Jul
Las ramas del azar
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Fiel a su cita con la historia de la poesía en español, el Premio Adonáis sigue descubriéndonos voces que dejan de ser una joven promesa para incorporarse con excelente calidad al panorama poético de nuestra lengua.
Con “Las ramas del azar”, de Constantino Molina, ganador de su última edición, el Adonáis vuelve a cumplir con la misión de acercarnos una voz que tiene algo que decir, que lo dice muy bien y que ya es dueño de un universo, un tono y una mirada personales.
Quizás es esto lo que hace grande al Premio Adonáis y quizás ahí radica el hecho de que muchos poetas que hoy ocupan un lugar realmente interesante en la poesía española han pasado por él.
Sin partes ni divisiones, “Las ramas del azar” es un plano secuencia sostenido a pulso. Una larga mirada que incorpora campo y ciudad, interior y lejanía, naturaleza y razón, contemplación y reflexión. Una de sus mayores virtudes quizá sea esa, entrar de lleno a todo. O, mejor, dejar que todo entre de lleno sin presupuestos previos. Dejar hacer a la poesía misma. La difícil docilidad. Y no enfretarse a la tentación posmoderna ni con reacción ni por decisión, sino con asimilación, es decir, dando un paso más allá de la trivialidad precisamente porque la conoce y se atreve a mirarla desde un fundamento estético. En reconciliación y mansedumbre con las cosas que damos en llamar banalidades, ir más allá de ellas.
No forman generación, pero es lo que intuyo entre las nuevas voces que verdaderamente me parecen poéticas en la actualidad: un contenido, con fondo y con figura. Sin abalorios la figura; sin falsos misticismos ni rarezas esotéricas el fondo.
Y, sin duda, este libro de Constantino Molina es un buen ejemplo de ello. Con conciencia de la vocación del dolor, yendo a las cosas que importan, integrando la muerte y el paso del tiempo en su horizonte verdadero, el de la belleza, “Las ramas del azar” nos reconcilia con la tradición porque su autor la trata con justicia: nada sin ella, desde ella hacia lo diferente.