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Era viernes y ella se llamaba Rosario
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Uno no puede entenderlo. Lees cada día el Evangelio, piensas que está claro. La relación de Jesús con las mujeres, sus gestos proféticos, liberadores. Su forma de complicarse la vida hasta una muerte instigada por los maestros de la ley, por los autorizados intérpretes de un dios que tiene poco del Dios vivo.
Escuchas el testimonio de una monja que trabaja ayudando a mujeres a salir de la prostitución, su relato de chicas apaleadas hasta el "coma" literal, encerradas y violadas durante semanas. Tu corazón tiembla. Pero luego alguien viene a decirte que entre las reivindicaciones se esconden elementos ideológicos que son fruto del demonio. Vamos, lo que el mismo Jesús había profetizado: filtrar un mosquito para tragarse el camello. Y te dan ganas de tirar la toalla, porque parece que no ha servido de nada. Que aún queda mucho por sufrir hasta que el corazón se nos despierte, hasta aprender a amar.
Pero al final, pues no, que de sufrir has de hacerlo del lado de las víctimas, porque es lo que tiene sentido. Y porque es lo que Dios mismo hizo, por más que nuestra egoísta y culpable sordera insista en ignorarlo. O, lo que es peor, tergiversarlo.
Cum spe, sine metu: ¡feliz día de la dona!
ERA VIERNES Y ELLA SE LLAMABA ROSARIO
Sus dos hijas estaban jugando con la Barbie en la sala de estar.
Alicia, la vecina del tercero, follando como loca con un senegalés.
Las dos viejas de abajo
atentas a un programa de la tele.
Sus padres en la playa,
disfrutando del sol en Benidorm.
El bebió una cerveza
antes de sugerirle
que pensara dos veces lo de aquella denuncia.
Ella estaba callada, en postura fetal,
entre la lavadora y el sillón,
en el suelo, tirada,
esperando su turno,
rodeada de sangre y de miedo.
Katy Parra