York el escenario donde el amor y la libertad desplegaron toda su potencia.

Poco después, el Nueva York en cuya Universidad Hilario Barrero ha ejercido como profesor se convirtió en el escenario del azote del sida, que se llevó a muchos de los amigos del poeta, y de los atentados del once de septiembre, que el poeta contempló en directo desde la terraza de su casa en Brooklyn. 

"Tiempo y deseo" recoge la obra poética de Barrero escrita a través de 50 años y nos regala algunos poemas inéditos. Exilio interior, peste y principio del fin de un mundo que ya está aquí son los temas que encontramos.

La emoción profunda que los poemas de Hilario me producen tiene que ver con la verdad de un hombre, la verdad de un tiempo y la verdad de una ciudad.

Al leerlos una y otra vez, asisto a unas décadas difíciles, pero, sobre todo, al voltaje moral de quien en ellas se fue haciendo mejor, más fuerte, más humano, más libre y más fraterno.

Ahora todo parece más fácil, pero estamos más solos, somos menos libres y ya sabemos que no nos tenemos los unos a otros tanto como pensábamos, lo cual es solo una llamada a apostar por nuestras mejores potencialidades sin perder el tiempo en lamentos.

Con "Tiempo y deseo" (Libros del Aire, 2021) me conmuevo, me reconozco, me siento menos solo y más capaz. ¿Qué es lo que nos interesa de un poeta? -se pregunta en la introducción José Luis García Martín-.  Que tenga voz personal, que trace un autorretrato en el que podamos reconocernos, que su visión del mundo enriquezca nuestra visión del mundo -se responde-.

Eso de que nos podamos reconocer pasa por la necesidad de la ficción, porque la poesía es una ficción, aquella en la que se desvela el fondo.

El libro de Hilario Barrero lleva meses sobre mi mesa y aseguro que estará mucho tiempo más. Para mí se ha convertido en imprescindible.

Me dicen que en estas entradas nunca porto mucho críticamente y que siempre hablo bien de los libros. Es que yo no soy un crítico: ni sé ni es mi papel. Pero sí reconozco cuando un libro es una revelación de la verdad vital y artística. Entre otras cosas porque la una es condición para la otra.

El rigor de la forma es el camino hacia la profundidad del contenido. Y en Hilario ese rigor es insobornable. Crecientemente exigente en el periodo de estos cincuenta años. Admiro su sastrería cada vez más precisa, limpia, potente y tanto más esencial cuanto más rica y certera en los detalles anecdóticos con los que Hilario Barrero hace de la poesía un verdadero acto de encarnación.

"Tiempo y deseo" es también -y sobre todo- una consagración de la verdad como lo único importante en poesía y en las cosas de vivir. Hilario Barreo se ha convertido en uno de mis poetas de referencia.

Transcribo uno de mis poemas favoritos y que corresponde al libro "Educación nocturna" (1971-2020).

 

SUBJUNTIVO

Y tener que explicar de nuevo el subjuntivo,

acechante la tiza de la noche del encerado en luto,

ahora que ellos entregan sus cuerpos a la hoguera

cuando lo que desean es sentir el mordisco

que tatúa con rosas coaguladas sus cuellos ofrecidos

y olvidarse del viejo profesor que les roba

su tiempo inútilmente.

Mientras copian los signos del lenguaje,

emotion, doubt, volition, fear, joy...,

y usando el subjuntivo de mi lengua de humo

mi deseo es que tengan un amor como el nuestro,

pero sé que no escuchan la frase

que les pongo para ilustrar su duda

ansiosos como están de usar indicativo.

Este será su más feliz verano

el que recordarán mañana

cuando la soledad y la rutina

les hayan destrozado su belleza,

la rosa sin perfume, los cuerpos asaltados,

ajadas las espinas de sus labios.

Pero hoy tienen prisa, como la tuve yo,

por salir a la noche, por disfrutar la vida,

por conocer el rostro de la muerte.

 

 

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2
Mar
2022
Poesía y suicidio
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Poesía y suicidio

 

 

En una entrevista para un suplemento cultural -para varios, por lo que veo después-, habla Nacho Duato de su último montaje para la Compañía Nacional de Danza. Se titula "Morgen;" y trata sobre el suicidio. El ";" hace referencia a personas que han superado un intento de suicidio y que se tatúan este signo para ayudar a quienes puedan atravesar por una situación similar.

Durante la pandemia han aumentado los suicidios un 400%. Es otra pandemia de la que nadie habla. Según la mayoría de las fuentes -no hay más que echar un vistazo a diferentes informes-, es la principal causa de muerte no natural en España.

Y ese silencio en torno al tema parece tener una justificación, la de evitar el efecto contagio, muy especialmente entre adolescentes y jóvenes.

Sin embargo, según numerosos sicólogos y pedagogos, este efecto contagio es cada vez menos un argumento para no hablar de ello. Porque hay indicios que se pueden abordar, respuestas con las que podemos anticiparnos, iniciativas que eviten situar el suicido en la mente como una salida posible. Y, por supuesto, mecanismos y círculos de apoyo para esa otra gran víctima de un suicido, que son las personas que están cerca y que, de alguna manera, llegamos a ser todos.

Que el mundo del arte hable de ello es un signo. Y que lo aborde no como un lugar creativo, como si el don artístico y la fatalidad sicológica fueran de la mano. El arte puede deshacer la falacia romántica del malditismo como estigma inspirador, y, por el contrario, manifestar que la celebración de la vida, su defensa a ultranza y la apuesta por otras formas de abordar los problemas no son un signo de inmadurez, infantilismo o, simplemente, naif profesión de unas creencias pasadas de moda.

El regodeo en la propia aniquilación no es un signo de genialidad ni de mayor altura creativa.

El teatro, la poesía, el cine pueden meternos en la piel del otro porque es la nuestra. La genuina salida de nosotros mismos, el "éxtasis" como efecto del amor del que hablan los neoplatónicos y Santo Tomás de Aquino, es también eso: salir de sí no en busca de la nada sino del otro y habitar su realidad.

La poesía puede abrir una parte una puerta en ese camino. En la literatura vivimos, como creadores y receptores, vidas que no cabrán en nuestro limitado e impredecible espacio biográfico.

En la apertura poética juega un papel fundamental la experiencia. La poesía nos ayuda a experimentar cosas que no nos han sucedido pero sí han sucedido en las vidas de otros.

Para comprometerse hace falta vivir, y vivir es también habitar otras experiencias. En aquello con lo que nos comprometemos juega un papel esencial esa experiencia y, ya que no podemos tener experiencia de todo, la poesía nos mete en otras pieles. No podemos esperar a vivirlo todo en primera persona.

No necesito sufrir el bombardeo de las tropas rusas como ciudadano de Kiev para anticiparme a lo que significa y solidarizarme con las personas ucranianas. La poesía encuentra más grandeza cuando nos desplaza de nuestro egocentrismo como fuente de acción.

El ego no es la fuente de la ética ni del arte. Ante cuestiones capitales como el suicidio, hasta la empatía queda corta, porque lo fundamental es valorar la importancia de la persona como algo que tiene trascendencia y valor en sí mismo.

La poesía como escucha del otro se convierte en una afirmación del otro y, por lo tanto, debe posicionarse sin ambigüedades ni complejos creativos en defensa de la vida, de una cultura de la esperanza y de la comunicación lograda.

Porque un gran poema habla de vivir incluso cuando se adentra en los terrenos más escabrosos de nuestra realidad.

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20
Feb
2022
La palabra del ciervo
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Fernando Jaén Águila

"Del dolor no se regresa

con el alma transparente

aunque pueda brillar más,

como el metal pulido a golpes."

 

Este poema titulado "Golpes" pertenece al libro "La palabra del ciervo" (Sonámbulo Ediciones, 2021) del poeta y médico Fernando Jaén Águila. Es uno de los poemas más breves pero más certeros e inolvidables del libro.

Señalamos la profesión médica del autor porque el código que articula las tres partes del libro es ese: la llamada, aprendizaje, entrega, decepción y renacimiento de una vocación sanadora ejercida como sagrada y que camina paralela a la lucidez poética de la que Fernando es sujeto; y, como prueba, este mismo poemario claro, sincero, profundo.

No siempre los prólogos ayudan a introducirnos en la realidad de un libro. No es este el caso. Los dos prólogos, el primero del también médico y poeta Basilio Sánchez, y el segundo, del mismo Fernando Jaén, en primerísima persona, resultan necesarios, se funden con la obra y constituyen en sí un poema más y no cualquier poema.

Nos dice Basilio Sánchez que la poesía es una forma de resistencia en medio de la pérdida de sentido a la que nos aboca nuestra época y del abismo de dolor al que se enfrenta quien, en su día a día, ha de tratar con la enfermedad y con la muerte. El médico poeta es consciente del sentido simbólico y salvador que tienen las palabras cuando uno se acerca hasta ellas con humildad.

Fernando Jaén Águila va más allá y se desnuda ante el lector: el poeta médico se enfrenta a sus propios abismos y obsesiones con la idea final de servir al prójimo. Y en ello se desvela que la poesía toca el mundo de la medicina en un punto donde las certezas cuantificables son borrosas.

Como el ciervo, el médico es un mediador entre mundos; un guardián del bosque; un guía más allá de la espesura hacia las fuentes de la vida y de la salvación, afectado él mismo y vulnerable; expuesto tanto a la admiración como a la descarga de la frustración sobre su persona, a veces sin apenas solución de continuidad, como hemos comprobado en esta crisis pandémica en la que, en ocasiones, se pasaba del aplauso al vituperio, del reconocimiento a la estigmatización.

En este poemario, el ciervo es más símbolo que nunca, pues no sólo es mediación sanadora, sino poeta consciente de la carga soteriológica depositada en él.

A partir de este marco, la primera parte de este limpio trabajo nos hace recorrer el amor primero que alentaba al estudiante y recién estrenado artista de la medicina. La segunda da cuenta descarnada del desengaño, el cansancio, la confusión que, cifrada en la figura del invierno, el frío, las heladas o el cansancio, rodean al ciervo en el laberinto de nieve. Finalmente, la tercera parte anuncia el deshielo, y, aunque no ha llegado el pleno renacer, los signos de un nuevo tiempo despuntan en aquellas cosas que ya estaban y estarán siempre, porque son indestructibles, en la retina del ciervo poeta: la belleza del bosque, la infancia, la misericordia, la presencia y el compromiso de la mujer amada, la madre o los poemas mismos concebidos como actos de amor -(gracias por la inesperada cita)-.

Es tan reconciliador este "La palabra del ciervo" que con su escritura el médico y el poeta nos curan. Y nos devuelven la posibilidad de recapacitar en medio de un tiempo convulso, herido de egoísmo, pretenciosidad sin talento y ambiciones muy varias, empezando por las de aquellos que están llamados a velar por la salud social, política, e intelectual de un mundo que no es lo que era y aún no sabe a dónde se encamina.

"La palabra del ciervo" de Fernando Jaén Águila nos deja una cicatriz imposible de difuminar: un poema es un acto de amor donde la palabra no actúa como theosis sino como praxis. Una forma de mantener la vida haciéndola crecer hacia sí misma. Un modo de vigilia sobre el misterio sin despertarlo. Una confirmación de la objetividad de las cosas, pues la verdadera poesía no es nunca subjetiva, y el verdadero poeta intuye que lo que hay de poema en un poema es sanación prójima, recibida y nuestra solo en la medida en que sirve.

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14
Feb
2022
Pintadas en los baños de los bares
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Pintadas

Buscamos por internet para afinar con el significado y el uso del término "latrinalia". Descubrimos que lo acuñó el folclorista Alan Dundes para referirse a las pintadas, grafitis e inscripciones realizadas en los retretes.

El libro de Sergio Álvarez Sánchez, "Pintadas en los baños de los bares" (Universidad de Jaén, 2021), podría parecer que se inscribe en este género de intervenciones, con o sin finalidad artística, realizadas en una situación tan privada como universal como la que en un baño público acaece.

Pero no; lo que refleja el título, y el poemario se encarga de confirmar, es un tono, una forma de confesar asuntos (im)personales con clara voluntad antisolemne, pronunciados con media sonrisa en la boca, con ágil desparpajo y una sinceridad repleta de ironía.

Como imanes fijados en la puerta de la nevera, los asuntos tratados en este libro son tan trascendentes que hay que tratarlos con intrascendencia. Ahora, claro, a ver quién lleva la contraria a esas sentencias que se han asentado ya en nuestro lenguaje común y cuya razón solo admitiremos con tal de que no se formulen a la kantiana.

Una amiga y crítica con la que suelo discutir de casi todo -vivir en dialéctica continua es nuestra manera de mostrarnos que lo nuestro no lo rompe ni nuestra mala baba- me argumenta que de cada generación permanecerá algún poeta popular, porque lo popular es lo más cercano al lenguaje mismo.

Sergio Álvarez Sánchez habla de cosas populares y lo habla muy bien, muy claro, muy bien medido, muy de vuelta del deseo de epatar al lector. No es que "Pintadas en los baños de los bares" responda a las maneras de la lírica popular, pero sí que nos esboza una sonrisa ya comunicativa al primer vistazo. Nuestro poeta nos permite mirar a nuestras contradicciones y miserias sin el deseo de aniquilar al tipo del espejo.

 

"(...) Pintadas en los baños de los bares.

Cruel filosofía que te hace sonreír.

Entre cuatro paredes y un sencillo agujero

la vida. Cuando salgas

lávate bien las manos,

pero no las olvides."

 

Cuando el manuscrito de este poemario llegó al jurado del Certamen Internacional de Creación Literaria Miguel Hernández de la Universidad de Jaén, que le otorgó el máximo galardón, yo pensaba que tras la plica había alguien mucho más joven. La sorpresa al conocer el nombre del ganador es que nació en el 73 -la verdadera madurez se complace en la sencillez-, que es doctor en no recuerdo qué compleja especialidad de biología, y que ha ocupado cargos de importancia en el ámbito de la protección medioambiental y la cooperación internacional en instituciones comunitarias europeas.

Claro; hay que tener distancia para ver con claridad, y no disponer de mucho tiempo para escapar de los enredos y las trampas de la poesía con vocación de estatua sobre plinto.

No se pierdan, precisamente, su poema "Catálogo de estatuas del Retiro". Por lo demás, se nota que ha nacido en Castilla y León, que es capaz de manejar a una sola mano las lecturas de Zorrilla, Claudio Rodríguez, Aníbal Núñez y las pintadas de los retretes estudiantiles -quien sabe si también las de los urinarios de las altas instituciones europeas-.

Sergio Álvarez Sánchez es un poeta inteligente, es un bailarín de pista rápida con el lenguaje. La ironía -sarcasmo a veces-, ejercicios de desdoblamiento -¿puede haber un baño sin reflejos inesperados?-, giros de guión, frases hechas perfectamente engastadas en un ritmo sin concesiones: todo esto vamos a encontrar, porque es un poemario de largo recorrido que no decae ni deja de sorprender.

No dejen de buscar este libro que, pese a su encuadernación preciosamente mimada, no será fácil de encontrar, pues las publicaciones de las instituciones públicas no siempre encuentran la mejor distribución. Pero búsquenlo, disfrútenlo y, sobre todo, sonrían, que es el efecto más rejuvenecedor de la buena poesía y de la inteligencia.

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11
Feb
2022
El Poeta del Metro
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El año de la grava

 

Para los lectores de este blog no demasiado familiarizados con la aventura poética, me permito resumir la situación de los últimos años en lo que se refiere a este arte de la palabra.

El panorama actual está marcado por la irrupción de la llamada generación Millennial y la Generación Z.

Fundamentalmente se trata de una avalancha de poetas cuyo medio nativo de expresión son las redes sociales. Instagramers, youtubers, tuiteros con infinidad de seguidores que producen versos adaptados a la red social y que, en un momento determinado, por arte o simplemente por mercado, dan el salto a la edición de libro. Los poemas suelen ser facilones, superficiales; frecuentemente no más que sensiblones lugares comunes aptos para consumir y, por lo general, muy rentables en cuanto a ventas, pues sus cientos de miles de seguidores son ya un público abonado.

Su popularidad mediática ha hecho de esta parapoesía un auténtico fenómeno del que se han ocupado ensayos, conferencias, congresos. El debate es encendido en torno a la oportunidad, calidad y cualidad -si es poesía o no- de estas publicaciones. He participado en más de un diálogo al respecto y me quedo con un par de conclusiones.

En primer lugar, no es buena poesía, más bien suele ser mala poesía; pero es un fenómeno más interesante por lo que socialmente refleja que por su literatura o arte en sí.

En segundo lugar, es posible que un público adolescente y joven se inicie a través de estos medios en la lectura y, a continuación, su gusto y su exigencia les lleven a dar con una buena poesía y hagan de ellos buenos escritores. Como en muchos ejemplos, se puede empezar dando patadas a un balón en el parque y acabar jugando en primera división de fútbol. O puede que lo que no eran más que volteretas de pasillo, acaben significando el inicio de una deslumbrante bailarina.

Hay pronósticos que se cumplen antes de lo pensado. Antes de lo pensado porque, mientras la evolución artística de un poeta cuarentón puede ser insignificante en el periodo de dos o tres años, en el caso de un joven poeta dos o tres años pueden suponer la clara diferencia entre una mera afición y el talento confirmado. Tres o cuatro años de lecturas, escritura y aprendizaje de un joven con dones literarios pueden hacer emerger un autor a tener muy en cuenta.

Pues bien, me hace muy feliz hablar del libro "El año de la grava" de J. Santatecla, un poeta que comparte algunas circunstancias de la Generación Millennial y que en este su segundo libro muestra un imaginario desbordante, brillante, genuino. Y mucho más: se percibe inmediatamente el instinto del lenguaje, ese acertar un contenido que se hace más presente por el estilo, la manera de decir, que por la sola elección del tema. Una conciencia de sintaxis que por su mera imbricación va dejando una disposición de ánimo.

J. Santatecla ha encontrado el secreto mediante el cual la acústica métrica no es mero pilar sustentante sino forma del poema. Se advierte el oficio de quien es, además, realizador de cine. Porque J. Santatecla ha configurado "El año de la grava" mediante la sucesión de planos que por su composición son historias dentro de la historia. De tal modo que hay una película, sí, pero muchas películas a la vez. Se suma a ello el acierto de dejar al descubierto las acotaciones, como una obra cuyo andamio está accesible para ser recorrido como parte de la obra. Una estética más trasparente.

J. Santatecla nos introduce en el viaje hacia la identidad de uno mismo recorriendo la memoria desde la juventud hasta la infancia e incluso el preconsciente.

El joven poeta nacido en 1991 deslumbra por una madurez forjada a base de lecturas, estudio y ejercicios estilísticos que no son simples sino más bien sencillos, para lo cual Jota ha abrazado el método de la humildad.

Y hay algo más. J. Santatecla es conocido como "El Poeta del Metro". Virales son los videos en los que recita en distintas ubicaciones del Metro de Madrid o deja poemas y retos en distintas estaciones para ser encontrados por los transeuntes. Estos poemas-mensaje suyos pueden ser el nexo entre dos mundos, entre dos personas, entres dos estaciones de la vida.

Santatecla es un Orfeo que desciende a los mundos inferiores, se fija en sus habitantes, les da voz, les anima a hablar, les restaura la ilusión.

La popularidad que ha alcanzado es la justa respuesta a su tesón, originalidad y apuesta por una poesía que realmente es de calidad y a la vez popular. Eso es muy, pero que muy difícil, y en J. parece natural. J. Santatecla es una esperanza confirmada. Un artista polifacético y, lo que realmente importa, una persona buena que aún cree en cosas buenas, para las cuales ha abierto un canal de comunicación.

Este libro, "El año de la grava", nos dice que J. Santatecla ha llegado para quedarse. Y que su talento no se detiene en un único género artístico.

Hace tiempo que recibí su libro. Le pido a J. que me disculpe por no llegar rápido a dar noticia.

Me atrevo ahora a decir que es ya un referente logrado de esa a veces imposible fórmula que reúne popularidad, frescura expresiva y profundidad de conciencia.

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4
Feb
2022
Para decir amor sencillamente
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Para decir amor sencillamente

Admirar es no solo un derecho, sino una necesidad. Admirar bien.

Las formas de posterioridad a lo moderno, las post, trans y contramodernidades incurren en error de engañarse cuando siguen adorando al ego y lo siguen situando en el centro de todas las demandas, incluso las que se erigen en nombre del altruismo. El consumo es la nueva religión y el yo crece estando a la venta; el narcisismo es nuestro índice de mercado. Antes que ser invisibles o inexistentes, demandamos para ser demandados, expuestos y cotizados.

Por eso son tesoros a proteger los actos de admiración. Olvidar admirar, verdaderamente nos achica. Decir, sin más interés oculto, "esto es bueno, esto debe ser conocido, esta obra debe formar parte de un nosotros" es imprescindible para no ahogarnos en nuestros pozos ciegos.

Admirar ex profeso es lo que hace este volumen, "Para decir amor sencillamente". En él 100 autores escriben su poema homenaje a Rafael Guillén a partir de un verso, una anécdota, un recuerdo de Rafael. Ingente es el trabajo realizado por los coordinadores, Javier Gilabert, Juan José Castro Martín, Fernando Jaén Águila y Gerardo Rodríguez Salas.

Los entresijos del proyecto asoman en los renglones de la introducción, firmada por Juan Carlos Friebe, en la que se nos relata el encuentro que el 26 de julio de 2021 mantuvieron con el poeta homenajeado al que le presentan, sin él saber nada, la casi totalidad del libro homenaje a su trayectoria. El protagonista, Rafael Guillén, abre entonces el bloc con la práctica totalidad de los poemas y el primer texto que encuentra pertenece a Francisco Brines, quien envió su colaboración apenas 7 días antes de su muerte. La voz de Rafael tiembla de emoción y la emoción permanece al encontrar los nombres de Antonio Gamoneda, Luis Alberto de Cuenca, Jenaro Talens...

El poema enviado por Brines pertenece a su libro "Insistencia de Luzbel". El poeta de Oliva y Premio Cervantes ya no podía escribir, pero eligió un texto suyo que da en el centro de lo que esta obra quiere transmitir. Se titula "Al lector". Trata de cómo un poema nace en una noche y atraviesa el tiempo hasta llegar, en otra noche y otro tiempo, hasta las manos del lector y, por si este no tuviera suficiente, agudiza el dolor que quien lo recibe ya tenía. Pero los últimos versos se dirigen directamente al futuro lector y le preguntan "¿quién nos hizo?".

Tres tiempos se cruzan en el poema de Brines: el tiempo de la creación poética, el tiempo de la recepción del poema y un tiempo sin tiempo, el de la creación misma, el del misterioso origen del poema que lo hace nacer en el autor, lo vuelve a recrear en el lector y permanecerá como fuente de toda creación, anterior, simultáneo y posterior a todos los poemas.

Para alguien que lee desde una perspectiva teológica, no se hace esperar la referencia a Dios, creador continuo. Este paso no lo explicitó nunca Brines. Pero su obra se dilata en esta misteriosa realidad cuya adscripción o negación teologal mejor la deja abierta el poeta. Que es como dejarla siempre a la consideración y a la inquietud de quien quiera entender como quiera entender.

En definitiva, este volumen homenaje a Rafael Guillén es eso: un cruce de lectores que escriben. Lectores antes que escritores, porque el punto de partida es la voz del otro y el de llegada la escucha para volver a empezar y no acabar.

Es este "Para decir amor sencillamente" una apuesta por un modo dialogal de entender al poesía; un acto de amor donde el otro importa más que yo; un oportuno aldabonazo sobre la tendencia narcisista que recurrentemente amenaza a los poetas. Porque, sin duda, la incesante lucha para mantener el yo a raya es más creativa que la afirmación de uno mismo.

El exquisito cuidado de todos los detalles del volumen, su cubierta de solapas redobladas y metalizadas, las cartulinas de cortesía oscuras, duras y sólidas, las distintas intensidades de tinta, la secreta y no siempre descifrable distribución de los autores, hacen de este un libro joya; algo así como una alhaja de familia: algo para atesorar pero a la vez tener cerca y asi volver a escuchar cuantas historias se concitan en ella.

Me gustan tantos inéditos que no me atrevo a dar nombres. Pero no me resisto a acabar con el final del poema enviado por Carmelo Sánchez Muros:

 

a esos les diría, como me digo a mí:

ata tu furia, enclaustra tus colmillos,

apaga ya la tea que ambiciona más leños,

apacigua jaurías, deja de ser quien eres:

cambia. Nada valdrá la pena

si en la victoria pierdes lo que amabas.

 

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23
Ene
2022
Mustafá y su padre
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Mustafá y su padre

 

Es una de esa citas que recuerdas sin voluntad de recordar. Preguntado sobre qué es la pintura, Francis Bacon respondía sin titubeo que pintar es buscar la verdad.

La inspiración poética es también una experiencia de la verdad. No es más que eso, pero es nada menos que eso.

Se ha escrito mucho sobre la inspiración. Teorías las hay miles, y seguirán apareciendo, y ninguna será definitiva, porque la inspiración, unida como está al acto creador, es tan inagotable como ese mismo acto arcano que se pierde en la anterioridad a lo pensado.

Pero es eso; saber la verdad, una verdad en la que aquello que experimentamos y el modo de experimentarlo coinciden. Lo que estás conociendo en ese instante se abre camino para ser dicho. La manera de decirlo está naturalmente unida y provocada por lo que estás experimentando.

Por ello, en el arte, en realidad, no hay diferencia entre sentimiento y conocimiento. Estamos ante un sentimiento que se hace conocer; es una expresión comprensible de algo que estaba más allá de lo comprendido y ahora, sencillamente, se hace verdad alumbrada, comunicable. La esencia del arte es la comunicación de la verdad.

Me alegra haber descubierto por otras vías que la inspiración es la contemplación y la revelación de la verdad. Y que, una vez hecho esto evidente sin forcejeo alguno, cultivar el arte es una forma de entrega a la verdad.

Cuanto ocurrió, lo sabes, y basta. Nada o muy pocas cosas pueden disuadirte de alejarte de ello, porque entre la verdad y tú se signa una especie de sintonía, una comunión, una claridad que supera las cuestiones por el sentido, por la verificación y por ti mismo.

Digo esto porque algo de eso ha ocurrido. ¿Una inspiración radical? ¿Un acto en que los fundamentos quedan retratos como en una radiografía? ¿Una revelación cuyo contenido incluye al sujeto, lo destruye y lo recrea?

Es mucho más sencillo. En el telediario han dado la noticia de la acogida por parte de instituciones italianas del pequeño Mustafá, nacido sin brazos ni piernas debido a los medicamentos administrados a su madre para combatir las consecuencias de los gases empleados en la guerra de Siria.

El niño ha llegado a Italia con su padre. Allí comienza el futuro de ambos: la dotación de las prótesis que suplan la ausencia de extremidades del pequeño, así como su educación e integración en la sociedad italiana.

Todo comenzó cuando el Festival Internacional de Fotografía de Siena mostraba una imagen del padre de Mustafá, sin pierna también él a causa de un bombardeo, jugando con su hijo. Nadie más orgulloso que el padre y nadie más feliz que el hijo. En esta como en otras imágenes documentales les invade la felicidad más pura. No necesitan más que tenerse el uno al otro. Las adversidades y carencias parecen no contar.

Y ahora, en su llegada a Roma, el niño aplaudía, sonreía. El padre lo porta sobre sus hombros, sobre su regazo. Lo presenta orgulloso, como la cosa más hermosa que existe en el mundo. Un vínculo inmaterial los mantiene en la misma onda de gracia. Todo da igual frente al hecho de tenerse el uno al otro. La alegría de padre e hijo concentran, en un instante simultaneo, incesante y compartido, tantos significados a la vez que podrían escribirse miles de páginas y no se descifraría la verdad que se desprende de ellos, la luz que los sostiene.

Pero me quedo con un descubrimiento tan obvio que ahora manifiesta haber estado siempre ahí. Sé que he tenido en mi padre no sólo la revolución de existir, sino la razón viva de la felicidad de la existencia.

Ahora que no está, su partida hace evidente que no encontraré a nadie que me quiera de la manera que él me ha querido; a nadie en quien confiar con la certeza de la fidelidad que he tenido en él; que me proteja sin fisura como expresión de su misma vida.

Esta imagen revela que la vida de un padre solo puede remitir a la existencia de Dios. Pero también que su ausencia sólo puede remitir a la certeza de Dios. Y que hay felicidad que no es necesario construir ni aguardar porque ya es un hecho, porque ya se ha tenido y permanece muy a lo siempre en uno mismo.

Aun cuando no todos la hayamos experimentado, es un asunto de todos, y la muestra de que es un asunto de todos es que cuando, no la tenemos, hace sentir su ausencia en cada uno a modo de un no sé qué que se deja advertir aunque no tenga nombre.

Cuando brilla la inspiración, es decir, cuando una verdad se muestra, hay un punto de no retorno. No puedes mirar nada exactamente de la misma manera. De hecho, testimonio de la verdad de algo es la forma en que modifica irremediable y felizmente nuestra mirada sobre las cosas, empezando por nosotros mismos.

Y esto tampoco es algo exclusivamente personal. O sí: es tan personal e intransferible que resulta por sí mismo universal.

Un padre es siempre la cuestión del padre. Para hablar más allá del padre de Mustafá y o de mi padre tendría que hablar de Dios. El contenido de su revelación es él mismo y yo sin piernas y sin brazos sonriendo sobre sus hombros que me llevan. Todas mis taras no son entonces más que una ocasión para quererme. Es decir, para el arte; es decir, para la verdad.

 

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19
Ene
2022
Proyecto de interiorismo
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José María Higuera

Proyecto de interiorismo

José María Higuera

Premio Alegría. Rialp, 2021

 

Las solapas del libro dan cuenta de un dato excepcional. Es el primer libro del autor y lo ha publicado bastante más tarde de lo que suele ser habitual.

Nació en 1970 y ha dedicado toda su vida a la talla ornamental, arte, vocación y profesión por el que es conocido y reconocido en el campo de la carpintería religiosa. Se trata de uno de esos saberes ancestrales, manuales, complejos, que requiere no sólo oficio para con la madera, el dorado, la policromía, los cálculos de estructura o movimiento, sino un verdadero don artístico en el que, respetando una tradición solemne y hasta cierto punto condicionada por el ámbito religioso y popular -y esto ya es mucho exigir-, se encuentre un resquicio para aportar belleza y expresión en un ámbito donde las concesiones a la originalidad son bastante estrictas.

Sumémosle a ello la paciencia, la soledad, la complejidad material y la elevación interior que este arte exige. Si añadimos a todo ello el hecho de que nació y trabaja en Córdoba, con el peso de la tradición que esta ciudad conlleva, desde el nombre de Góngora a los autores del grupo Cántico, podríamos esperar de José María Higuera un poemario barroco, complejo en formas y temas, sonoro, exuberante. ¿Y qué es lo que encontramos? Un libro limpio, sereno, equilibrado, trasparente.

Sin duda alguna, la poesía de José María Higuera es otro descubrimiento de la mano de la editorial Rialp para la colección Adonáis. Con esta primera incursión, nuestro poeta ha sido reconocido con el Premio Alegría (al que en esta convocatoria han concurrido 657 candidatos, nos informa la misma solapa). "Proyecto de interiorismo" es un libro meditativo, nunca discursivo, ni de tintes filosóficos ni llevado por retórica, pues siempre parece el autor estar en conversación clara con quien quiera escuchar.

Es la imagen poética sostenida por una excelente musicalidad la que destaca en este primer libro y la que nos lleva de la introspección en los estados del ánimo humano a las imágenes externas que le permiten representarlos. Así, por ejemplo, el poema "La grieta de Orive", referida a la grieta que divide en dos el hermoso palacio cordobés y bajo la cual se celebra gran parte de los recitales del festival Cosmopoética. O el que se refiere a las construcciones hexagonales de las abejas. También la arquitectura de los campanarios -celebrar la comparación entre las golondrinas y el hábito dominico- le sirve para elevar un poema bien cimentado y casi rozando lo invisible.

Ese es otro mérito del poemario de Higuera: la consciente y bien trazada construcción del libro. Tengo predilección por la construcción de los libros de poemas. La tentación de leer aleatoriamente, la escisión que antologías y recopilaciones realizan -y no digamos ahora internet, que ofrece poemas completamente desgajados de sus contextos- nos impiden disfrutar la arquitectura de los libros. Para mí es la quintaesencia de un poema, lo que se dice por el lugar y la relación que guarda respecto a los demás; una historia trazada sin necesidad de novelar.

Pues bien: "Proyecto de interiorismo" cuida la estructura y, en efecto, su plan responde al orden de un interior transitable. La estructura del edificio literario -me gusta recordar que Joan Margarit era arquitecto-, los colores externos e internos, la personalidad de las habitaciones según quien vive en ellas y cómo, los lugares invisibles que, como sótanos o desvanes, obligan sin ser vistos, es algo que nuestro poeta ha articulado con la frialdad necesaria que aportan la distancia y el tiempo sobre el material de construcción. En el fondo, se trata de un reparto de cargas que ha de presidir la obra entera, como ocurre en un paso de Semana Santa, pues, a la postre, si es imposible cargarlo sobre los hombros y la respiración humanos, no será más que un decorado inmóvil; otra cosa, pero no un organismo vivo llevado por vivos para transmitir un mensaje dramático, salvífico y misterioso.

Otro de los aspectos que certifica la calidad de este libro es la manera en que lo clásico convive con los elementos de la actualidad. En este aspecto una obra se la juega porque, no, no hablo del refrito de elementos pos, trans o modernos, ni del mero afán de contemporización, sino de algo más serio. Como un afamado aforista ha señalado, para ser eterna, una obra de arte debe ser contemporánea. Lo contrario es una falsa escapatoria que, buscando la intemporalidad, puede acabar en la inanidad.

Simple y contundente cuando toca -"en todo lo que cae recuerdo lo caído"- un rayo de luz a la hora y por el hueco preciso alumbra el interior del libro. El hilo musical de un supermercado tan pronto se esparce por las páginas como se que queda dentro a modo de paseo urbano con auriculares.

Proyecto de interiorismo nos recuerda que no solo de música vive el verso; también de color. El color, aparte de traerse a la vista por su nombre -y sobre todo- se hace ver con las sílabas, la disposición inadvertida de las vocales, los condensados y desvaídos de la imágenes; la memoria ocular y hasta olfativa. Las manzanas, la miel, no solo huelen y saben: también aportan uno u otro color. Higuera, a más o menos sabiendas, juega con el color en su interiorismo.

Celebro el despunte de esta nueva voz, aunque salga a la luz cruzados los cincuenta años -espero que me entienda bien si lee esta noticia literaria, porque en el mejor de los sentidos quiero aplaudirlo-.

A lo mejor sus próximas obras vienen reposando desde hace tiempo y ante lo que estamos es, en realidad, ante la revelación de un tesoro escondido que ha aguardado el momento propicio para salir a la luz.

Cuando digo que lo celebro es que realmente me llena de alegría. Me explico: en el borde de la cincuentena -año arriba o abajo-, algunos poetas -dejemos los rodeos: yo-, nos deseamos a nosotros mismos no estropear la prescindible y menos que mediocre obra que hayamos publicado. Callar mucho, publicar muy poco o casi nada; no hacer evidente la falta de talento que nos asiste.

Pero luego lees la excelente opera prima de un autor como José María Higuera y albergas la sospecha de que todavía quizá el tiempo te brinde la oportunidad de enhebrar algo medianamente decente.

Es, en definitiva, este "Proyecto de interiorismo" una victoria de la sensibilidad, la sensatez y la fe.

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