Logo dominicosdominicos

Blog El atril

Fray Antonio Praena Segura, OP

de Fray Antonio Praena Segura, OP
Sobre el autor

23
Dic
2015
La novia
1 comentarios

No sé si se trata de un problema técnico del viejo y destartalado cine en que vi la película –el único cine de Granada, por cierto, donde se proyectan películas no comerciales-, o un verdadero problema de la cinta, pero me parece imperdonable que en una película como esta el texto no se entienda. Y me temo que no es sólo un problema técnico, porque a unos sí se les entiende y a otros no. Lo digo porque en una película basada en textos de Lorca, muchos de ellos versos, esto no puede ocurrir.

Y lo digo también porque creo que no basta tener una cara bonita: –ay, esa Inma Cuesta, de brutal hermosura, entregada a fondo, de raza. Que no basta, niña, para ahogarnos en la pasión, dejar así las palabras como en los labios, como tragándonoslas. –Y ay, ese Leonardo, ni tan bello ni tan oscuro como el río negro y los caballos de Federico: que tampoco para abrasarse hay que quemar las palabras antes de echarlas al viento.

Menos mal que un excelente puñado de secundarios está soberbio. Soberbia la madre del novio (Luisa Gavasa). Soberbia la ama –o lo que quiera que sea- de la novia (Consuelo Trujillo). Muy bien el padre y el novio –merecidas nominaciones. Pero a lo que vamos. Sin ser una película perfecta ni redonda, “La novia”, de la directora aragonesa Paula Ortiz, es una gran película. El lamento viene por todo lo que podría haber llegado a ser.

Basada en “Bodas de sangre”, de Federico García Lorca, no deja indiferente. Para algunos no aporta nada al universo de las interpretaciones lorquianas. Rearguyo: eso para quien conoce mucho el universo del granadino y ha visto muchas versiones. Que no todo tiene que estar pensado para especialistas. Que poner en pie la fuerza, actualizar el mito, atrapar a nuevos espectadores, levantar ese universo estético -y pienso en jóvenes o en ajenos a la literatura española- no es cosa para cobardes.

Otros precisamente le reprochan ese exceso esteticista y su grandilocuencia. Vale, yo también. Pero me bajo del pedestal y me reprocho esa pose minimalista, intelectualoide, con la que a veces queremos distanciarnos del vulgo barroco o neoromántico. Como si fuéramos daneses. Y lo que es peor –me vuelvo a reprochar-, como si diéramos por inválido lo que no sea visión débil. Como si lo extremado o lo visceral ya no contaran. Que para ser culto parece que hay que hablar con sordina, adjetivar en desnatado, ponerle filtro gris a las palabras. Yo me respondo –y me regaño- que una cosa es impostar grandeza y otra dejarse embriagar, lo cual no está mal en algunos momentos en que la vida y el amor y la muerte piden ser mirados con pasión cómplice. A veces hay que entrar en el juego.

Si la película fuera de nacionalidad, por ejemplo, macedonia, por decir una tontería, ya tendríamos a los sesudos críticos en pie aplaudiendo su “telúrico pathos”. Que así andamos de acomplejados; que para parecer alguien, los intelectuales españoles tienen que andar hablando mal de este mísero país. Pues me niego, oiga. Desde la tumba de Lorca, me niego. (Y a ver quién encuentra esa tumba).

Ya digo. La película a veces parece perderse en una sucesión de videoclips. ¿Pero quién se resiste a Leonard Cohen en la voz de Carmen París? Parece perecer ante su ambición, ¿pero por qué no habitar los Monegros, el desierto de Almería y la Capadocia a la vez? La tragedia griega y el mito andaluz están más cerca de lo que recordamos. Y es maravilloso que así lo deje traslucir una aragonesa, mujer y joven.

Aunque no le perdono que el texto tantas veces se pierda, la película funciona por encima de sus defectos. Lo que la hace grande sin ser perfecta.

Ir al artículo

11
Dic
2015
Memoria y esperanza en Noviembre
2 comentarios

Escribir sobre el asesinato de los 6 jesuitas de la UCA sigue siendo, tanto tiempo después, peligroso. Al novelista y poeta Jorge Galán lo han amenazado de muerte, pistola de por medio, en plena calle. La amenaza venía precedida de insultos y mensajes anónimos desde que publicó esa novela, titulada “Noviembre”, en la que narra aquellos asesinatos aún impunes.

Como un personaje de su propio relato, tras unos días protegido bajo el techo de una embajada, Jorge ha tenido que abandonar El Salvador. Los hechos han sido dados a conocer y denunciados en un manifiesto firmado tanto por escritores y artistas como por responsables de órdenes religiosas, así como decanos de facultades de teología españolas.

No sé si la novela se encuentra disponible en España, pero he tenido el privilegio de adentrarme en el relato de Jorge Galán y asistir, una vez más, no sólo al despliegue de su talento, sino, muy especialmente, a la constatación de una verdadera vocación, la suya, en la que confluyen vigor narrativo y fe. Y digo bien, fe, sí, porque, al margen de las creencias religiosas del autor –de las que no voy a decir nada, porque es algo que sólo corresponde a él-, todo el relato está empapado de una fiebre, un compromiso, un fervor y una vocación que vuelven a poner en pie la fe comprometida de aquellos jesuitas.

Quizá quienes ahora han amenazado de muerte a Jorge no sólo son unos esbirros sino sus mejores críticos literarios: la novela está viva y eso, a ojos de los asesinos, es algo imperdonable. La novela te mueve, y eso, en tiempos de tanta palabra inocua, comercial e intrascendente, debe ser corregido, al menos con un aviso de parte de la muerte.

La vida es a veces la más profunda intérprete del arte. No porque le devuelva al mismo gloria o reconocimiento, sino porque certifica que sólo el escritor no vendido del todo a su tiempo puede dar cuenta de su tiempo aunque hable del pasado -no hay esperanza sin memoria, nos recuerda la antropología tomista- Y ello aunque le cueste una patria. Es así como alguien –y esto se me ha hecho muy claro leyendo esta novela- puede reconstruir no sólo el compromiso sino la misteriosa vocación que lo mueve. Porque entender algo tan denostado en nuestro tiempo como la vocación religiosa requiere haber puesto distancia de los gustos, condiciones y lobbies de este mundo. Quizá por eso algunas obras están destinadas a perdurar, porque no nacen con más vocación que la de ser testigos de la verdad, de su raíz y sus frutos, que son la justicia y la igualdad.

En este sentido, “Noviembre” abre sus palabras, en el preciso momento del asesinato, al origen de la vocación del Padre Ellacuría. Porque lo uno trae lo otro y lo explica. No me resisto a dejar aquí un trocito de esta novela que espero pronto llegue a los lectores españoles.

“Nadie podía ver el interior de la casa de los padres, pero sí escuchar lo que sucedía. Uno a uno, llegaron los otros, obligados por los soldados, y se tiraron a la hierba. Hubiera querido despedirme de mi hermana, dijo Ignacio Martín-Baró. He hablado con ella hoy y no le he dicho nada. Sollozaba. Alguien más le dijo: Que no nos vean llorar. Detrás de ellos, otro dijo: Esto es una injusticia. Y otro más giró la cabeza hacia los soldados: Sois unos desgraciados. Pero pronto dejaron de protestar o sollozar y uno de ellos empezó a rezar el padrenuestro. Tiempo después, los testigos de las casas vecinas dirían que escucharon una especie de lamento acompasado, pero no era un lamento lo que oían sino el leve canto del padrenuestro, que rezaron al unísono. Habían llegado al país, muchos años antes, como sacerdotes, y querían marcharse de la única manera que sabían. Después de unos minutos, uno de los soldados se acercó y realizó el primer disparo. Uno de los sacerdotes quiso levantarse pero no tuvo tiempo. Pronto el lamento acompasado cesó. Y todo cesó. Era la madrugada del 16 de noviembre de 1989.”

Ir al artículo

2
Dic
2015
¿Quién nos salvará de Santa Teresa?
0 comentarios

 

 

 

Dadme muerte, dadme vida;

dad salud o enfermedad,

honra o deshonra me dad,

dadme guerra o paz crecida,

flaqueza o fuerza cumplida,

que a todo digo que sí.

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Santa Teresa de Jesús

Las mujeres podían dar placer, podían dar hijos pero no podían dar palabras. “Porque la mujer es defectuosa y mal nacida, no debe enseñar ni tomar autoridad frente al hombre”. ¿Podía una mujer pretender reformar una orden de frailes? Lo suyo es hilar.

Con todo, la acusación principal contra Teresa es la de practicar e incitar a la oración mental. ¿Qué significa esto de “mental”? Significa guiarse en la oración por el pensamiento hasta más allá del pensamiento. Es decir, para Teresa orar no es cosa del entendimiento, sino del corazón, que está más allá. Pero lo peligroso en ella es su defensa de guiarse libremente por la mente, por el diálogo interior con Jesús, aparte y fuera de las fórmulas oracionales establecidas, hasta llegar a un estado de sólo estar amando con Aquel que nos ama. Conducirse según el diálogo interior, la conversación amorosa con Jesús, suponía riesgo de extravío. Era, en el fondo, una desconfianza en la libertad y capacidad del entendimiento para entablar una conversación con Dios fuera de las palabras y las fórmulas prefijadas. Y ese riesgo lo era más para las mujeres, privadas de la inteligencia y formación teológicas suficientes.

Y luego estaba el resto, porque el itinerario mental tan sólo era camino para adentrarse en el amor. Y eso sí que es peligroso, ya que en el amor son imposibles los controles. Máxime cuando para Teresa este no es un amor abstracto, indeterminado, sino encarnado, el amor recíproco entre el Jesús hecho hombre y el alma suya. Humano demasiado humano. Peligro por todas partes.

Lo siguiente es su reflejo en la escritura: esa palabra suya tan sincera, esa franqueza y frescura, esas imágenes tan vivas. Literatura terriblemente bella, donde terrible significa amenazante por su instintivo realismo, su coloquialidad terrena, su vívida cercanía, su pasión en castellano callejero.

Si en su tiempo no faltó quien la tachara de vulgar, lo que hoy inquieta es otra cosa, algo frente a lo que nuestro tiempo se ve obligado a oponer resistencia. Me explico con palabras de otro: decía Francisco Umbral que a Teresa en su época no se le perdonó ser mujer y nuestro tiempo no le perdona que fuera monja.

Nos cuesta aceptar que una biografía y una palabra así surjan de un centro, una experiencia y un amor que no existen. A la vez que admiramos el torbellino de su personalidad, la intensa luminaria de su prosa y su verso, así como la belleza de su experiencia, nos vemos obligados a negar lo que la mueve, lo que la hace posible, lo que la sustenta y la desborda y nos desborda. Y ese epicentro no es otro que el amor a Dios. Amor que, porque no entendemos, negamos. Porque no sentimos, despreciamos. Y vienen entonces todas las perífrasis y explicaciones que, ayudándonos incluso a comprenderla desde ángulos necesarios, sin embargo nos privan de ella misma, de su más vivo fuego, de su corazón encendido de amor. ¿Cómo puede una palabra decir el amor de Dios? ¿Quién nos protegerá de esa incandescencia?

Es pecado ser una mujer ambiciosa, pecado hablar a Dios sin melindres, pecado ser una escritora en cuya palabra toma cuerpo la presencia del absoluto. Y ahora sí, ¿quién nos defenderá de su belleza?

Esta semana tendrá lugar un ciclo dedicado a Santa Teresa en la Cátedra García Lorca de la Universidad de Granada en conmemoración del V Centenario de su nacimiento. No faltará quien se extrañe. Pero si pienso en Federico y en Teresa, veo amor, persecución y asombro transformado en belleza ante lo que siempre será maravilla.

Ir al artículo

26
Nov
2015
Una copa de Haendel
0 comentarios

 

Una copa de Haendel

José María Jurado

La Isla de Siltolá, 2013

Con este original título, celebración cuyo total porqué comprendemos paradójicamente en una elegía, en la final elegía que cierra este libro y, en realidad, lo abre de nuevo a otra lectura, a otra dimensión, llega a nuestras manos este poemario de José María Jurado.

“Una copa de Haendel” es culturalismo de otro modo. Hereda la parte buena, la que nos inserta en una tradición o en una amplia estela donde las artes y la literatura no son adorno, pretexto temático o excusa para la erudición, sino verdadero trasfondo, viva raíz de la que nutrirnos para poder crecer e ir más lejos. Pero, a su vez, estamos ante un culturalismo de línea clara cuyo afán de comunicación es consciente hasta el punto de poder los poemas ser leídos prescindiendo en buena parte de sus referencias.

Por otro lado, Jurado ahonda en una consentida llamada a la emoción. Emoción de la buena, es decir, aquella que apela más a la inteligencia que a las vísceras. Propósito para el cual la contención es indispensable. Y la exigencia formal. Y la elipsis.

Afuera están serrando los cerezos,

pero son nuestras vidas las que sierran.

 

Poner punto final en cualquier punto.

Chejov, Caspar David Friedrich, Elgar, Klimt, W. B. Yeats, Juan Gris, Gershwin y muchos más brindan con José María Jurado. Pero no estamos ante un brindis al sol, sino ante la celebración de la vida de concreta contenida entre las fechas concretas de alguien concreto, Miguel García Posada –lo descubrimos al final-, tío carnal de Jurado, por y para quien este libro se escribe.

Se trata de un ajuste de cuentas con la gratitud. La gratitud hacia aquel –y en el aquel están tantos aquellos- que ha sembrado en nosotros la semilla del conocimiento, de la belleza, de la búsqueda de la verdad y del sentido del mundo y de la historia.

Demoledor resulta, en este sentido, el poema “Cadena de peones”, ejemplo de cómo acabar un poema (“y justo ahí se acaba la partida”) y de cómo concentrar, en un sólo verso intermedio, un juicio histórico capaz de suscitar el aplauso o la desaprobación a partes iguales.

Como José María Jurado, que es Ingeniero de Telecomunicaciones, cada vez me gustan más los poetas de ciencias (arquitectos, economistas, técnicos en robótica). Parece que los de letras tendemos a perdernos en el bosque de la voces. Y, anécdota aparte, qué buen ritmo, qué precisión, que patronaje el de este “Una copa de Haendel”.

Y qué valor, porque hay que ser valiente para publicar en estos tiempos un poema titulado “Cónclave”, cuyos últimos versos transcribo:

Aún la humareda

flotará un poco más por la Ciudad y el Mundo

como una bandada de palomas

y, con la sencillez de los primeros cristianos,

-que será también la de los últimos-

la tarde morirá crucificada.

Ir al artículo

22
Nov
2015
Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo me estoy poniendo muy malito
6 comentarios

 

 

(Demasiado largo para el blog, para quienes habéis sugerido que suba el texto a Internet)

 

Todo se desmorona; el centro cede;

la anarquía se abate sobre el mundo,

irrumpe la marea ensangrentada, y por doquier

se anega el ritual de la inocencia;

los mejores están sin convicción, y los peores

llenos de apasionada intensidad.

 

 W. B. Yeats

 

 

 

El centro cede, pero ¿dónde está el centro? Parece que nadie quiere decirlo. En realidad, parece que si lo haces quedas mal. Si eres un intelectual o un artista, escribes “humanismo cristiano” y en algún foro o mentidero habrá una boca torcida resistiendo la risita o mordiéndose el labio.

Pero “qué”, la cosa es el “qué”. Dicen que falta “algo”, que hay una especie de agujero, pero no se dice qué, ni siquiera aproximada, presuntamente “qué”.

Leo en estos días citas como estas: “se trata de un fenómeno muy complejo en el que intervienen muchos factores, entre los que destacan la exclusión social, la marginación, la crisis de identidad, la falta de oportunidades y la ausencia de un sentimiento de pertenencia y de un proyecto de vida. La gente que se radicaliza en los países occidentales es porque está buscando alternativas y un sentido a su vida.”

Ante ese vacío de referencias y existencial, surgen discursos, como los de Estado Islámico, capaces de ocuparlo todo, señalan algunos expertos: “Les ofrecen una identidad. Les proporcionan la pertenencia a un grupo, un proyecto de comunidad. Les dan una bandera a la que agarrarse, una opción de reconstrucción personal: deja atrás tu vida de desastre que con nosotros estarás mejor.”

Leo también: “hay algo más, algo contra lo que las sociedades occidentales no están actualmente en condiciones de competir. Les dan un arma y les ofrecen ser los protagonistas de una acción. El suyo es un discurso fascinante con una efectividad brutal, y da mucho miedo ver que convence mucho más que los discursos de Occidente. Nosotros, como sociedad, no estamos llegando, hay que elaborar argumentos y discursos mucho más potentes.”

Nuestro discurso líquido da paso a un hombre líquido; a veces pasa a gaseoso; y, alguna vez, ese gas se vuelve inflamable y hasta estalla. La alternativa consumista y superficial de Occidente, la banalidad de un Telecinco –por poner un ejemplo- saciando los más pornográficos instintos humanos, a saber, los que se refieren a la sentimentalidad, chismografía y demás casquería cuché, no deja de ser un sucedáneo que ciega, encancera y pervierte la inteligencia.

Pero, volviendo al “quid”, una de las causas de la radicalización yihadista de jóvenes occidentales sería la ausencia de fundamento, arraigo, proyecto vital. Algo no tan distinto de lo que le ocurre a un joven que acaba en un grupo radical extremo. Como leo en un grafiti, “Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo me estoy poniendo muy malito.”

El fin de la modernidad política, la desintegración de las creencias cristianas, el pastiche posmoderno pleno de incongruencias y contradicciones al que esa desintegración ha conducido, ofrece un caldo de cultivo propicio para la radicalización. Dame una causa, dame un culpable, dame un lugar en el mundo y dame un Dios.

Pero Europa, especialmente España –corrijo: muchos intelectuales españoles que tratan de compensar un complejo sicosocial más o menos inconsciente de nacional-católico diciendo “yo más que nadie”, que viven con una cierta tortícolis mirando más hacia el pasado inquisitorial que al futuro construido sobre valores constructivos, aunque provengan del cristianismo- se siente acomplejada de reconocer que a lo mejor el fundamento perdido es precisamente el del humanismo cristiano.

Gran parte de la Iglesia ha ayudado poco y hasta ha sido un obstáculo. O se encierra en la sacristía, o se cierra al diálogo. No siempre ni todos: no puedo en este espacio evitar generalizaciones.

Sin embargo, cuando yo digo “humanismo cristiano” tengo presente que el cristianismo vivido por numerosas personas ha supuesto un avance en los derechos humanos y un sustrato real en la construcción de un mundo más justo. Por encima, contra, más allá, sufriendo la persecución tantas de veces de la misma iglesia, pienso, por ejemplo, en Hildegarda von Bingen, Margatira Porete, Catalina de Siena, el Alberto Magno científico y filosófico, la sospechosa Teresa de Jesús, el Juan de la Cruz poeta del amor, Erasmo, Francisco de Asís, Bartolomé de las Casas, Teresa de Calcuta o el acosado internamente papa Pablo VI. Pero, sobre todo, en los miles y miles de hombres y mujeres de buena voluntad, gentes de paz, que han sido los verdaderos garantes de la fidelidad al Evangelio a lo largo de la historia y han sido sal y luz de su tierra y de su tiempo.

Yo no apelo a una Europa cristiana. Entre otras cosas porque un verdadero humanismo cristiano defiende la independencia y separación entre identidades sociales y religiosas. Pero sí señalo un olvido, un complejo y un vacío. El miedo a poner nombre a la cacareada ausencia de sentido y una solapada cristianofobia.

Yo canto “La Marsellesa”, pero reconozco que se me queda corta. De las revoluciones emprendidas, libertad, igualdad, fraternidad, es la fraternidad la que apenas ha comenzado.

Ir al artículo

16
Nov
2015
Lecciones morales
2 comentarios

Si se habla de los refugiados sirios, nos recordarán a los refugiados kurdos. Si alguien trata de las mujeres diariamente asesinadas en Ciudad Juárez, reprocharán nuestro silencio frente al machismo asesino en España.

Si se habla de la necesidad de una fuerte corriente crítica dentro de la teología islámica, responderán recordando los escándalos del catolicismo y sus discriminaciones. Si condenas los atentados de París, eres cómplice de las intervenciones occidentales en Oriente Medio. Si se enfoca el calado religioso de la yihad, eres un ingenuo que desconoce las causas económicas del conflicto. Si hablas de las consecuencias del sistema capitalista y los intereses de económicos de la zona, eres un trasnochado marxista que reduce el alcance de las creencias. Y así, como un bucle incesante.

El poeta mexicano Javier Guitiérrez Lozano lo dice mejor: “El no poner la bandera de Francia en mi foto de perfil, me convierte en mujahideen? Y si la pongo, me vuelvo un mexicano inconsciente por la realidad de mi país? Y si abogo por los migrantes de Oriente Medio, me convierto en yihadista? O hablar en nombre de los serbios me vuelve un chetnik? Defender a los croatas me hace ustasha? Y comprar unos tenis Nike me vuelve un soldado del imperialismo? El que calla es dueño del silencio?”

Hay una especie de profesionales de la opinión que nunca se equivoca. Y tienen razón, siempre tienen razón. Su amor al género humano es puro y nunca luce mancha alguna. Siempre están a otra cosa, por encima del bien y del mal. Demasiado ocupados dando lecciones de superioridad moral a los que somos unos pobres ignorantes, ovejas de un rebaño, masa.

Ir al artículo

14
Nov
2015
Alá siente vergüenza
4 comentarios

"Alá es grande". A este grito, que sepamos, que de momento sabemos muy poco, han comenzado al menos dos de los tiroteos en París. ¿Es el Islam el principal problema de nuestro mundo hoy?

Hace años, en un curso de doctorado, Olegario González de Cardedal, el mejor teólogo vivo en España, iba más allá -y hace bastantes años que la cuestión anda por las facultades de teología-: ¿es la religión el principal problema de la humanidad? Con honestidad intelectual y valentía teológica, así nos lo planteaba. El debate se complica si tenemos en cuenta las monstruosidades cometidas por los regímenes de un signo y otro que han querido arrancar de raíz una pregunta, la de Dios, que tiene más que ver con la constitución humana que con Dios mismo.

Pero no por ello se disuelve la pregunta respondiendo con un sí o un no. A no ser que nos reinventemos la historia del ser humano, desde las cavernas hasta hoy, intentar arrancar la pregunta por Dios parece que lo que consigue es radicalizar las ideas de Dios.

Pero en esta noche espantosa de muerte en París, seamos más humildes y claros: desde luego, por lo que a mí respecta, el Islam no tendrá ninguna autoridad moral hasta que, desde dentro y desde su raíz, no desarticule y pase por una racionalización crítica, radical y sin contemplaciones cualquier interpretación de sí mismo que pase por la violencia, del tipo que sea. No acepto ninguna violencia ni ninguna discriminación en nombre de ningún Dios. En eso, la mística ayuda: si es preciso llegar a vivir sin la idea de Dios para encontrar la paz, la justicia, la igualdad y la fraternidad, bien estará arrancar por completo aquellas imágenes de Dios que sean mortíferas, dañinas. Porque son simplemente un ídolo humano. Deus Semper maior. Dios es siempre otro, al menos para escapar de la vil manipulación humana.

El cristianismo, desde la ilustración, se ha venido enfrentando a esa purga crítica. Y hoy en día tampoco lo ha conseguido por completo -no nos miremos al espejo para admirarnos-. Aún le queda mucho por hacer y pensar. Si hay una línea que marque la historia de la teología de estos tres últimos siglos, es esa, el autoanálisis y la autocrítica textual, histórica, sociológica, política, de género y espiritual, sobre todo espiritual, de sí mismo.

No, los labios que dicen Alá es grande mientras acaban con la vida de alguien y aquellos que lo aprueban o son silenciosamente cómplices no van al paraíso. Traen el infierno.

Ir al artículo

5
Nov
2015
Tiempo gris de cosmos
0 comentarios

Tiempo gris de cosmos

José Antonio Santano

Editorial Nazarí

 

“Tiempo gris de cosmos”, el último poemario de José Antonio Santano, pone ante nuestros ojos una radiografía de nuestro tiempo tan clara que en sí misma contiene un diagnóstico. Eso que se ha llamado la poesía pura en realidad no existe, porque ninguna palabra vive fuera del mundo y la palabra belleza no soporta evasivos usos. Si es belleza auténtica, siempre acaba mostrando su ética, la de verdad, la que comienza por enfrentarnos a nuestras propias realidades, contradicciones y posibilidades.

José Antonio Santano lleva años entregado de pleno a la literatura, desde la crítica, la difusión en televisión, radio o prensa escrita. Pero ahora toca su propia voz. Y en este libro, como en un río al que llegan y del que parten ramales que aúnan y que derraman la voz del tiempo dejando siempre poso y limo fértil, Santano se entrega a fondo.

Dividido en dos partes, el pesimismo de sus títulos (“Tiempo de silencio” y “Tiempo gris de cosmos”) esconde, sin embargo, un feroz compromiso. Nada más revulsivo que la verdad, comenzando por nosotros mismos. Y así, los primeros poemas, más breves, como instantáneas o retazos del mundo, conforman un retrato de retratos por donde desfilan inmigrantes, desempleados, empleados ilegales, sátrapas y reyezuelos explotadores, artistas vendidos a la nadería calculada y rentable, sueños, esperanzas, fecundos vientres… La carne y los huesos y el tuétano de un tiempo, el nuestro, y un mundo, el nuestro. Sobre todo, mundo y tiempo de aquellos en riesgo de pérdida y exclusión del mundo y el tiempo que vivimos.

La segunda parte llama la atención por el hecho de que sus poemas -largos, sinuosos, profundos- están, uno a uno, dedicados a amigos. No estamos ante una voz enrocada en sí misma ni proyectada hacia el vacío. “En qué estás pensando”: la frase universalizada por Facebook sirve, en cada poema, de trampolín desde el que lanzarse a las aguas de la historia sabiendo que en ellas nos aguarda, contra todo riesgo e imbuido de fe, el seno salvavidas del amigo. Se trata de poemas de largo alcance en los que los elementos más posmodernos quedan integrados (y desintegrados) en el discurso.

 

Como señala José Cabrera Martos en el profundo estudio final que acompaña al poemario y que desvela la trayectoria y la ecografía de la obra del poeta más allá de este libro, José Antonio Santano “se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre y ser el otro (…) superando el egocentrismo y derramándose en la otredad”.

Una poesía –cuántas veces repetimos el adjetivo inútilmente- necesaria más que nunca. Sin ira, mas con coraje.

Ir al artículo

28
Oct
2015
Hotel Mediterráneo
0 comentarios

 

HOTEL MEDITERRÁNEO

de Alejandro Pedregosa

Planeta

 

El “Hotel Mediterráneo” es un lugar en el bosque fundado para acoger a mujeres maltratadas lejos por completo de su entorno de violencia. A él llega Tamara y de ella se enamora Francesc, el pianista de este peculiar hotel cuyos habitantes arrastran también sorprendentes historias. Una transgresión de las normas por parte de la nueva inquilina hace que salten todas las alarmas. La trama está servida.

¿Por qué recomiendo esta novela?

“Hotel Mediterráneo” es una novela coral. Si es cierto que el narrador es Francesc, no es menos cierto que la suya es una personalidad premeditadamente poco contundente. Pedregosa ha señalado en alguna entrevista que se trata de un personaje un tanto “naif”. Y, en efecto, Francesc es perfilado con la suficiente blandura como para que su perfil quede dibujado por la marca que el resto de personajes, de aristas más contundentes, van dejando en él. Se trata de un ejercicio de difícil debilidad. 

Se consigue así un personaje polifónico, colectivo, el personaje de todos los que forma este hotel refugio, su razón de ser, los vínculos que los unen, su pasado y sus circunstancias, sus contradicciones, sus batallas y sus deserciones.

“Hotel Mediterráneo” es la historia de personas que ya han elegido. Hay un punto de fuga que unifica el relato. Y me atrevo a decir que es este: elegir, o, más bien, haber elegido ya, subrayando este “ya”; el haber tomado una opción a sabiendas de que no es ni la única, ni la más fácil ni, posiblemente, la más conveniente. Pero en la vida hay que optar y luchar por aquello que se elige asumiendo sus pros y sus contras, sus sentido y la certeza de que había otras opciones posibles. Contemplada a la distancia suficiente, este punto de fuga da a la novela una perspectiva que no se nos quiere poner fácil, una profundidad que sólo en la visión total de su panorama podemos recomponer aunque se nos haya sugerido desde dentro.

Porque de lo que se trata no es de ponerse del lado de las víctimas porque éstas traigan tras de sí un historial impoluto y sean de una inocencia tal que les merezca la protección que se les brinda en el hotel. No. Se está de parte de ellas porque se ha tomado la opción de estar del lado de las víctimas porque hay que estarlo, al margen de cualquier buen rollo, cualquier simpatía o cualquier consideración infantil, fácil o maniquea de las personas, según la cual los buenos son siempre y en todos los sentidos buenos y los malos son siempre y en todos los supuestos malos.

“Hotel Mediterráneo” es una novela que, como las buenas obras de arte, se nos queda dentro y vuelve a ser releída por nosotros después de cerrar la última página.

Que estamos ante novela de madurez nos lo pone de relieve también otro aspecto: algunas cosas no son lo que parecen. Y así, partiendo de retratos recurrentes y arquetípicos, Alejandro Pedregosa nos va a llevar a situaciones y personajes un poco diferentes de lo esperado. El efecto es calculado y la habilidad de Pepo consiste en trazar la evolución de las cosas sin que se note. Es el caso, por ejemplo, de los legionarios que actúan de parte del maltratador para convencer a Tamara de que regrese con su esposo.

Otra de las características que subrayan la madurez de esta novela la encontramos en su difícil adscripción a la tabla de los géneros. Se trata de una construcción original en la que Alejandro Pedregosa ha destilado la mejor parte de su experiencia en otros derroteros y se ha desprendido de la limitación que supone tener que responder a determinadas expectativas, ingredientes y ritmos de género.

Lo interesante es la pericia constructiva para que cimientos, pilares, tuberías y ensamblajes no se adviertan. El amor –aunque exento de sensiblerías románticas-, el repaso a la actualidad política y sus casos de corrupción –atreviéndose incluso a hacernos simpatizar con un tipo que ha estafado grandes cantidades-, el compromiso social con las víctimas –evitando cualquier forma de moralina ideológica- y, por supuesto, la problemática que rodea a la violencia machista sin ponernos fácil la empatía hacia Tamara, la víctima de violencia, son retos muy complicados que “Hotel Mediterráneo” afronta sin que la complejidad se advierta como tal, sin que se noten cortes o traídas al caso forzadas. Más bien la contención, la elección de los tiempos en que ir tejiendo las diferentes historias, y el equilibrio de su mirada coral consiguen que, sin darnos cuenta, estén sucediendo más cosas de las que parecen y su intensidad nos resulte así ligera.

En realidad “Hotel Mediterráneo” habla de nuestro tiempo desde una perspectiva diferente, quizá en ello consiste parte de su capacidad de fascinación. Porque, en un mundo –tambien en lo literario- en el que sobreabundan la palabra y la opinión, las diagnósticos y las recetas, la literatura elevada al cociente de las nuevas tecnologías y las redes de difusión, retirarse a un bosque apartado es innovar e ir contracorriente. Ni desde el dogmatismo reaccionario o mesiánico, ni desde el juicio moral o la inhibición ética, esta novela sencillamente se centra en un grupo de personas que hace algo y que lo hace desde sus propias heridas y contradicciones en un lugar apartado del mundo. Es decir: hay otras formas de compromiso legítimas y eficaces a las que quizá copan los medios y las ofertas de implicación.

A veces el mundo tiene más sentido contemplado desde un claro en el bosque. Hacer algo por alguien, por pequeño y desapercibido que sea, puede tener un valor moral mayor que infinitos discursos o construcciones literarias de sesuda intencionalidad ineficaces por su misma grandilocuencia.

En este sentido, cobran plena vigencia los pasajes de resonancia ecológica, casi casi como guiños a un cierto franciscanismo –preciosa la historia de Francesc(o) y el lobo. Léanlo-. O los brotes de humor, tan propios del estilo de Pedregosa, que contribuyen a desarticular cualquier forma de pretenciosidad, pues, como señalaba Chesterton, las cosas importantes hay que tratarlas con humor precisamente porque son importantes.

No es o género negro o rosa. Sobre todo no es gris. No es o una novela romántica, o una novela policiaca. No es o una novela social o una novela contemplativa. No es una obra lírica ni una obra de acción. No es o una narración comercial o un ejercicio de estilo. Es una novela de Alejandro Pedregosa, mi amigo Pepo.

(Extracto de la presentación)

Biblioteca de Andalucía

27 de Octubre de 2015

Ir al artículo

19
Oct
2015
La patria del hombre
2 comentarios

“La patria del hombre” comienza una noche de lluvia. Una madre y sus dos hijos escapan de los golpes de un hombre. En brazos, el bebé. Junta a ella, el narrador de este libro: “salté para sujetar el puño enorme de aquel hombre (…). Un niño no debe permitirse ver sufrir a su madre así. Debe hacer algo al respecto, si no qué clase de hijo sería”.

La contraportada de los relatos que Cristian David López (Lambaré, Paraguay, 1987) nos regala apunta el claro trasfondo de este libro. Hay escritores a los que les molesta que les pregunten si lo que ha escrito, verso o prosa, es biográfico, “si eso les ha sucedido”. Y la incomodidad se debe a que la respuesta es más compleja por lo sencilla: se trata de un acto literario. Su verdad no depende de biografía o historicidad alguna.

Este conjunto de relatos, que bien puede constituir una novela cuya trama queda completamente abierta a la voluntad del lector, nos habla de una infancia de abandono, hambre y miedo. Pero, y sobre todo, de solidaridad y acogida como tabla de salvación y trampolín hacia un futuro de consentida y esforzada opción por la esperanza.

En ese sentido, los relatos nos ayudan a comprender la obra de Cristian David de la que tenemos noticia, más concretamente su labor de coeditor y traductor de “Cantos guaraníes / Guaraní purahéi” (Impronta, Gijón, 2012), una delicada recopilación de la que ya dimos cuenta en esta página. Y es que en la infancia del protagonista de estos retazos de vida, juegan un papel determinante los cantos y los cuentos. Todo un homenaje a la vocación vital de la literatura.

Entre ese primer relato en que la noche lloraba junto a la madre de Dani, el protagonista, y su última huida para poder seguir estudiando han transcurrido once años en “La Congregación”, una comunidad religiosa que fue creciendo en el sur de América Latina hasta crear poblados y poblaciones de ayuda y autoabastecimiento siguiendo el ideal del cristianismo primitivo. Esos once años son la Patria del autor y ponen al lector frente a la importancia de su propia infancia. Una historia local y personal es la que posee siempre más fuerza para convertirse en universal.

Como quien no quiere la cosa, estos relatos también enriquecen la lengua española con el color del guaraní. Una hermosa aportación filológica que, en el estilo de Cristian David, tiene el buen tino de no pasar por tal.

Existen (al menos) dos formas de inocencia. Aquella que no posee conciencia de sí misma y aquella que nos obligamos a conservar con uñas y dientes. El estilo de estos relatos se adscribe a ésta última. Porque no nos engañemos. “La patria del hombre” no es una ingenua ficción o reconstrucción del pasado. Es un consciente ejercicio de creación cuya premisa podríamos simplificar así: atravesar las miserias con la luz intacta en los ojos. Transformar en gracia la desgracia con el poder de la palabra. Para eso sirve la literatura. También.

Ir al artículo

Posteriores Anteriores


Suscripción

Suscribirse por RSS

últimos artículos

Archivo

Logo dominicos dominicos